GOMIA: TERROR EN EL MAR EGEO (Joe D´Amato) / 1980: Tisa Farrow, Saverio Vallone, Serena Grandi, Margaret Mazzantini, Mark Bodin, Bob Larson, Zora Kerova, Rubina Rey, Simone Baker, Mark Logan, George Eastman.

 

   Un grupo de amigos que se hallan de vacaciones en Grecia acude a una pequeña isla cercana para acompañar a Julie (Farrow, hermana de Mia Farrow, que protagonizó Nueva York bajo el terror de los zombi, Lucio Fulci, 1979) una joven a la que se acaban de encontrar y que se dirige al lugar para reunirse con una pareja, amigos suyos, a los que conoce desde que la contrataran para cuidar a su hija ciega. Lo primero que les llama la atención al llegar es que tanto el pueblo que se ubica en la costa como sus alrededores se hallan completamente desiertos. La razón es la presencia de un asesino antropófago que siembra el terror en la isla desde tiempo atrás y que toma como nuevo objetivo al grupo de recién llegados, al que irá diezmando de forma cruel y salvaje.

 

   Aristide Massacessi (que firma el filme bajo el seudónimo de Joe D´Amato, uno de los más utilizados a lo largo de su carrera, con el que realizó tanto películas de terror -Demencia, 1979- como todas aquellas que se podrían englobar en el soft-core y que fueron protagonizadas por Laura Gemser -Emanuelle y los últimos caníbales, 1977; o Las noches eróticas de los muertos vivientes, 1980, por citar alguna-, además de un sinfín de productos pornográficos para el mercado italiano en las décadas de los ochenta y noventa. Otros de sus alias más conocidos fueron Alexandre Borsky, David Hills, Frederico Slonisko o Michael Wotruba) es un auténtico hombre orquesta (o renacentista), capaz de tocar (casi) todos los palos del sector cinematográfico, en el que ha ejercido labores de director de fotografía (de muy destacable se puede calificar su trabajo en ¿Qué habéis hecho con Solange?, Massimo Dallamano, 1972), guionista (suyo es el libreto de la película analizada, escrito a dos manos junto a Luigi Montefiori, nombre auténtico de George Eastman), productor, actor, director de segunda unidad o editor. De todas formas, la tarea a la que se dedicó con mayor empeño y en la que logró sus mayores éxitos fue en la realización: El ya fallecido director romano (su muerte se produjo debido a un ataque al corazón, en 1999), como ya hemos visto, participó en casi todos los géneros (a los ya mencionados se suman el western, la ciencia ficción, la espada y brujería o el thriller), pero donde realmente se movía como pez en el agua era en el horror. Y es en el mismo, como no podía ser de otra forma, donde se adscribe nuestra película. Su título español incluye la palabra “Gomia”, término al que el diccionario de la R.A.E. dedica dos acepciones vinculadas a la criatura malvada que protagoniza el filme: Por un lado, se trata de un “Ser fantástico que aterroriza a los niños”. Por otro, una “Persona que come demasiado y engulle con presteza y voracidad cuanto le dan”. Como podemos ver, ambas definiciones se ciñen perfectamente a la figura y características de nuestro antropófago asesino.

 

   Pese a ser denostada con pasión y fiereza incluso por acérrimos seguidores del cine de terror italiano y del splatter, que critican su puesta en escena ramplona (nada que objetar al respecto: D´Amato nunca fue un dechado de virtudes con la cámara), sus excesos gore (de los que hablaremos más adelante) y su mal gusto (la escena del feto -en realidad, un conejo desollado-, pese a seguir impactando, ha sido superada por otras mucho más crudas y repulsivas en éstas últimas décadas), Gomia: Terror en el Mar Egeo es una película con una serie de virtudes más que apreciables que la convierten en un producto disfrutable y entretenido. Su comienzo da una idea de lo que nos encontraremos más adelante: Una pareja pasea por una típica villa mediterránea, de calles bañadas por el sol estival y paredes encaladas. La canícula les lleva hasta una playa cercana, donde él se queda tendido en la arena escuchando música a través de unos cascos mientras que ella se adentra en las aguas del mar en busca de un baño refrescante. La chica divisa una pequeña barca, en apariencia vacía, que navega a la deriva, y comienza a nadar hacia ella. Cuando la alcanza y se alza para mirar en su interior, alguien la coge desde abajo y la zambulle. La sangre de la joven se mezcla con el agua salada, produciéndose un borboteo en la superficie que dura escasos segundos y que pasa desapercibido para el joven adormecido en la costa. El ataque recuerda al primero que vimos en Tiburón, Steven Spielberg, 1974, más aún si tenemos en cuenta que el mismo es mostrado en plano subjetivo, tal y como sucede en la obra maestra mencionada. Una figura emerge de las aguas (de nuevo en plano en primera persona) y se acerca al muchacho, ajeno a todo lo que sucede a su alrededor hasta que es demasiado tarde. Un enorme cuchillo de cocina es descargado sobre su cabeza un segundo después de que la sombra que proyecta el asesino le haga abrir los ojos.

