JEEPERS CREEPERS (Victor Salva) / 2001: Gina Phillips, Justin Long, Jonathan Breck, Patricia Belcher, Eileen Brennan, Brandon Smith, Peggy Sheffield, Jeffrey William Evans, Patrick Cherry, Jon Beshara, Avis-Marie Barnes, Steve Raulerson.

 

   Los hermanos Trish (Phillips) y Darry (Long, visto en Arrástrame al infierno, Sam Raimi, 2009) emprenden un largo viaje por carretera para visitar a sus padres. En una de esas solitarias interestatales que atraviesan el país, sufren un fatal encontronazo con un vehículo pilotado por una voraz criatura que se encapricha con ellos, viéndose obligados a detenerse para pedir ayuda a las autoridades del lugar y a los habitantes de los alrededores. A partir de ahí comenzará una ardua lucha por la supervivencia, en la que se enfrentarán los dos jóvenes y el creeper, un ser que cada 23 años despierta de su letargo durante 23 días para cazar y alimentarse.

 

   El director Victor Salva, que hasta el momento solo había realizado, dentro del género, la vulgar Clownhouse, 1989, dio en el clavo en plena efervescencia del slasher juvenil causada por Scream, Wes Craven, 1996, y sus secuelas con un producto curioso y alejado de los parámetros de la época que se convirtió en película de culto al poco tiempo de su estreno. Para ello, y contando con la producción de Francis Ford Coppola, se sirvió de una historia no demasiado original (un grupo de gente, en este caso dos hermanos, que se ven acosados en un territorio hostil, solitario y desconocido, por un ser cuyo objetivo es aniquilarlos a ellos y a todo aquel que muestra intención de echarles una mano) pero que contenía varios pasajes cautivadores (véase, por ejemplo, el descenso a la cueva del creeper), y de unos personajes que lograban conectar con el público (Salva se toma su tiempo en presentarnos a los hermanos, a los que vemos interactuar, dialogar y bromear, acciones todas en las que queda patente su complicidad y afinidad). Pero el gran hallazgo fue el creeper (Breck, sensacional), una especie de demonio alado que busca a sus presas con el fin de alimentarse de los órganos que necesita para su propia regeneración, y para el que se creó una mitología particular y coherente (el consabido periodo de tiempo que pasa entre cada uno de sus despertares; la caverna donde guarda los cuerpos de sus víctimas, conocida como La casa del dolor; su necesidad de causar miedo en sus presas, para olerlas y saber qué parte del cuerpo necesita exactamente; el vehículo que utiliza para desplazarse y cazar…), convirtiéndose desde el mismo momento del estreno en un icono del género.

 

   Tras unos primeros cinco minutos de calma, con presentación de personajes incluida, tiene lugar el primer ataque: Darry adelanta a una caravana que circula lentamente mientras Trish mueve el dial de la radio, encontrando tan solo emisoras de predicadores, algo que remarca de manera sutil la soledad y lo inhóspito del lugar en que se encuentran. Un plano frontal muestra a ambos, mientras al fondo vemos el vehículo que acaban de adelantar, que se aparta al arcén. Tras él aparece un nuevo automóvil acercándose velozmente. Sus líneas se definen y observamos que se trata de un viejísimo furgón, evidentemente trucado, que de súbito se halla pegado a la trasera del coche de los chicos, sin que éstos se den cuenta. El claxon suena de repente, y lo hace con un sonido brusco, grotesco, aterrador, sobresaltando a los hermanos, que intentan apartarse para dejar paso. Las intenciones del conductor aparentan ser otras, pues en vez de adelantarles parece quedar echarles fuera de la carretera, hasta que finalmente les pasa, dejándolos atrás rápidamente. Son evidentes (y reconocidas por el propio director) las influencias de El diablo sobre ruedas, Steven Spielberg, 1971.

 

   Tras un momento de respiro en el que la pareja consigue calmarse y volver a sus conversaciones banales, llegará uno de los momentos más logrados del filme. Trish interrumpe la charla y señala un punto fuera de la carretera. Descubrimos en un lateral una vieja iglesia abandonada y el furgón que les persiguiera aparcado junto a ella. Darry reduce la velocidad y lo que ven resulta del todo inquietante: Una figura humana, ataviada con un largo abrigo y un sombrero que no permite visualizar sus facciones, se mueve desde la trasera del vehículo hasta una enorme tubería encastrada en el suelo y cuyo extremo sobresale del mismo. Por ella lanza sendos bultos, de tamaño similar al de un ser humano, envueltos en sábanas blancas con manchas rojizas. Cuando descubre el vehículo de los chicos, se detiene junto al furgón y les observa desde la lejanía. Darry comprueba su móvil, sin batería, mientras que un nuevo plano muestra al viejo vehículo saliendo tras los protagonistas. En cuestión de segundos se vuelve a situar detrás, tocando de nuevo ese claxon infernal y embistiéndoles varias veces (tal y como anuncia el mensaje de “golpeándote” en la matrícula, algo que deja de manifiesto el particular sentido del humor de la criatura) hasta que logra echarlos de la carretera.

