SILENCIO DESDE EL MAL (James Wan) / 2007: Ryan Kwanten, Amber Valletta, Donnie Wahlberg, Michael Fairman, Joan Heney, Bob Gunton, Laura Regan, Dmitry Chepovetsky, Judith Roberts, Keir Gilchrist, Steven Taylor.

 

   Jamie Ashen (Kwanten, el Jason Stackhouse de True blood) es un joven que pierde a su esposa Lisa (Regan), brutalmente asesinada en el hogar de ambos mientras él se encuentra ausente. La investigación policial, a cargo del detective Lipton (Wahlberg, visto en la magistral El sexto sentido, M. Night Shyamalan, 1999, y en los capítulos segundo, tercero y cuarto de la saga Saw, en el rol de Eric Matthews), le señala como principal sospechoso, aunque no exista una prueba definitiva que lo inculpe directamente. Para demostrar su inocencia viajará a Ravens Fair, el lugar en el que nació y creció y donde descubrirá que su estirpe está maldita desde hace varias generaciones, pues sus antepasados y el resto de los habitantes del pueblo acabaron décadas atrás con la vida de Mary Shaw, una anciana ventrílocua sospechosa de la desaparición de varios adultos y niños, quien antes de morir lanzó una maldición a los que la asesinaron y a sus descendientes. A su muerte, la mujer es enterrada con sus 101 muñecos, y poco tiempo después comienzan a producirse en el lugar y sus alrededores una serie de horribles crímenes con la característica común de que las víctimas presentan el rostro terriblemente deformado con la boca abierta de manera antinatural y con la lengua arrancada. El mismo aspecto que presentaba Lisa cuando fue encontrada por su pareja.

 

   El co-creador de Saw, 2004 (junto a Leigh Whannell), una de las películas de terror más entretenidas y porqué no, más notables de los últimos años, que daría paso a una legión de secuelas también divertidas en su mayoría, aunque sin alcanzar nunca el nivel del título primigenio (eso sí, la cantidad de giros argumentales, a veces sorprendentes, en alguna que otra ocasión tramposos que albergaba la saga, así como sus personajes, capaces de mutar del bien al mal de una escena a otra, garantizaban el esparcimiento y el recreo desprejuiciado), comenzó con Silencio desde el mal a frecuentar vericuetos que abundarían en sus títulos posteriores afines al subgénero de fantasmas y casas encantadas (véanse Insidious, 2010; Insidious 2, 2013; o Expediente Warren, 2013), llenos de viviendas espectrales, muñecos siniestros, apariciones del más allá, pasillos con cortinas ondeadas por el viento, o susurros y voces sobrenaturales. El personaje de Mary Shaw y su mitología, creados por el propio director y el ya citado Whannell (antes de los títulos de crédito se explica el origen de la palabra ventrílocuo -Venter: Vientre, Loqui: Hablar- y se vincula el mismo con cierta antigua creencia de tintes sobrenaturales mediante la frase: “En el s. VI a. C. se creía que los muertos hablaban a través del estómago de los vivos”), dan lugar a una historia sino excesivamente original (los seres que regresan desde el más allá para vengarse de aquellos que acabaron con su vida son habituales en el género. Véase la saga iniciada con Pesadilla en Elm Street, Wes Craven, 1984, u otras más recientes como En la oscuridad, Jonathan Liebesman, 2003, o Boogeyman: La puerta del miedo, Stephen Kay, 2005. Por no hablar de los muñecos que albergan la personalidad malvada de aquellos que los manejan, añadiendo cierto matiz esquizofrénico tal y como sucede en el segmento The ventriloquist´s dummy, Alberto Cavalcanti, del filme Al morir la noche, 1945, o en Magic: El muñeco diabólico, Richard Attenborough, 1978), sí al menos repleta de momentos notables e incluso alguno memorable.

