HOUSE ON HAUNTED HILL (William Malone) / 1999: Geoffrey Rush, Famke Janssen, Taye Diggs, Peter Gallagher, Chris Kattan, Ali Larter, Bridget Wilson-Sampras, Max Perlich, Jeffrey Combs, Dick Beebe, Slavitza Jovan.

 

   Stephen Price (Rush, un solvente actor alejado del género fantástico, si exceptuamos su aparición en la saga Piratas del Caribe en el papel del capitán Hector Barbossa) es un multimillonario excéntrico y megalómano poseedor de varios parques de atracciones. Su última extravagancia consiste en invitar a varias personas a un enorme hospital psiquiátrico abandonado de trágico pasado para proponerles un reto según el cual han de pasar una noche en el lugar llegando con vida hasta el amanecer, ofreciendo un suculento cheque al portador a quien lo consiga. Pese a que en un principio todo parece tratarse de un juego pergeñado por Price (obvio homenaje al apellido de Vincent Price, brillante actor cuya carrera transcurrió siempre cercana al fantástico y que protagonizó La mansión de los horrores, William Castle, 1959, la película que originó el remake que nos ocupa) los sucesos paranormales, las desapariciones de algunos de los invitados y los asesinatos comienzan a sucederse, y lo que comienza como un pasatiempo para hacerse rico se convierte en una lucha por la supervivencia.

 

   Nos encontramos ante la primera producción de Dark Castle Entertainment, la división de Silver Pictures creada por Joel Silver, Robert Zemeckis y Gilbert Adler cuyo nombre rendía homenaje al director William Castle, y que nació con el objetivo de realizar remakes de las películas de éste, premisa que solo se cumplió en el filme analizado y el posterior, 13 fantasmas, Steve Beck, 2001, pues luego producirían, aún dentro del género, películas propias y otros remakes sin nexo alguno con el director cuyo apellido da nombre a la compañía, para acabar incluso realizando otros largometrajes sin ningún tipo de relación con el terror.

 

   Sin ninguna duda, la película tiene un comienzo prometedor, ya desde los mismos títulos de crédito (su factura artesanal y la música que los acompaña, de la época en la que se produjeron los desmanes en el centro, son de lo más adecuados, y les otorgan un aspecto tétrico y perturbador), o con ese flashback en el que se muestra la revuelta acaecida en la institución en el año 1931 y que provocó el cierre de ésta (veremos al doctor Vannacutt -Combs, bastante desaprovechado- operando en vivo a uno de sus pacientes, al que hurga en el estómago con un bisturí, mientras una enfermera graba el proceso. Mientras, en el exterior, los internos se reúnen y comienzan a asesinar a los celadores -el cuello de uno de ellos es atravesado con un lápiz afilado-, luego a las enfermeras, a las que ahogan en baldes de agua, y finalmente al propio doctor, incendiando luego la gigantesca edificación), a lo que se suma la presentación de Price en uno de sus parques, mientras inaugura una montaña rusa repleta de trampas (un ascensor averiado en caída libre, un raíl que se rompe y parece que va a provocar un descarrilamiento…) que intentan provocar el pánico en sus usuarios, algo que sirve para que conozcamos el peculiar carácter del millonario. También la llegada de los invitados al edificio abandonado es mostrada de manera notable (antes veremos a Price realizando la lista de asistentes en el ordenador de su oficina y cómo éstos cambian sin que nadie interactúe justo después de que el hombre abandone el lugar. Por cierto, entre los convidados originales se encuentran Gilbert Adler y William Malone, productor y director de la cinta respectivamente, además de Valdemar Tymrak, un personaje del capítulo Report from the grave perteneciente a Historias de la cripta dirigido por el propio Malone, y Mary Seward, cuyo apellido es el del administrador del hospital psiquiátrico en el que se halla recluido Renfield en el Drácula de Bram Stoker), ofreciéndose un primera imagen de ellos mediante un amenazador picado desde el armatoste de hormigón y acero mientras suenan los acordes del “Sweet dreams (are made of me)” de Marilyn Manson (que versiona el original de Eurythmics).

