SECUESTRADORES DE CUERPOS (Abel Ferrara) / 1993: Terry Kinney, Meg Tilly, Gabrielle Anwar, Reilly Murphy, Billy Wirth, Christine Elise, R. Lee Ermey, Kathleen Doyle, Forest Whitaker, G. Elvis Phillips, Stanley Small.

 

   El segundo remake (el primero sería esa auténtica maravilla titulada La invasión de los ultracuerpos, Phillip Kauffman, 1978, una de las mejores películas de terror de la década de los setenta. Posteriormente se realizaría otro más, Invasión, Oliver Hirschbiegel, 2007, que no he tenido el placer de ver) de La invasión de los ladrones de cuerpos, Don Siegel, 1956 (basada a su vez en la obra literaria “Ladrones de cuerpos” de Jack Finney) logró superar las reticencias iniciales hacia un director poco afín al género como es Ferrara (sus únicos acercamientos al mismo fueron The addiction, 1996, y la muy bizarra y fallida El asesino del taladro, 1979), postulándose como un filme notable y que reúne alguna que otra escena para el recuerdo.

 

   Si bien el original daba lugar a diversas lecturas (podía interpretarse como una metáfora acerca de la amenaza comunista tan temida en aquella época, con los extraterrestres como alegoría del invasor soviético que llegaba a implantar el pensamiento único, pero también como una crítica nada velada al maccarthismo o caza de brujas elucubrada por el tristemente famoso senador republicano durante la década de los cincuenta), el filme de Ferrara deja poco lugar a las elucubraciones, situando la acción en una base del ejército y posicionándose así ideológicamente (el mal empieza en uno de los estamentos del gobierno, posiblemente el más poderoso e influyente, extendiéndose a partir del mismo al resto de la sociedad). Esa situación está completamente justificada, pues los militares suelen actuar como un colectivo poco dado a las individualidades, escondiendo sus sentimientos para no mostrar sus debilidades, tal y como hacen los invasores.

 

   En esta ocasión, una familia formada por los hermanos Marti (la guapísima Anwar) y Andy (Murphy) llegan junto a Steve, su padre (Kinney) y Carol, su madrastra (Tilly, vista en Psicosis II: El regreso de Norman, Richard Franklin, 1983 y desaparecida posteriormente en cine y televisión hasta su aparición en la tristemente fenecida Cáprica) a un campamento militar donde el cabeza de familia, científico de profesión, ha de desarrollar un trabajo de investigación. Allí Marti entablará amistad con Jenn (Elise, la hermanastra de Andy Barclay en Muñeco diabólico 2, John Lafia, 1990), la hija del general Platt (un Lee Ermey empeñado en sobreactuar), y se enamorará de Tim (Wirth, uno de los vampiros de Jóvenes ocultos, Joel Schumacher, 1987), un joven soldado, mientras comienza una invasión extraterrestre silenciosa e implacable que planea intercambiar a los individuos por clones carentes de sentimientos y emociones.

 

   El caso es que el director consigue varias escenas más que logradas, dotándolas de una tensión que va en aumento, acentuándose, según avanza el metraje, el grado de paranoia de los protagonistas y del espectador. Asistiremos así al primer día de clase de Andy, que observa aterrorizado como sus compañeros realizan el mismo inquietante dibujo; al descubrimiento por parte del niño de que su madre ya ha sido replicada, encontrándose con los restos del cuerpo original sobre la cama. Evidentemente, nadie creerá al pequeño hasta que sea demasiado tarde; o a la visita de Marti a casa de Jenn, que le dice que su madre, alcohólica crónica, ha dejado de beber, observando ambas como ésta se despide para ir a jugar al bridge (juego que no ha practicado en su vida, según palabras de su hija). Y llegaremos a uno de los mejores momentos del cine de género de las dos últimas décadas, en una sucesión de escenas aterradoras y acongojantes que justifican el visionado del filme y lo redimen de sus errores y desaciertos. Todo comienza con Marti tomándose un baño relajante en su casa, mientras que Carol (más bien su réplica) le da un masaje a Steve en la habitación. La música que escucha la joven por los auriculares comienza a mezclarse con la inquietante partitura creada por Joe Delia (habitual en la filmografía de Ferrara), mientras vemos que en el falso techo del aseo hay una vaina de la que salen unos hilos que comienzan a penetrar por la nariz y la boca de la chica dormida. Un nuevo plano nos muestra al clon en el interior de la vaina, que se va formando mientras absorbe los jugos que extraen los filamentos. En la habitación, Carol observa impertérrita como el cuerpo de su marido también es invadido. La acción vuelve al baño, donde el peso del engendro hace que el techo comience a ceder, lo que provoca que Marti despierte, arrancándose las fibras que le extraen la vida. Finalmente la estructura rompe y la réplica, casi completamente formada, cae con estrépito sobre la bañera y la chica, que huye aterrorizada al dormitorio de sus padres. Allí despierta a su progenitor, mientras el deforme clon de éste, bajo la cama, la coge de los pies. Un nuevo plano nos muestra a Carol en el piso inferior, delatando a su familia por teléfono. Steve se encuentra con su mujer cara a cara, que pronuncia de manera átona unas palabras que resultan terroríficas y amenazadoras: “A dónde vas a ir. A dónde vas a huir. Dónde vas a esconderte. En ninguna parte. Porque ya no hay nadie como tú. Nadie”. El hombre duda por unos segundos, pero aparta a la que fuera su esposa cuando llegan Marti y Andy, exclamando: “¡No te acerques a mis hijos!”. El siguiente plano es, simplemente sensacional, mostrándonos la puerta de la casa abierta, de la que sale una aterradora Carol con paso decidido, que se detiene ante la cámara, señalando con su dedo índice hacia la misma (y al espectador, al que también delata) emitiendo un sonido gutural aterrador que pone sobre aviso a sus semejantes y que a los que han visto el remake de Kauffman les será muy familiar. De inmediato, la calle de ese barrio residencial (un lugar aparentemente tranquilo e idílico) se ve inundado por las hordas extraterrestres (esos vecinos a los que vemos día tras día y que parecen dignos de toda nuestra confianza. Una vez más, la amenaza y el terror proviene de lo cotidiano, de lo normal, de aquello que nos acompaña día a día y que suponemos fiable y seguro), que salen de todos los lugares en persecución de los diferentes, y por los sonidos de las sirenas de la policía, otro de esos estamentos que supuestamente vela por nuestra seguridad, pero que en este caso es sinónimo de pánico y paranoia.

 

   Es una lástima que haya otros momentos bastante irregulares, como el suicidio del comandante Collins (un más que flojo Whitaker), asediado por las hordas invasoras que le intentan convencer de los beneficios de la conversión; o la risible prueba a la que los usurpadores someten a Tim para comprobar si es uno de ellos: “Me he tirado a tu novia”, le espeta uno de sus amigos esperando una reacción humana que nunca llega.

 

   El final, más optimista que el del remake previo, muestra a los dos supervivientes a bordo de un helicóptero militar con el que bombardean la base y los camiones que llevan las vainas a sus destinos con el fin de ampliar la colonización a nivel mundial, apoyándose en un sentimiento tan humano como es el de la venganza, del que carecen los extraterrestres, y con el que éstos no cuentan cuando dejan huir a los protagonistas.

 

(7/2)

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