 

   El primero de ellos es aquel en el que el paquete que contiene a Billy llega a casa de Jamie y Lisa, dejado en la puerta por alguien a quien no vemos. El joven desenvuelve la caja y la abre, dejando al descubierto un muñeco cuya expresión, rubricada por una sonrisa malévola, es capaz por sí sola de cambiar el tono jovial reinante hasta ese momento por otro mucho más sombrío. Más aún cuando, tras dejarlo en un sofá, Billy abre la boca por sí solo, dejando en su cara un gesto aún más turbio que el anterior.

 

    Esa sensación se acrecienta cuando Jamie sale de su casa para ir a un restaurante a comprar la cena, quedando Lisa sola. Entonces la vivienda parece hacerse más oscura (brillante labor de fotografía de John R. Leonetti, un habitual de Wan), tornándose sombría y amenazadora. La joven deja el títere sobre su cama, mirando al techo, pero cuando ella se dirige al armario vemos que tiene la cabeza ladeada, tal y como si la estuviese observando. La muchacha, al volverse, se da cuenta y se sobresalta, tapando a Billy con una sábana, para luego coger una toalla poniéndosela en el estómago mientras se mira en un espejo, como si estuviera embarazada (más adelante descubriremos que sí lo estaba, siendo esa la causa de su asesinato, al albergar en su vientre a un Ashen). A partir de ahí, una serie de circunstancias advierten que algo no va bien: La música que suena en el salón se distorsiona hasta alcanzar un tono desagradable, similar a un quejido ultraterreno, para acabar apagándose; el péndulo del reloj de pared se detiene sin motivo aparente; la tetera suelta un chorro de vapor y Lisa se asusta… una sonrisa poco tranquilizadora resuena en el cuarto y la joven retrocede hasta el marco de la puerta, observando el bulto que esconde al muñeco en la oscuridad y acercándose al mismo, mientras un rayo ilumina la estancia. Cuando la chica se dispone a retirar la manta, ésta cobra vida, envolviéndola y haciéndola volar por los aires y caer en el umbral del cuarto boca abajo. Al intentar levantarse vomita una bocanada de sangre (es digno de mención, por inquietante, ese plano cenital que muestra manos y cabeza saliendo de debajo de la manta) y se gira hacia la habitación, observando algo que la arrastra al interior mientras grita horrorizada. Casi a continuación, se produce la llegada de Jamie, que apaga la tetera mientras llama a su pareja, quien, sorprendentemente, responde. El chico se dirige al cuarto, pero cuando llega al pasillo resbala en un charco de sangre. Entonces vuelve a llamar a su novia, que con una voz que parece reverberar le dice que tiene una sorpresa. El joven abre la puerta de la habitación y enciende la luz, observando la sábana, ligeramente manchada de rojo. Entonces tira de la tela y un picado muestra el horrible descubrimiento: Lisa yace con la boca abierta de forma grotesca mirando hacia el techo, mientras sus brazos se sostienen en el aire, extendidos, conformando un cuadro dantesco que nuestro protagonista observa horrorizado.

 

   Otro momento a recordar es el flashback que narra lo sucedido con Mary Shaw, la ventrílocua que presenta su espectáculo en el teatro Guiñol de Raven´s Fair (atención a su emplazamiento, en un lago franqueado por un puente que une la orilla con la entrada del recinto). Durante la actuación, un niño pone en duda las artes de la anciana, diciendo que ve sus labios moverse. En ese momento la mujer entabla un diálogo con Billy en el que hablan sobre la credibilidad del número y que resulta realmente siniestro, observándose incluso cierto componente bipolar en ella, que parece creer que es el muñeco quien le contesta. Pocos días después se produce la desaparición del niño, y las gentes del lugar culpan a Shaw, que es ajusticiada. El sepulturero cumple el deseo de la mujer de ser transformada en uno de sus títeres, y en un plano brillante vemos en primer término al anciano contándole la historia a Jamie en el presente mientras que por la escalera que contemplamos al fondo le vemos bajar cuando era un niño en dirección a la sala de cadáveres (efectivamente, el narrador es el hijo del enterrador, heredero, además, de su trabajo) en la que su padre acaba de concluir la labor solicitada. El niño se sube a un taburete y en equilibrio precario intenta ver en el interior del ataúd, pero un resbalón provoca su caída y la del féretro. Él queda sentado y el cadáver tendido en el suelo envuelto por la oscuridad. Un oportuno rayo ilumina el rostro macilento y decrépito con las quijadas seccionadas, lo que le da un aspecto horrible, de marioneta de ultratumba. Un cambio de plano muestra ahora a Mary en pie, observándole con una sonrisa perversa, maligna. Al gritar se tapa la boca (tal y como exige la leyenda de Shaw para sobrevivir al encuentro con ésta) y el padre llega al rescate. Para el pequeño se acaba el terror, pero no para el espectador, que observa las viejas fotografías en blanco y negro de las víctimas de la anciana (que recuerdan a las vistas en Los otros, Alejandro Amenábar, 2001), familias enteras (mujeres, hombres, niños…) que parecen posar ante la cámara si no fuese por el siniestro detalle de que están muertas, mostrando una última mueca pavorosa con la boca abierta de forma esperpéntica y con la lengua arrancada.