 

   La llegada a la isla del grupo y la inspección del pueblo costero, ahora abandonado, también resulta notable. Ese paseo a plena luz del día por las calles solitarias y estrechas repletas de casas de tonos blancuzcos amontonadas entre sí, en las que se percibe una amenaza latente que aún no ha tomado forma, nos retrotrae a uno de los grandes clásicos del cine de terror español: La magistral ¿Quién puede matar a un niño?, Narciso Ibáñez Serrador, 1976. La sensación de desasosiego aumenta a medida que Daniel (Bodin, visto en Alien 2: Sobre la tierra, Ciro Ippolito, 1980) y Carol (Kerova, vinculada al fantástico italiano a través de títulos como Caníbal feroz, Umberto Lenzi, 1981; El destripador de Nueva York, Lucio Fulci, 1982; Los nuevos bárbaros, Enzo G. Castellari, 1983; Los fantasmas de Sodoma, Lucio Fulci, 1988; o Luna di sangue, Enzo Milioni, 1989) se adentran en las intrincadas arterias del poblacho, donde las ventanas son ojos que observan y los arcos que unen las viviendas y que cruzan las carreteras de lado a lado proyectan sombras amenazadoras, pareciendo cernirse de manera perversa sobre la pareja y logrando crear una sensación de agobio y claustrofobia que casi se palpa en el ambiente, denso y pegajoso debido a ese calor que se adivina insoportable. Esa tensión aumenta cuando observamos a la única persona que parece habitar el lugar, y que nos es mostrada a través de los ojos de Daniel (Vallone). Se trata de una mujer que mira a los extraños a través de una ventana, y que no se digna a responder cuando le piden ayuda. Cuando se adentran en la casa y llegan al lugar donde aquella debería de estar, se encuentran una habitación vacía y un mensaje de advertencia escrito en el polvo de la ventana: “Marchaos”. A través de la misma observan a la muchacha huyendo por la calle. Carol prosigue rebuscando por la casa, y encuentra un cadáver en avanzado estado de descomposición. Se trata de un susto del todo gratuito, pero que funciona gracias a la angustia acumulada.

 

   Igualmente destacable resulta el hallazgo de Henriette (Mazzantini), la joven invidente amiga de Julie, en la casa de sus padres. La chica es encontrada ensangrentada de pies a cabeza (en una escena que recuerda a Carrie, Brian De Palma, 1976), con un cuchillo en sus manos y en completo estado de shock, mascullando frases inconexas. También merece tenerse en cuenta todo el capítulo que acontece en la mansión de Irina Karamanlis (Rey), a la postre la hermana de Nikos, el asesino del filme. La mujer, sintiéndose culpable por los horribles actos de aquel, se ahorca en cuanto los miembros del grupo que aún quedan con vida llegan a su casa, aunque pronto descubriremos, gracias a Julie y sus dotes deductivas (la joven encuentra unas fotografías y un diario en el que Irina cuenta la manera en que encubrió todos los crímenes, ocultando los cadáveres de las víctimas y permitiendo que el monstruo siguiera actuando con total libertad. La alta sociedad encubre sus pecados, pero acaba siendo devorada por los mismos), que el caníbal que ahora aterroriza la isla era antes un buen padre y esposo que perdió a su hijo y a su mujer en un naufragio, volviéndose loco a posteriori. Finalmente cabe mencionar el deambular de Arnold (Larson) por las catacumbas repletas de esqueletos y cadáveres en diferentes grados de descomposición en pos de Maggie, su esposa, logrando crearse un ambiente enrarecido y malsano.

