TIBURÓN: LA VENGANZA (Joseph Sargent) / 1987: Lorraine Gary, Lance Guest, Mario Van Peebles, Michael Caine, Karen Young, Judith Barsi, Lynn Whitfield, Mitchell Anderson, Cedric Scott, Charles Bowleg, Lee Fierro.

 

    Veamos: Un tiburón blanco (supuesto pariente o colega de alguno de los que en las anteriores entregas se pasó por la túrmix al clan Brody) aparece en Amity con ganas de revancha. Con toda la paciencia de la que puede hacer gala un Carcharodon Carcharias (nombre binomial del animal en cuestión), espera en el fondo del mar (¿Qué cosas hará un tiburón mientras aguarda a sus víctimas? Teniendo en cuenta que es el primer tiburón psycho killer de la historia, podría pedirle consejo a Jason de cómo matar el tiempo mientras acecha a sus víctimas potenciales -campistas con las hormonas en ebullición en el caso de Vorhees, un Brody despistado pescando maderos el día de Navidad en el caso del pez-) a que, casualmente, Sean Brody (Anderson, que sustituye a John Putch), que ahora es jefe de policía (como su padre), tenga la mala suerte de verse obligado a salir en barco cuando ya termina su turno. Con su percepción extrasensorial, que convierte al animal en una especie de Doctor Charles Xavier submarino, detecta la presencia del desdichado joven, que es engullido en un abrir y cerrar de ojos. Si todo esto ya parece un tanto improbable (bueno, vale, imposible), lo que viene a continuación ya no tiene desperdicio (vamos, que es delirante): Ellen Brody (Gary, que vuelve tras darse el mus en la penosa tercera parte), apenada por la muerte de su hijo (también se dice que su marido, Martin -Roy Scheider-, falleció de un ataque al corazón tiempo atrás), se muda junto a Michael, su otro hijo (Guest –sustituyendo a Quaid-, bastante aceptable, y con un ligero parecido a Scheider, su “padre”), Carla, su nuera (Young, desapareciendo Bess Armstrong y su personaje con respecto a la anterior entrega), y Thea, su nieta (Barsi), a las Bahamas. Y sí, como cabía esperar, el tiburón coge sus maletas, su intuición y el G.P.S., y, ni corto ni perezoso, emprende un viaje (en plan Buscando a Nemo, Andrew Stanton & Lee Unkrich, 2003, pero con tiburones de corcho y madera en lugar de peces payaso) de unos 2.000 kilómetros con la nada sana intención de seguir dando rienda suelta a su resentimiento.

 

    Lo más tremendo es que, pese al desvarío (Sargent y sus guionistas se pasan por el forro las leyes biológicas, haciendo animal un sentimiento exclusivamente afín al ser humano como es la venganza), la película funciona en determinados momentos (tampoco muchos, no crean), logrando alguna escena bien rodada (si obviamos el absurdo que la envuelve, la muerte de Sean está bastante conseguida, creando un clima de desasosiego a causa de la fatalidad que la rodea -el joven ya sale por la puerta hacia su casa cuando le encomiendan quitar el trozo de madera de la dársena; éste se libera sin ayuda cuando termina el ataque-; está igualmente lograda la secuencia en la que Michael escapa del animal buceando por el barco sumergido, donde es atacado por el pez, que rompe el casco y dobla la escalera metálica; también el sanguinario asalto al plátano acuático, en el que se encuentra Thea, es un buen ejemplo de planificación y montaje –ese primer plano frontal que muestra al tiburón saliendo del agua ante el artilugio flotante, con los niños montados en el mismo, de espaldas a la cámara y en primer plano, enlazado con otro en el que vemos la salida del mar del animal en plano subjetivo y la reacción de los pequeños, para pasar de nuevo a un plano general que muestra al animal capturando a una de las niñas, y otro final en el que el tiburón se sumerge con la víctima en sus fauces, todo ello rodado a cámara lenta, consiguiendo así añadir más dramatismo a la escena-) e incluso algún momento emotivo (aquel en el que Michael, sentado en la mesa, realiza diversos gestos, siendo imitado, en un principio sin saberlo, por Thea, sentada a su lado. Cuando advierte lo que su hija está haciendo, prosigue gesticulando más exageradamente, en un juego que ya vimos hacer a Martin Brody con su hijo Sean en la primera parte).

 

    La lástima es que, pese al párrafo anterior (al que se le puede sumar un competente reparto que completan Caine, que deviene en interés sentimental de Ellen, y Van Peebles como el mejor amigo de Michael), los errores, en muchos casos de bulto, superan con creces a los aciertos (además del absurdo tema de la venganza, Ellen tiene una especie de conexión telepática con el animal, lo que le hace sufrir un shock cada vez que éste ataca a alguien; así mismo, la mujer tiene flashbacks de acontecimientos que no vivió -al final, cuando ve a su marido acabando con el tiburón de la primera parte-). Surgen, además, dos preguntas con respecto a la conclusión del filme: ¿Por qué el tiburón ruge cuando ataca el barco? y… ¿Por qué estalla? (se dice que éste final fue impuesto, pues en el original el pez era atravesado con el mástil, pero se hundía junto al velero en vez de volar por los aires).

 

    Finalmente apuntar que repite otro personaje con respecto a la primera entrega: Lee Fierro vuelve a hacer el papel de la señora Kintner, la madre del niño que era devorado por el animal cuando nadaba sobre su colchoneta. Aquí la vemos como una de las plañideras en casa de Ellen, tras la muerte de Sean.

 

(4,5/4)

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