 

   El asesinato de Henry (Fairman), el sepulturero, también es un ejemplo de ritmo y de tensión creciente. El hombre oye un ruido tras la trampilla del pequeño sótano de la casa y se dirige hacia allí pensando que Marion (Heney), su mujer, está dentro. Una vez en el interior ve algo moverse, y camina a gatas (la altura le impide moverse a pie) para comprobar que se trata de un maniquí. En ese momento la puerta se cierra tras él, dejándole encerrado. De la oscuridad surge una voz que dice: “¡Hola, Henry!”, mientras que una mano huesuda asoma agarrando uno de los soportes de madera. Entonces la mujer aparece junto a él, provocando un grito súbito. Ella sonríe y le arranca la lengua a su víctima, mostrándonos un primer plano del rostro del hombre moribundo. Tras él, el espectro, de perfil, abre la boca y saca una lengua enorme y deforme que atrapa la de él para devorarla, girándose a continuación y susurrando: “Tu voz es mía, Henry”.

 

   En el teatro Guiñol, en ruinas en el presente, tiene lugar uno de los mejores momentos del filme. A él acuden Jamie y el detective Lipton, alertados por la llamada de Henry (la cual se produce una vez el personaje ha muerto), quien dice tener las claves para demostrar que el protagonista no mató a su mujer. Ya en el interior y en una sala oculta por una falsa pared se produce el descubrimiento de una enorme vitrina en la que reposan todos los muñecos de la ventrílocua salvo dos. Uno se oculta bajo una sábana, tratándose del cuerpo del niño que desafiase a la mujer en su espectáculo, transformado en títere. El otro es Billy. Los muñecos comienzan a girar su cabeza uno a uno hacia los dos extraños, observándolos, y un payaso de aspecto diabólico sentado en una mecedora sale de la oscuridad (curiosamente el títere recuerda a Billy, el muñeco de la saga Saw, cuyo nombre también coincide con el del que maneja Mary), poseído por la ventrílocua. Cuando Jamie le pregunta por que mató a Lisa, Shaw le pide que se acerque, susurrándole al oído a través del payaso: “Tú no eras el último Ashen. El último Ashen estaba dentro de ella”. Entonces saca la lengua y lame su cara. El agente dispara, pero el espectro huye y salta de un muñeco a otro, hasta que el protagonista lanza un candil que prende la vitrina y comienza a consumir los títeres. En la huída, Lipton es asesinado, logrando escapar Jamie, que alcanza la orilla opuesta del lago con vida.

 