 

   En el supuesto debe se hallan los asesinatos cometidos por Nikos, un tanto excesivos para la época en que fue rodada la película, pero que ahora se antojan del todo ordinarios. El patrón del barco en el que viaja el grupo es el primero en morir (si no tenemos en cuenta a la pareja del prólogo), siendo lanzado al mar por el caníbal cuando acude a buscar agua salada para el tobillo herido de Maggie (Grandi). Ésta, a solas en la nave (sus amigos ya han partido hacia el pueblo, dejándola a bordo debido a su esguince), se levanta al oír un ruido y encuentra la cuerda que sujeta el caldero, tirando de la misma. Al izar el recipiente rebosante mirando hacia la costa (en un gesto un tanto forzado) no observa su contenido, el cual advertirá al introducir su pie, que tropieza con la cabeza cercenada del marinero (sí que resulta destacable ese plano aéreo que nos muestra al grupo partiendo desde el embarcadero, una vez han vuelto y comprobado que la embarcación ha zarpado sin esperarles. La cámara se desplaza ligeramente hacia la derecha, mostrando las piernas de Maggie, que son arrastradas por alguien a quien no vemos). Luego le llega el turno a Daniel, cuya garganta es arrancada de un mordisco por el asesino. Después tendrá lugar ese momento que suele permanecer en la retina del espectador (de hecho, aún recuerdo como miraba fascinado cuando era solo un niño aquel enorme poster que colgaba en uno de los escaparates del videoclub de mi barrio y que mostraba al antropófago engullendo el embrión humano, imagen que recuerda sobremanera la obra “Saturno devorando a sus hijos”, de Francisco de Goya) y que, pese al paso del tiempo, aún sigue generando cierto desasosiego: Me refiero al ataque que sufre una Maggie embarazada ante su marido, que observa impotente y agonizante (el asesino le apuñala en el cuello previamente, en una escena que se superpone al flashback en el que descubrimos la verdad de lo acontecido en el naufragio sufrido por Nikos y su familia: El hombre intenta alimentarse de su hijo, supuestamente muerto, contando con la oposición de su esposa, a la que apuñala de manera involuntaria) como su hijo nonato es extraído del útero de su esposa, aún con vida, siendo posteriormente engullido ante sus horrorizados ojos. De inmediato, Carol es eliminada en la morada de Irina, lo que dota a Nikos del don de la ubicuidad (un “pequeño” error o una licencia que se toma D´Amato), y, finalmente, es Andy (Vallone) el que acaba con el asesino, clavándole un pico en el estómago que abre una herida por la que se derraman sus entrañas, dando lugar al que quizá sea el momento más desagradable de todo el filme, pues el caníbal recoge sus intestinos con las manos y comienza a devorarlos con fruición antes de caer definitivamente fulminado.

 

   Como aspectos negativos, cabe citar una labor actoral bastante mediocre, así como una puesta en escena que en determinados momentos parece amateur (características que se repiten con bastante asiduidad en la filmografía de D´Amato), además de alguna que otra incongruencia, como cuando Julie entra en una de las habitaciones de la mansión de Irina, sin darse cuenta de que está atestada de cadáveres hasta que levanta una sábana que tapa uno de ellos. Pese a la oscuridad reinante en el cuarto, el olor de los cuerpos en avanzado estado de descomposición debería ser más que notorio. Otro momento poco afortunado es aquel en el que dos de las supervivientes ascienden incontables tramos de escaleras durante un enorme periodo de tiempo mientras son perseguidas por Nikos, tal y como si estuvieran subiendo el Empire State, cuando en realidad están intentando llegar al desván de un caserón de dos plantas.

 

   La película es uno de los 39 video nasties que la censura cinematográfica del Reino Unido calificó como inapropiadas para el público del país.

 

(5,5/6)

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