HELLRAISER: LOS QUE TRAEN EL INFIERNO (Clive Barker) / 1987: Andrew Robinson, Claire Higgins, Ashley Lawrence, Sean Chapman, Oliver Smith, Robert Hines, Anthony Allen, Leon Davis, Michael Cassidy, Frank Baker, Doug Bradley.

   Clive Barker llevó a la pantalla su propia novela (labor que repetiría posteriormente en la injustamente menospreciada Razas de noche, 1990), de igual título que el filme, en la que dio comienzo a su obsesión por la nueva carne (un concepto filosófico, relacionado de manera directa con el cyberpunk y el splatterpunk que, en líneas generales, y simplificando, habla acerca de la capacidad de la carne humana de adaptarse a nuevas formas, bien sea mediante la mutación, la evolución, o la transformación, pudiendo ser esas formas, principalmente, biomecánicas, pero también sexuales, simbióticas o masoquistas -el caso de Hellraiser-, abordando, de paso, sus implicaciones físicas y psicológicas), obsesión que compartiría David Cronenberg (quien, curiosamente, tiene un papel en la segunda película de Barker) en sus inicios, creador del concepto mencionado en Videodrome, 1983, el cual fue continuado y desarrollado por este mismo director en otras películas como La mosca, 1986; Inseparables, 1988; El almuerzo desnudo, 1991; o Crash, 1996.

   El director británico da rienda suelta a sus fantasías, a sus obsesiones e incluso a sus miedos a través de una historia enfermiza y tétrica (la búsqueda de los placeres más ocultos, indescriptibles e inalcanzables a través del dolor y el sufrimiento extremo e ilimitado), protagonizada por unos personajes sombríos (tenemos por un lado a los cenobitas, esa horda de ángeles demoníacos, con el icónico Pinhead -Bradley, que daría vida al personaje de la cabeza de clavos a lo largo de toda la saga, compuesta por ocho entregas- al mando, suministradores de delectaciones perpetuas a través del sadomasoquismo llevado al extremo –atención a su aspecto, con esas largas túnicas negras y esos impresionantes maquillajes-. Por otro lado, no les van a la zaga en cuanto a personajes oscuros Julia y Frank, la pareja de amantes interpretados por Higgins y Chapman respectivamente, que no dudan en eliminar a los varones que ella seduce para que el hombre absorba su sangre, o a todo aquel que se interpone en sus planes), y ubicada en unas localizaciones estremecedoras (la casa en sí misma provoca inquietud, pero su lóbrego sótano, en el que tienen lugar los asesinatos perpetrados por Julia para devolver la forma humana a Frank –atención a la aparición de éste por primera vez, en la que vemos como su esqueleto, reanimado por una gota de sangre que cae al piso de una herida en la mano de Larry, interpretado por Robinson, sale del suelo para, por medio de una metamorfosis que se adivina extremadamente dolorosa, ir recuperando sus venas, sus órganos, y su tejido muscular, quedando privado de su piel, en una escena brillante y con una excelente labor de maquillaje y de FX físicos, consistentes en grabar la descomposición aplicando calor a un cuerpo artificial pasando luego la imagen hacia atrás, obra de Bob y Dave Keen-, es, sencillamente, aterrador, al igual que la habitación en la que los cenobitas atormentan a sus víctimas, con esas cadenas finalizadas en garfios que se clavan en la piel y desgarran carne, tendones y músculos –alguna de las trampas ideadas por Jigsaw en la saga Saw evocan estos elementos de tortura-).

   En definitiva, una película notable que dio lugar a uno de los más míticos personajes que se recuerdan en el género de terror y a una saga que se extendió en el tiempo con alguna que otra entrega recomendable (Hellbound: Hellraiser II, Tony Randel, 1988; Hellraiser III: Infierno en la tierra, Anthony Hickox, 1992; Hellraiser IV: Bloodline, Kevin Yeagher, 1996; y Hellraiser V: Inferno, Scott Derrickson, 2000, sin ir más lejos).

(7/6)

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