HALLOWEEN SANGRIENTO: ÁNIMAS DEL CEMENTERIO (John Keeyes) / 2003: Stephen Cloud, Brandy Little, Amy Jo Hearron, Amy Morris, Matt Moore, Scott Barrett, Camille Chen, John F. Beach, Jim Dunn, Velinda Godfrey.

   Un grupo de chicos llega a una vieja nave industrial con la intención de remodelarla y crear un pasaje del terror. Una vez allí, la aparición de un antiguo manuscrito desatará una maldición que convierte a parte de los jóvenes en criaturas sedientas de sangre. Los supervivientes tendrán que hacer todo lo posible por resistir las acometidas de aquellos que poco antes eran sus amigos, con el fin de escapar con vida.

   Uno de esos subproductos zetosos de finales de los noventa y principios del nuevo siglo dirigidos directamente al mercado del DVD, y que por supuesto no guardan ninguna relación ni mantienen la más mínima parte del encanto con respecto a aquellos que invadieran las estanterías de los videoclubs en la década de los ochenta. En esta ocasión tenemos al típico grupo de insufribles teenagers (de lo malo, no son tan insoportables como en la mayoría de este tipo de filmes) que intentan construir una mansión del terror, dirigidos por uno de sus amigos, un insoportable con ínfulas de grandeza que se cree más guapo y más inteligente que el resto de sus colegas, y al que deseas la muerte desde su primera aparición en pantalla.

   El caso es que durante la primera hora nada sucede, y solo observamos a los chicos deambulando de un lado para otro mientras se enfrentan / lían / pelean / discuten entre ellos (como en un capítulo de Sensación de vivir, pero sin presupuesto). Es en los últimos treinta minutos cuando la cosa se sale de madre, y algunos de los chicos se convierten en distintos tipos de criaturas (¿Por qué no todos?), aunque lo realmente surrealista es el motivo para convertirse en una u otra cosa: Bien, los que van disfrazados de zombis, se convierten en zombis, los que visten de piratas, en piratas, y los que van de vampiros, pues se vuelven, ¿Adivinan? Claro, vampiros. Algo totalmente lógico (es decir, si vas de Dora La Exploradora, te transformas en niña hiperactiva que vive miles de aventuras cuando debería de estar en el colegio, y si vas de Piolín, en canario cabezón). El desvarío continúa con peleas lamentables, persecuciones por el mismo pasillo y un final de lo más psicotrónico, con la novia del protagonista descubriendo su verdadera personalidad: Una bruja ancestral (pese a que el maquillaje y el traje parezcan salidos de un Todo a Cien) que pretende dominar el mundo junto a su novio. Evidentemente, éste no estará por la labor y dará al traste con sus planes, escapándose de paso con su antigua pareja.

(2/1)