NUEVA PESADILLA DE WES CRAVEN, LA (Wes Craven) / 1994: Robert Englund, Heather Langenkamp, Miko Hughes, David Newsom, Tracy Middendorf, Fran Bennett, John Saxon, Wes Craven, Marianne Maddalena, Sarah Risher, Robert Shaye, W. Earl Brown, Tuesday Knight, Lin Shaye.


   Wes Craven es capaz de lo mejor y de lo peor: Si en los ochenta redefinió el psycho-killer con una magistral vuelta de tuerca en la que transformó al asesino de turno en un ser sobrenatural, prácticamente inmortal y capaz de proyectarse en los sueños de sus víctimas, convirtiéndolos en pesadillas y acabando con ellas desde los mismos, en los noventa provocó el resurgir del cine de terror, que llevaba una década sin dar señales de vida, con una saga aterradora, pero a la vez partícipe de un humor autorreferencial e inteligente que daba la vuelta a todas las películas de asesinos enmascarados con las que nos habían bombardeado hasta la fecha (me refiero a la trilogía Scream, 1996, 1997 y 2000). Lo malo es que cuando le sale algo torcido, resulta ser un auténtico tostón (basta con ver Bendición mortal, 1981; Las colinas tienen ojos 2, 1985; Amiga mortal, 1986; Un vampiro suelto en Brooklyn, 1995; o La maldición, 2005), y La nueva pesadilla de Wes Craven se halla inmersa en este grupo por (de)méritos propios.


   No hay duda de que la idea inicial es del todo acertada (Freddy es una entidad maligna real que permanece latente mientras se realizan películas de la serie, pero que sale a la luz una vez el personaje ficticio muere en la sexta entregaPesadilla final: La muerte de Freddy, Rachel Talalay, 1991-, tomando forma corpórea y poniendo en serios aprietos a los actores de las anteriores entregas en sus vidas reales), pero ésta pronto se diluye como un azucarillo, acumulando errores de manera continuada (las típicas cuchillas de Freddy se convierten en una garra que actúa por voluntad propia; el nuevo look de Krueger, lejos de causar temor, provoca risa, con esa gabardina y esa nueva máscara que parece salida de un mercadillo; Langenkamp resulta enervante en su papel de estrella de segunda caprichosa y consentida; la química de la actriz con Newsom, en el rol de su marido, es nula; Hughes es del todo insoportable, y sus ataques son hilarantes en lugar de perturbadores –lejos queda su notable y emotiva labor en Cementerio viviente, Mary Lambert, 1989-; Craven demuestra en su escena porque se dedicó a la dirección y no a la actuación; el final es lamentable y anticlimático, cayendo Freddy en una trampa indigna de un supuesto ser sobrenatural y casi inmortal –es empujado a un horno por Nancy y su hijo tras quedar atrapado con la puerta del mismo-), y transformando así esta nueva entrega en una de las peores de la saga, pese a algún momento en el que levanta mínimamente el vuelo (la escena de la autopista está filmada de manera notable, aunque haya un plano en el que se ven los hilos que suspenden a Hughes en el aire; el diálogo que tiene lugar entre Nancy y el Teniente Thompson –un Saxon al que siempre es un placer ver en pantalla- tras el mencionado capítulo de la autopista es brillante –“¿Porqué me llamas Nancy?”, le inquiere Heather, a lo que Saxon le contesta: “¿Y tú a mí porque me llamas John?”, demostrando que los personajes reales de Heather y John han retomado sus roles ficticios de la primera entrega, convirtiéndose de nuevo en padre e hija-).


   El juego autorreferencial y metacinematográfico que posteriormente funcionaría magistralmente en la saga Scream, resulta, aquí, pretencioso y excesivo debido a las carencias de guión, a las interpretaciones y a la mediocre puesta en escena de Craven.


(4/4)

CARÁTULAS Y POSTERS

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(V.O.S.E.)

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