PSICOSIS II: EL REGRESO DE NORMAN (Richard Franklin) / 1983: Anthony Perkins, Vera Miles, Meg Tilly, Robert Loggia, Dennis Franz, Hugh Gillin, Claudia Bryar, Robert Alan Browne, Ben Hartigan, Lee Garlington, Tom Holland.

 

   Norman Bates regresa a su hogar veinte años después de los sucesos acaecidos en Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960, siendo liberado de su aislamiento gracias a la intervención del doctor Raymond (Loggia, visto en Sangre fresca: Una chica insaciable, John Landis, 1992). Éste le procura un trabajo en un restaurante cercano, en el que conocerá a Mary Loomis (la bellísima Tilly -hermana de Jennifer Tilly-, auténtico descubrimiento del filme, que casi desaparecería del posterior panorama cinematográfico, exceptuando su papel en Secuestradores de cuerpos, Abel Ferrara, 1993), una joven camarera a la que invita a pernoctar en su motel cuando ella discute con su novio (y que realmente es la hija de Lila Loomis -la hermana de Marion Crane, interpretada por Janet Leigh en Psicosis-, a quien vuelve a dar vida Miles, concibiendo ambas un plan para volver loco a Bates). Regentando el mismo se encontrará a Warren Toomey (Franz, muy conocido en aquella época por su papel del Teniente Buntz en la recordada Canción triste de Hill Street, y cuyo físico recuerda al que el escritor Robert Bloch, autor de la novela que dio lugar a la película de Hitchcock, describió para el Norman Bates literario), un hombre despreciable que ha convertido la pensión en una casa de citas. Pronto comenzarán a sucederse las llamadas, las apariciones y los asesinatos cometidos por alguien que dice ser la verdadera madre de Norman, sucesos que pondrán a éste de nuevo al límite de la locura de la que parecía haberse recuperado.

 

   Franklin (fallecido a causa de un cáncer de próstata en el año 2007), que había debutado en el género con la interesante Patrick, 1978, y que posteriormente realizaría las reivindicables Link, 1986, y FX 2: Ilusiones mortales, 1991, tuvo los arrestos para dirigir la secuela de uno de los grandes clásicos del cine de terror de todos los tiempos, con todo lo que eso conlleva. Evidentemente, no pudo evitar que su filme fuera prejuzgado, denostado y crucificado, antes siquiera de ser visto, por los extremistas que afirman que todo clásico es intocable vía remake o secuela, sin tener en cuenta que estos dos términos han dado lugar a genialidades del fantástico de la talla de La invasión de los ultracuerpos, Philip Kaufman, 1978; La cosa, John Carpenter, 1982; La mosca, David Cronenberg, 1986; El amanecer de los muertos, Zack Snyder, 2004; Las colinas tienen ojos, Alexandre Ajà, 2006; o The crazies, Breck Eisner, 2010, si nos referimos al primero, y Zombi, George A. Romero, 1978; Aliens: El regreso, James Cameron, 1986; Regreso al futuro II, Robert Zemeckis, 1989; Terminator II: El juicio final, James Cameron, 1991; Scream 2, Wes Craven, 1997; o El caballero oscuro, Christopher Nolan, 2008, en cuanto al segundo (fuera del género podemos mencionar remakes como El precio del poder, Brian De Palma, 1983, o secuelas como El padrino. Parte II, Francis Ford Coppola, 1976, aunque éstas -y alguna de las anteriores- si cuentan con el beneplácito de los sesudos críticos al no pertenecer al cine de terror). Pese a ese estigma, el director consiguió una película más que digna a pesar de algún que otro error disculpable (mínimos bajones de ritmo; esa concesión a la moda del slasher imperante en esa época -Viernes 13, Sean S. Cunningham, 1980, y su horda de secuelas e imitaciones triunfaban en taquilla- en el asesinato del joven que entra en el sótano de la mansión junto a su novia; o alguna que otra laguna en el guión, obra de Tom Holland, director de Muñeco diabólico, 1988 -Hay cosas que no quedan muy bien explicadas, como la autoría de las llamadas a Norman; si lo que éste ve u oye es real o producto de su imaginación; el cómo puede enterrar una anciana a otra mujer más joven que ella bajo una montaña de carbón en los segundos que el Dr. Raymond tarda en llegar al sótano; la explicación final del sheriff Hunt, similar a la que acontecía en el filme de Hitchcock, pero mucho más traída por los pelos, al culpar con argumentos bastante vacuos a Mary y su madre Lila de todos los asesinatos-; o el tramposo final, en el que se descubre la identidad de la supuesta auténtica madre de Bates), logrando que el regreso de Norman contase con escenas realmente sobrecogedoras, como la de la nota amenazante supuestamente escrita por Norma Bates que cuelga de la rueda de pedidos en el restaurante y que el protagonista lee con auténtico pavor; aquella otra en la que Norman pinta la pared del motel y observa una figura femenina observándole desde una de las ventanas del enorme y próximo caserón, permaneciendo imperturbable mientras él se acerca, y desapareciendo cuando entra al interior; la secuencia en la que Mary mira a través de una mirilla oculta tras un cuadro el baño anexo y, súbitamente, vemos un ojo aparecer al otro lado de la pared; el salvaje asesinato de Lila, con ese enorme cuchillo que le atraviesa la cabeza (atención a los FX de Greg C. Jensen); ese contrapicado casi al final que muestra la mansión de los Bates mientras observamos a una anciana figura femenina ascendiendo por las escaleras que llevan a la casa (reseñar aquí la magnífica labor en los matte paintings de un experto en la materia como Albert Whitlock, un habitual de Alfred Hitchcock); o el sonoro y contundente final que nuestro protagonista le proporciona a su “madre”, llevando el cadáver a su cuarto y “hablando” con ella como si estuviera viva mientras imita su voz.

 

(6,5/5)

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