   El clímax tiene lugar en la mansión de los Ashen, donde Wan nos obsequia con un twist final digno de Saw o de cualquiera de sus secuelas. Allí Jamie halla a Billy en una cuna, siendo sorprendido por Mary Shaw, que sale de detrás de una cortina. El joven logra lanzar el muñeco a la chimenea, provocando la desaparición del espectro. Cuando el protagonista se levanta, ve a su padre sentado en su silla de ruedas, acercándose hasta él. Al tocarlo, la cabeza del hombre cae inerte hacia delante. Y cuando ve la espalda del cadáver, vaciada desde la cintura hasta el cuello y con un palo en la misma posición que la columna, empieza a tomar conciencia de la trampa en la que ha caído, mientras las palabras “El muñeco perfecto” que leyera en un diario de la ventrílocua en el teatro empiezan a resonar en su cabeza. Una serie de flashbacks visualizan el ardid urdido por la madrastra (Valletta), siendo ella la que manejaba el cuerpo del padre y la que imitaba su voz, así como la del sepulturero, tejiendo una tela de araña en la que el protagonista se halla atrapado sin remisión. Da igual que el giro no tenga excesivo sentido (¿Porqué la mujer no mata a Jamie en cualquiera de los momentos en los que tiene oportunidad?), pues el perfecto montaje de Wan, la banda sonora y el golpe que supone para el espectador tal descubrimiento hacen que éste no se plantee la verosimilitud del artificio en el que acaba de caer. Wan es como Mary Shaw: Nos ha engañado con sus artes, como un prestidigitador cualquiera, pero hemos disfrutado tanto (al menos yo lo he hecho) del trayecto y de la conclusión que no nos molestamos en buscar las costuras de la historia, ocultas como lo están las que unen las distintas partes del cuerpo de Billy.

 

   El final, con la madrastra exclamando “¿Y ahora quién es el muñeco?” mientras su cara se transforma en la de la ventrílocua, provocando el grito repentino de terror de Jamie para entrar en su boca en pos de su lengua, seguido de un fundido a negro y un irónico “¡Tsssssssh!” solicitando silencio para pasar a un plano final que muestra una foto en blanco y negro de los últimos miembros de la finiquitada familia Ashen (el padre, Jamie y Lisa y junto a ellos, la madrastra, sonriendo viva y perversa) y una mano anciana y huesuda que cierra el álbum que la contiene, solo se puede calificar de notable, pese a las citadas artimañas de Wan y algún que otro error de bulto (¿Cómo puede ser el niño del teatro el bisabuelo de nuestro protagonista, si es asesinado pocos días después de la función, siendo imposible que deje descendencia? ¿En qué momento se produce la petición de Mary Shaw de ser enterrada con sus 101 muñecos y transformada en títere, si muere asesinada de manera repentina?).

 

   Finalmente resulta llamativa la estética de la película, con una fotografía de tonos ocres, azules y grises sumamente elegante, que nos introducen en el ambiente y las épocas que se recrean, tanto en el presente como en los flashbacks que nos presentan parte de las piezas del puzle que es la vida de Mary Shaw, con unas tonalidades frías que sirven tanto para resaltar el esplendor de antaño del teatro Guiñol como la decadencia del mismo en el presente, así como el ambiente opresivo, deprimente y desesperanzador del Ravens Fair actual. También es llamativo el uso del rojo en determinados momentos, un color que generalmente simboliza la pasión, pero que aquí remite a la rabia y la ira que siente la ventrílocua. Rojo es el coche de Jamie, el único que vemos de ese color en la autopista que nos es mostrada en plano cenital, como si el resto del mundo fuese ajeno a la tragedia del protagonista. También lo son las flores del funeral de Lisa, y las paredes y cortinas del teatro Guiñol. Rojo es, en definitiva, todo aquello que envuelva o toca a las personas que trajeron la desdicha a Mary Shaw, siendo esa rabia la que acabó con ellos en tiempos pretéritos y la que guía a un destino funesto, aciago, a nuestro protagonista en la actualidad. Wan, además, hace gala de determinados recursos estilísticos que dan cierto empaque al filme. Los títulos de crédito son una pequeña obra de arte, conformando un corto que muestra el proceso de diseño y fabricación del muñeco Billy (algo similar a lo visto con Chucky en Muñeco diabólico 3, Jack Bender, 1991, salvando ciertas distancias). Igualmente es destacable ese plano que muestra el cartel situado a la entrada del pueblo y se transforma en una imagen real en movimiento, aprovechando la llegada de Jamie al mismo, de aspecto desolado y ruinoso; o aquel otro en el que vemos la entrada del coche fúnebre que porta el cadáver de Lisa, saliendo de la espesa niebla nocturna.

 

(6,5/4)

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