 

   El nivel mostrado en el inicio se mantiene (e incluso aumenta) en la parte central del metraje. La ayuda externa queda inhabilitada con la puesta en marcha automática del sistema que aísla y cierra herméticamente el edificio mediante poleas y ruedas dentadas, ideado por el propio Vannacutt para evitar la huida de los pacientes, y que provocó la muerte de casi todos ellos décadas atrás (solo cinco sobrevivieron al incendio). Pritchett (el cómico Chris Kattan, en un sorprendente papel), el propietario del hospital que se halla en el lugar para cobrar el alquiler del mismo, parece ser el único que tiene constancia del peligro que corren las vidas de los presentes (“iba a hacerlo papá, pero la casa le mató”, responde cuando le preguntan por qué nadie inhabilitó el cierre automático. La misma persona le contesta: “dijo que lo de su padre fue un accidente”, pero Pritchett resulta contundente: “Mentí. La casa está viva. Vamos a morir todos”), pues, pese a lo sucedido hasta ese momento, Price sigue actuando como si todo fuese un juego (incluso veremos que tiene un ayudante -Perlich- que vigila con cámaras todo lo que sucede en las habitaciones y que se encarga de activar determinados mecanismos a distancia que simulan fenómenos paranormales). También tienen su atractivo los dos primeros descensos a los sótanos: En uno se produce el hallazgo de un muro medio derruido que deja a la vista una puerta metálica cerrada a cal y canto, a través de la cual se oyen aullidos y lamentos aterradores que parecen proceder de una sala de torturas ubicada en el mismísimo infierno. En el otro acontece la desaparición de Marr (Wilson, la fugaz hermana de Sarah Michelle Gellar en Sé lo que hicisteis el último verano, Jim Gillespie, 1997) mientras graba con su videocámara las dependencias inferiores. En uno de los momentos más aterradores del filme observa a través de la pantalla a Vannacutt y sus ayudantes realizando una operación en la misma sala en la que se encuentra, y en la que, cuando retira la lente, parece estar completamente sola. Cuando alza de nuevo el aparato, la aterradora imagen, que se cuela como un residuo del pasado, vuelve a cobrar vida, pero en esta ocasión el doctor y las enfermeras son conscientes de la presencia de la joven, alzando la vista simultáneamente y observándola con gesto siniestro. La chica se vuelve y descubre tras ella, en el pasillo, una figura de aspecto humano y rostro difuso que parece mirarla. Un grito resuena en la estancia y Pritchett, en el salón principal, sentencia: “Dios, está muerta. Y era tan guapa…”. El posterior hallazgo de la cámara y la grabación que en ella se observa (el equipo tirado en el suelo graba la mano temblorosa de la joven en medio de un charco de sangre, mientras oímos un grito horrible) parecen confirmar sus palabras.

 

   Schecter, el ayudante de Price, será la siguiente víctima. Éste último lo halla en el cuarto de vigilancia con el rostro arrancado por completo, mientras que en una de las pantallas vemos a Vannacutt entrando en un cuarto, sierra de quirófano ensangrentada en ristre, deteniéndose ante la cámara que graba lo que sucede. A partir de ahí la cosa baja bastante, pese a algún momento logrado (el descubrimiento de la razón por la que se cambiaron los invitados, siendo los nuevos descendientes de las cinco personas que lograron salir con vida del incendio, encontrándonos así ante un plan trazado por la casa para llevar a cabo su venganza; o el hecho de que Evelyn -la siempre bellísima Janssen- y Blackburn -Gallagher- estén conchabados para acabar con Price. La mujer tampoco tendrá reparos en eliminar a continuación a su amante a golpe de bisturí para quedarse con toda la fortuna de su marido), y la serie de muertes y resurrecciones de aquellos que parecían fiambres deja de tener gracia, más aún en el momento en el que esa masa ectoplásmica digital cutre empieza a recorrer las estancias en pos de los dos supervivientes (Sara -la guapísima Larter, un año antes de su aparición en Destino final, James Wong, 2000- y Eddie -Diggs-), que son salvados de manera un tanto vergonzante y traída por los pelos por el bondadoso fantasma de Pritchett, que pasaba por ahí. Los acordes del tema de Marilyn Manson vuelven a sonar y nos recuerdan, por suerte, que hasta hace diez minutos disfrutamos de la película.

 

(5,5/5)

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