 

   Tendrá lugar entonces la única decisión estúpida del filme. Es Darry quien plantea regresar en busca de algún superviviente (Salva lo justifica en el comentario del DVD con el consabido tema de la empatía, focalizado en la frase con la que el joven convence a su hermana: “¿Y si fuéramos nosotros los que estuviéramos ahí abajo?”, aunque no resulta en absoluto convincente), y, pese a los inconvenientes que Trish plantea, finalmente da su brazo a torcer. Ya en la iglesia (de estupendo se puede calificar ese plano con grúa que parte del suelo, mostrando el antiguo edificio abandonado con los cuervos como únicos moradores, hasta llegar a su cima, coronada por una cruz, desde donde observamos la llegada del vehículo de los chicos), Darry se descuelga por la boca de la tubería, por la que cae accidentalmente tras sufrir un desafortunado encuentro con unas ratas (¿Cómo llegarían hasta ahí?). Una vez recuperado del golpe, y tras ponerse en pie, descubre los siniestros bultos. Uno de ellos comienza a moverse, y Darry descubre un rostro macilento, con los labios morados, que intenta decir algo (la banda sonora de Bennett Salvay resulta decisiva a la hora de aumentar, si cabe, la tensión existente). El chico moribundo se señala el estómago, y nuestro protagonista aparta la envoltura, dejando al aire la piel, abierta y suturada descuidadamente desde el pecho hasta el vientre. Entonces el chico fallece.

 

   Darry se agacha para atarse un playero, y se coloca la linterna bajo el brazo. Es así como se ilumina la parte que se halla tras el chico, en la que descubrimos un mosaico de cuerpos inertes y desnudos que adornan la pared. Una gota incolora y densa cae sobre la punta del calzado y el chico ilumina el techo, dejando a la vista un espectáculo tan estremecedor como dantesco. Decenas de cuerpos embalsamados ribetean la bóveda de la caverna, convirtiéndola en “una Capilla Sixtina para psicópatas” (tal y como el chico la describirá posteriormente ante un oficial de policía). El score resulta del todo desasosegante, y añade varios enteros a lo enfermizo de la escena. Mientras, Darry sigue recorriendo con su linterna las paredes del escondite, iluminando aquí y allá todo un mosaico de cadáveres. La tensión se rompe momentáneamente con una salida al exterior, donde la luz del sol parece darnos un poco de aliento. Apoyada en el coche nos encontramos a Trish, que espera impaciente a su hermano. Al final de la enorme recta aparece un furgón, y su similitud con el del creeper hace que la joven entre en su vehículo y lo arranque. Cuando pasa frente a ella, vemos que la camioneta es otra. La llegada de Darry, que golpea la ventanilla totalmente ido, provoca un nuevo sobresalto.

 

   Una nueva secuencia en el coche, con Trish intentando que su hermano, aún en estado de shock, le cuente lo que ha visto, nos lleva hasta una nueva localización: el bar de carretera en el que los hermanos se detienen para pedir ayuda. Cuando el teléfono público que está a su lado comienza a sonar, la chica descuelga y alguien pregunta por Darry. Una mujer le pone un fragmento de una canción llamada “Jeepers creepers”, la cual, según aquella, avisa de la llegada de la criatura. Con la caída de la noche llega una pareja de agentes de la ley, a los que Darry les cuenta todo lo sucedido. Nos acercamos a otro momento inquietante, en el que una camarera se acerca a los jóvenes y les alerta de que varios de los clientes han visto a alguien abriendo su vehículo y olisqueando las prendas de las maletas. Esa sensación de indefensión que representa la intrusión en algo tan personal como es una maleta llena de ropa se acrecienta cuando los dos hermanos salen al exterior y observan la puerta trasera del coche abierta, con la ropa tirada por los asientos y el asfalto. La cámara se fija en el rostro de Trish, y oímos un ligero aleteo, casi imperceptible, tan sutil como la sombra que se proyecta en un letrero situado en el tejado del bar. El plano asciende desde la chica hasta el cartel de la gasolinera, en un cenital ligeramente ladeado, tal y como si alguien observase desde las alturas.

 

   Los chicos son escoltados por la pareja de policías, que circulan en su coche patrulla tras ellos. Una comunicación por radio anuncia a los agentes que la iglesia está ardiendo. La cámara sigue en plano secuencia la acción, pasando de un vehículo a otro sin cortes, con todas las dificultades técnicas que ello conlleva. En el coche de los chicos, Trish sintoniza varias emisoras sin detenerse en ninguna en concreto. En una de ellas Darry escucha una melodía conocida, concretamente una versión de la canción que anteriormente oyera por teléfono. La advertencia de la mujer cobra sentido ipso facto: Un plano frontal de los chicos muestra el vehículo policial en segundo término, y sobre el mismo observamos una figura. Ya en el coche patrulla, la mujer, alertada por el ruido, asoma su cabeza, siendo extraída del interior con violencia. A continuación, la criatura abre un agujero en el techo con suma facilidad y coge al agente, sacando su cabeza al exterior. Con la otra mano blande un enorme hacha, rebanando la testa y lanzándola sobre el capó del coche de los chicos. Ambos vehículos se detienen, y Trish se acerca a la patrulla, en la que se halla el creeper. Éste sale a la vez que la joven regresa a su coche, recogiendo la cabeza cercenada y oliéndola. Luego muerde la lengua y tira de ella, mientras que los chicos escapan aterrorizados.

