HOMBRE LOBO AMERICANO EN LONDRES, UN (John Landis) / 1981: David Naughton, Griffin Dune, Jenny Aguter, John Woodvine, Frank Oz, Don McKillop, Paul Kember, David Schofield, Brian Glover, Lila Kaye, Joe Belcher.

 

   David Kessler (Naughton) y Jack Goodman (Dunne) son dos amigos que viajan a pie por los páramos ingleses. La caída del crepúsculo coincide con la llegada de la pareja a un pequeño pueblo y a la posada del mismo, en la cual deciden hacer noche. Allí el recibimiento de los lugareños no será ni mucho menos hospitalario, con lo que los jóvenes, en contra de su voluntad, tienen que volver a salir a la oscuridad que ya envuelve el exterior para proseguir su camino. Pese a que los aldeanos les recomiendan seguir su ruta por la carretera y no adentrarse en los páramos, un despiste les lleva a abandonar el camino asfaltado. Cuando quieren regresar a la aldea se dan cuenta de que se han perdido, y comienzan a escuchar los aullidos de las bestias salvajes, cada vez más cercanos. En plena huída son atacados por una inmensa criatura similar a un lobo, causando la muerte de Jack y que David quede malherido. El joven se despierta en un hospital de Londres, aparentemente en buen estado, pero la herida producida por la bestia pronto comenzará a provocarle una serie de cambios que le transforman y le hacen cometer actos criminales en contra de su voluntad.

 

   En la década de los ochenta se rodaron sendas películas que abordaban el tema de la licantropía y que con el paso de los años se convirtieron en auténticos referentes no solo para el subgénero de los hombres lobo en particular, sino para el cine de terror en general. Una de ellas, Aullidos, Joe Dante, 1984, optaba por abordar el tema desde la seriedad (aún cuando tenía algún momento cómico, la mayoría de ellos en forma de homenaje o referencia a otros clásicos del género), fijando la acción en una pequeña población rural a la que acudía la protagonista para recuperarse de cierta experiencia traumática, y descubriendo de forma trágica que esa comunidad estaba formada por hombres lobo. Por el contrario, la película que nos ocupa eligió el camino de la comedia para desarrollar su trama, la cual tenía lugar en una gran urbe (Londres). Quizá esa diferencia de tono entre uno y otro filme es el que ha hecho que el primero de los mencionados haya envejecido mejor que el segundo de ellos, pues gran parte de ese sentido del humor de Un hombre lobo americano en Londres ha quedado un tanto desfasado y parece fuera de lugar en una película que sí alcanza cotas altas cuando se pone seria (algo que no sucede con Aullidos, pues esos homenajes a los que me refería al principio del párrafo aún siguen vigentes, como el hecho de designar con nombres de celebridades del género, muchos de ellos relacionados con películas que abordan la licantropía, a sus personajes), es decir, en esos momentos en los que Landis parece darse cuenta de que realmente está rodando una película de terror y no una comedia.

 

   El inicio es uno de esos momentos. Los personajes de David y Jack son presentados en un tono desenfadado, en pleno peregrinar por los páramos británicos. La llegada al anochecer a un pequeño núcleo rural, en concreto a la posada del lugar (que recuerda a las mostradas en multitud de producciones Hammer), permite vislumbrar un cambio en el tono de la película. “El cordero degollado” es el nombre de la taberna, pero su cartel no muestra tal animal, sino la cabeza cercenada de un lobo atravesada de lado a lado por una lanza. La entrada de la pareja quiebra el bullicio reinante, produciéndose un incómodo silencio entre los lugareños, que observan con expresión hosca a los visitantes. La mujer tras la barra, ceñuda y malencarada, niega comida y bebida a los jóvenes, ofreciéndoles solo un té. En ese momento, uno de los hombres que jugaba al ajedrez cuenta un chiste que provoca las carcajadas de sus compañeros y la sonrisa de David y Jack, aunque la aparente calma recuperada a raíz del chascarrillo vuelve a tornarse tensión, esta vez irreversible, cuando el segundo decide preguntar por el significado de la estrella de cinco puntas que adorna una de las paredes (incluso se menciona a Lon Chaney y a la mitología que identifica ese símbolo como la marca del hombre lobo). Las risas se congelan y David sugiere que es el momento de irse, mientras se levanta de su asiento, pero Jack se resiste argumentando que está hambriento. Otro de los hombres, en un tono cortante, les señala con un dedo acusador y repite que no hay comida, lo que provoca que, ahora sí, ambos cojan sus mochilas y se dirijan a la puerta, mientras la posadera dice que no pueden dejarles ir. “Marchaos. Que Dios os ampare”, son las palabras del hombre que poco antes contaba el chiste, mientras que otro, en un tono similar, aconseja “Marchaos. Caminad por la carretera. No os adentréis en los páramos” (exactamente la misma advertencia que les hiciese el hombre que los llevaba en su camión para ganado pocos minutos antes), mientras los truenos comienzan a retumbar en el exterior. El primero rubrica su intervención con un amenazante: “Cuidado con la luna, muchachos”. Una nueva discusión comienza en la posada una vez los dos jóvenes se han ido. Esta vez la mesonera inquiere a sus clientes que si lo que acaban de hacer no es cometer un asesinato, insistiendo en ir a buscar a los chicos cuando comienzan a escucharse los aullidos de los lobos. Pese a que éstos llegan diáfanamente al interior del bar, los hombres niegan haberlos oído. David y Jack, confundidos por el momento que acaban de vivir, ignoran momentáneamente el consejo de los aldeanos, lo que provoca que se pierdan entre los campos. Los aullidos comienzan a ser más frecuentes y parecen acercarse y rodear a los jóvenes. El ataque se produce cuando la tensión ha decrecido un poco a causa de una caída de David. Su amigo acude a ayudarlo mientras ambos ríen, pero una enorme criatura lo embiste y lo lanza al suelo, provocándole heridas mortales por todo el cuerpo con sus enormes fauces. El lobo se lanza luego a por David, hiriéndolo. Éste queda tendido en el suelo, siendo salvado por la oportuna aparición de los lugareños, quienes, rifles en mano, acaban con la bestia. El chico, aún en la hierba, gira su cabeza y observa el cuerpo desnudo de un hombre con varios orificios de bala en el pecho y el estómago.

