HELLRAISER 8: HELLWORLD (Rick Bota) / 2005: Lance Henriksen, Katheryn Winnick, Christopher Jacot, Khary Payton, Henry Cavill, Anna Tolputt, Victor McGuire, Doug Bradley, Stelian Urian, Magdalena Tun.

 

   Un grupo de jóvenes se adentra en una web denominada Hellworld, participando en una especie de juego de rol en el que intervienen otros concursantes. En ella, unos seres demoníacos de otra dimensión denominados cenobitas que están comandados por Pinhead (Bradley dando vida por última vez a su alter ego), un extraño individuo con la cara llena de clavos, disponen las acciones de los participantes. Cuando uno de los chicos fallece en extrañas circunstancias dando la impresión de que se ha suicidado, sus amigos deciden alejarse del juego, pero la influencia que éste ejerce es demasiado poderosa, y cuando los cinco jóvenes son invitados a una fiesta que se celebra en una antigua mansión a la que acudirán los jugadores más importantes de Hellworld, no pueden negarse a asistir. Allí serán recibidos por un extraño conocido como el anfitrión (un Henriksen al que es una gozada escuchar declamando en su idioma, y que es capaz de otorgar dignidad a cualquier papel, más aún si el personaje en cuestión tiene aspectos sólidos a los que agarrarse, como es el caso). Todo parece transcurrir con normalidad hasta que los asistentes empiezan a advertir cosas extrañas y comienzan a sucederse los asesinatos, descubriendo los supervivientes que se encuentran encerrados en el caserón, del que será prácticamente imposible escapar con vida.

 

   Es curioso lo que sucede con Hellworld, pues a la media hora de metraje me encontraba blasfemando en arameo entre bostezos ante la que por aquel momento creía la peor entrega de la saga de Pinhead con amplio margen de diferencia: Historia sobada hasta la náusea (los filmes en los que el mal llega a través de la pantalla del ordenador comienzan a ser innumerables, valgan Brainscan: Juego mortal, John Flynn, 1994, y Miedopuntocom, William Malone, 2002, como dos de los múltiples ejemplos existentes); adolescentes descerebrados dignos de la más cruel de las muertes sin absolutamente nada que ofrecer salvo caras bonitas, músculos, curvas y camisetas ajustadas (entre los que se encuentra Henry Cavill, el nuevo Superman de El hombre de acero, Zack Snyder, 2013); ni rastro de Pinhead o de los cenobitas (las apariciones del dueño de la Configuración de los lamentos disminuyen según avanza la saga); y un tufillo a rodaje amateur y a falta de ideas que prometía otra hora de aburrimiento infame y ruin (los diálogos y situaciones que tienen lugar en el encuentro entre el anfitrión y los chicos rozan la vergüenza ajena). ¿Y qué es lo que sucede a la media hora? Pues que una de las chicas se ve atrapada en una silla en la que unas cuchillas giratorias permanecen detenidas en unas guías a escasos centímetros de su cara. La aparición de un amenazador Henriksen, acongojando a la víctima mientras le dice que nada sucederá mientras el seguro que sujeta los filos no sea apartado añade un punto malsano a la escena, punto que se acrecienta cuando, a continuación, el hombre quita el cierre y las cuchillas comienzan a girar velozmente. Su siguiente acto, poniendo el mencionado cierre en la mano de la víctima, presa en el reposabrazos de la silla, lo emparenta directamente con Jigsaw. Y es que los escarnios efectuados por el asesino terminal de la saga Saw, cuyo segundo capítulo se estrenó el mismo año que Hellraiser 8: Hellworld, influyen categóricamente en el filme de Bota no solo en este asesinato, sino en alguno de los que tendrá lugar a continuación. La resolución y lo que veremos en pantalla no se acerca, ni de lejos, a los delirios gore de la serie mencionada, pero sirve como punto de inflexión en una historia hasta ese momento soporífera. Así, los chicos irán cayendo uno a uno de distintas (y creativas) maneras ante el asesino (hachazo que secciona un cuello; gancho que se desliza por una guía y atraviesa un torso…) mientras que Bota regala determinadas escenas de desnudos para mantener fiel al público masculino (sangre y tetas, los dos ingredientes esenciales que no deben faltar en una película de terror, tal y como decía uno de los personajes de Scream, Wes Craven, 1996).

 

   Efectivamente, Pinhead se convierte en un vulgar psychokiller a la altura de un Jason Vorhees o Michael Myers cualquiera. Él parece ser quien se oculta tras los crímenes, e incluso le vemos cometer alguno de ellos, perdiendo definitivamente su aura divina e inmortal si alguna vez la conservó más allá de la primera y segunda entregas. Además Bota nos reserva una sorpresa final, un giro inesperado, turbador y perfectamente hilado que deja a otros como el de Alta tensión, Alexandre Aja, 2003, como vulgares trampas de trilero carentes de toda lógica pese a que sean defendidos con auténtica ceguera y sin argumentos por determinados críticos, devolviendo parte de la integridad dilapidada a lo largo de siete secuelas. De grata sorpresa se puede calificar la escena del bosque en la que el asesino desvela su maquiavélico y macabro plan (una vez más Henriksen se adueña del momento y lo hace creíble gracias a su interpretación) para acabar con todos los chicos con el fin de vengar la muerte de su hijo, al creer culpables a aquellos de la muerte de éste. Esa explicación da sentido a casi todas las incoherencias repartidas a lo largo del metraje (Jake -Jacot- es ignorado por toda la gente que se halla en la fiesta, mientras que Chelsea -Winnick- no es vista por los agentes de policía que están en la calle cuando golpea la ventana y les grita desde el piso superior, pues sí que ha efectuado la llamada telefónica para avisarles, pero no desde la casa, sino desde el nicho en el que se halla encerrada y drogada); ofrece una resolución sumamente inquietante a la escena que la contiene (el hallazgo de los ataúdes y la extracción de los cuerpos de los fallecidos, autolesionados al intentar escaparse de su entierro en vida, y de la superviviente, presa de un ataque de pánico); y conduce a una conclusión irónica a la par que acertada (el mal encarnado en el personaje humano de Henriksen no tiene nada que hacer contra el mal absoluto que toma forma en el cuerpo de ese señor de la oscuridad que es Pinhead, que acabará sin pestañear -más bien lo hará uno de sus acólitos- y de forma sangrienta con aquel que osa juguetear con la Configuración de los lamentos sin saber lo que ello acarrea).

 

(5,5/5)

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