 

   Trish y Darry detienen su huída ante una casa junto a la carretera, habitada por una solitaria mujer (Brennan). Cuando piden un teléfono les pregunta si están solos, mientras señala una plantación cercana. Los chicos se giran y observan que donde antes había un espantapájaros ahora se asienta el creeper. La mujer, armada con una escopeta, sale al exterior y dispara, errando el tiro. Un fuerte golpe en el techo de la vivienda señala la localización del ser. La anciana entra en su morada, y al poco rato sendas detonaciones iluminan la oscuridad reinante en el interior de la misma. Otro pequeño lapso de tiempo y observamos su silueta en el porche, inquietantemente inmóvil. Tras ella se adivina la figura de la criatura, de la que vemos su horrible rostro cuando aparta a su víctima. Los chicos entran en su coche y el creeper salta sobre el capó. Cuando Trish logra salir hacia atrás, la criatura se eleva con una voltereta y cae con gracilidad en el pavimento. La joven, azuzada por Darry, acelera e intenta atropellarla hasta en tres ocasiones, consiguiéndolo a la tercera y dejando un cuerpo inerte y destrozado. Los chicos observan los restos, en apariencia sin vida. Entonces, un apéndice similar al ala de un murciélago sale de la espalda de la criatura y comienza a agitarse con fuerza. Nuevamente superados ante lo que ven, vuelven a huir, pasando sobre el cuerpo.

 

   El desenlace del filme tiene lugar en la comisaría a la que llegan los jóvenes en busca de auxilio. Allí llega también Jezelle (Belcher), la mujer que hablase con Darry por teléfono y que dice ser una médium que ha visto en sueños al creeper y su obra, así como lo que les sucedería a los chicos. Un apagón y un corte en las líneas telefónicas provoca un recuento de presos en las celdas del piso inferior. En la última, el agente encargado descubre a la criatura devorando a uno de los reos, mientras sus compañeros observan conmocionados. El policía dispara al creeper sin dañarlo, siendo asesinado a continuación. En la planta de arriba, Jezelle intenta convencer a los chicos para que la acompañen (“´Jeepers creepers, ¿Quién te dio esos ojos?´ Lo oigo sonar mientras uno de los dos grita. Grita en un lugar oscuro. ¡Grita por última vez!”, les dirá), consiguiendo su objetivo. La comunicación por radio informa a los policías de esa misma planta de lo que sucede en el piso inferior. Del grupo agazapado que apunta con sus armas hacia las escaleras que comunican con las celdas se adelanta un agente, pistola en ristre. Un ruido en el techo hace que el hombre alce la vista, siendo envuelto por las alas del creeper. Cuando éste desaparece, un plano desde la espalda del policía muestra un grotesco agujero que atraviesa su pecho de lado a lado, filtrándose la escasa luz existente en el pasillo a través del mismo. Entretanto, los hermanos intentan escapar por una salida de emergencia. La aparición de la criatura les pone en fuga, mientras que la mujer, paralizada, es olfateada por el creeper, que sigue su camino sin hacerle nada.

 

   Los chicos llegan a una habitación, acorralados por la criatura. Ésta los coge y comienza a olerlos y lamerlos. En un momento determinado parece tomar una decisión y lanza a Trish al suelo. Los agentes supervivientes, armados, hacen su aparición y apuntan al ser, que emite un grito salvaje mientras extiende los apéndices óseos ocultos en su rostro, estirando varias membranas que le otorgan un aspecto aún más feroz. La chica suplica que la lleve a ella, y el creeper parece dudar por un momento, pero vuelve a emitir un aullido aún más inhumano que el anterior. Entonces extiende sus alas y huye raudo con su presa rompiendo el cristal de la ventana. La chica corre tras ellos, pero pronto los pierde de vista en el cielo nocturno.

 

   Ya de día, un cuervo sobrevuela la comisaría y llega hasta el exterior de una vieja fábrica abandonada. La cámara nos introduce en sus dependencias mientras oímos los gritos de Darry y el ya consabido tema musical. Tras un breve deambular llegamos hasta el lugar donde el creeper se halla sentado en una mesa. La cámara realiza un suave movimiento hasta enfocar el torso desnudo del joven, al que reconocemos por su tatuaje. El plano sigue hasta su cara, mostrando un rostro con ambos órganos oculares arrancados y deteniéndose en el izquierdo. Tras la cuenca vacía aparece el ojo del creeper, idéntico al que segundos antes aún perteneciese a Darry. Un final nada complaciente para el público que da paso a los títulos de crédito.

 

(7,5/3)

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