 

   El segundo momento destacable, y sin duda alguna lo mejor de la película, tiene lugar cuando está a punto de cumplirse la primera hora de metraje, y debe gran parte de su poderío a la impresionante labor de maquillaje de Rick Baker y su equipo, quienes se alzaron con el Oscar a los mejores FX de maquillaje en la edición de 1981, los primeros que se otorgaban en la historia de los galardones en esa categoría. David se encuentra a solas en casa de Alex Price (Agutter, vista en La fuga de Logan, Michael Anderson, 1976; Muñeco diabólico, John Lafia, 1990; Burke & Hare, John Landis, 2010 -en la que coincidió nuevamente con el director de la película que nos ocupa y con David Schofield, uno de los hombres de la taberna-; o Los vengadores, Joss Whedon, 2012), la enfermera que le cuida en el hospital tras el ataque y que se enamora perdidamente del joven. Entonces comienza a sonar el “Bad moon rising” de la Creedence Clearwater Revival (una de las elecciones musicales más afortunadas que recuerdo haber visto en una película), e intuimos que algo va a pasar. Por un momento vamos al hospital en el que trabaja Alex, que en ese momento dialoga con un niño enfermo. La cámara se desplaza a una de las ventanas de la habitación, enfocando la luna llena, y entonces regresamos con David y comienza el horror. Un alarido de dolor da comienzo a la transformación, y luego el joven se arranca la camiseta y se desnuda mientras sigue gritando. La palma de una de las manos se estira en primer término, dándole un aspecto grotesco, mientras el cuerpo se empieza a cubrir de vello. Dos planos consecutivos muestran como los pies se deforman y amplían y como la espina dorsal se marca en el centro de la espalda, cuyos músculos trapecios se abomban, sobresaliendo sobre el resto, mientras que los gritos de David prosiguen, dando idea de lo doloroso del proceso de transformación, que continúa con el crecimiento de los colmillos y la formación de garras en brazos y piernas, transformadas ya éstas en estilizadas patas traseras. Un plano lateral del rostro permite observar como la nariz y la mandíbula se estiran hasta formar un hocico, intercalándose insertos de los ojos, con pupilas amarillas, y de las orejas, tornándose puntiagudas. Finalmente vemos el morro alargándose de nuevo hasta quedar completamente definido. Un espectáculo visual que permanece vigente aún hoy en día como uno de los grandes momentos de los FX de maquillaje de todos los tiempos.

 

   El último capítulo reseñable es aquel en el que el hombre lobo, encerrado en la sala de cine por la policía, logra huir rompiendo la puerta, arrancando la cabeza del agente con el que se topa nada más salir. La presencia de la criatura en las calles desata el caos, produciéndose multitud de accidentes entre los coches que en esos momentos circulan por el centro de Londres. Un autobús frena y uno de los pasajeros sale despedido por una de las ventanas, siendo atropellado por otro vehículo cuando el cuerpo cae al asfalto; un transeúnte es embestido por otro automóvil, saliendo disparado contra un escaparate y llevándose por delante a otra mujer que se interpone en su trayectoria; otro conductor colisiona con un coche aparcado y sale despedido atravesando el parabrisas, quedando inerte sobre el capó; un policía resulta atropellado por un vehículo, que lo aplasta contra otro… finalmente, el licántropo queda atrapado en un callejón, siendo tiroteado por los policías ante la mirada de estupor de Alex, en un final que se antoja demasiado trágico para el tono general en el que se desarrolla la película.

 

   Es una lástima que los ataques de la bestia se concentren en los últimos quince minutos, y que todos ellos sean insulsos, fugaces y sin tensión ni garra (nunca mejor dicho) alguna, salvo el que tiene lugar en los túneles del metro. Como ya hemos dicho, su tono humorístico tampoco es demasiado afortunado, con momentos como el primer interrogatorio policial, con el ayudante dando prueba de su ineptitud al tirar los objetos del doctor, otros que recuerdan al Show de Benny Hill (la huída del zoo por parte del protagonista, que se despierta desnudo en la jaula de los lobos y que intenta conseguir ropa para volver de la manera más digna a casa), y alguno más que, simplemente, no tiene gracia (la tercera aparición de Jack -sí, Jack se aparece al protagonista para aconsejarle que se quite la vida con el fin de liberarle. Lo hace como espíritu errante y cada vez en un mayor grado de descomposición-, que tiene lugar en un cine porno, en el que las víctimas que David se ha cobrado se manifiestan ante éste para reprocharle lo que ha hecho y para sugerirle un montón de maneras distintas de suicidarse) hacen poco porque la consideración hacia la película sea mejor, al igual que la renqueante y poco creíble historia de amor que surge entre el protagonista y Alex.

 

(5,5/3)

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