GINGER SNAPS (John Fawcett) / 2000: Emily Perkins, Katharine Isabelle, Kris Lemche, Mimi Rogers, Jesse Moss, Danielle Hampton, John Bourgeois.

 

   Brigitte y Ginger (Perkins e Isabelle respectivamente. Ambas volverían en las dos superiores secuelas -Ginger snaps 2: Los malditos, Brett Sullivan, 2004, y Ginger snaps 3: El origen, Grant Harvey, 2004- del filme analizado, pese a que el final de éste no diese a pie a ello, al menos en el caso de la segunda) son dos hermanas adolescentes cuyo objetivo en la vida es suicidarse juntas de la manera más pintoresca y creativa posible para llamar la atención y reflejar en el acto el descontento que sienten con el mundo que les rodea. Una noche Ginger es atacada por una enorme bestia que llevaba semanas sembrando el terror en los alrededores. La joven empieza a sufrir graves trastornos físicos y de personalidad, comenzando un proceso de transformación que le lleva a convertirse en una criatura similar a la que la hiriese. Su agresividad y fortaleza también se amplían con el paso de los días, atacando en primer lugar a las mascotas de los vecinos del barrio residencial en el que viven, para luego pasar a asesinar a varias personas. Mientras, su hermana intenta buscar una cura para la enfermedad, ocultando los crímenes cada vez más sangrientos y frecuentes de Ginger.

 

   A mi juicio, uno de los peores errores que puede cometer un director o un guionista es crear una historia protagonizada por unos personajes con los que el público no pueda empatizar. Pese a los valores que pueda contener un libreto, si los caracteres que lo protagonizan no logran conectar con el público, la historia habrá perdido parte de su impacto y potencial. Algo así sucede con Ginger snaps, en la que sus dos personajes principales, Ginger y Brigitte, resultan absolutamente repelentes e insoportables debido a su actitud con el mundo y con el resto de sus semejantes, bien sean compañeros del instituto o familiares. Nos hallamos ante dos niñatas supuestamente incomprendidas por el común de los mortales cuyo objetivo en la vida es suicidarse juntas de la manera más llamativa posible para provocar la admiración y atraer la atención de esa misma gente a la que desprecian. ¿Contradictorio? Sí, claro, pero aún hay más.

 

   Los títulos de crédito vienen acompañados por una serie de instantáneas, a cual más sangrienta y macabra, que reflejan una de las principales aficiones de las jovencitas: Inmortalizarse escenificando sus propios suicidios, a cual más original. Desde el empalamiento en una valla hasta esa en la que vemos un tridente “clavado” en el cuello de Ginger, pasando por un atropello, un aplastamiento producido por la puerta de un garaje o una evisceración causada por las cuchillas de una segadora. Además, ambas visten de negro, caminan con la cabeza gacha y su aspecto es totalmente descuidado y enfermizo, sumándose a su apariencia física una actitud de desprecio hacia cualquiera que se cruce en su camino (especialmente llamativo resulta el capítulo del bedel del instituto que le da un trapo a Brigitte para que se limpie. Entonces Ginger le dice a su hermana: “Ese te estaba mirando las tetas -tengamos en cuenta que la chica lleva un vestido negro similar a un camisón y una chaqueta, también negra, que parece un saco-, ¿Quieres que lo mate?”), y respondiendo a todo el mundo con desdén y cierto tono de superioridad. También juegan a “busca y destruye” con sus compañeros, fantaseando con la forma en que les gustaría verlos muertos. Si parece poco, aún se pueden destacar dos momentos más que resultan sumamente irritantes. Uno es la conversación que Brigitte y Ginger tienen con sus padres (un tanto peculiares, sí, pero sin justificar en absoluto la psicopática personalidad de sus retoños) sobre el dolor de espalda que padece una de ellas, respondiendo ambas que podría tratarse de cáncer o tuberculosis. El otro se produce justo antes del ataque que convertirá a Ginger, cuando ésta tiene su primera menstruación y le dice a su hermana: “Me ha venido la maldición. Si empiezo a mirar marcas de compresas y a quejarme de retortijones, pégame un tiro, ¿Vale?”. Sin comentarios. Eso sí, cuando se produce el susodicho ataque, ambas intentan huir mientras buscan la ayuda de esos padres a los que tanto odian.

 

   Ante semejante dueto protagonista (dos rebeldes sin causa góticas -ahora serían emos- frívolas, irritantes, cargantes e insoportables), da igual que la historia maneje la transformación licantrópica como metáfora de la conversión de niña a adulta, utilizando la sangre como símbolo de ese cambio, bien sea mediante la menstruación o bien mediante la atracción que causa en el hombre lobo y que hace que éste ataque a la niña convertida ya en mujer, provocando a la vez su transformación en bestia y acelerando ese cambio (el atractivo físico de Ginger se multiplica exponencialmente una vez que tiene la primera regla y que sufre ese ataque). El mensaje final, conservador en grado sumo y similar al de la también sobrevalorada En compañía de lobos, Neil Jordan, 1984, viene a decir que el paso a la madurez femenina es peligroso y corrompe, pudiendo llegar a convertirte en una casquivana que se va a la cama con el primero que se cruza en su camino, matará sin razón y acabará muriendo de manera horrible. Pero da igual, cuando ese mensaje llega, estamos tan hartos de las tonterías de Brigitte y Ginger que nos importa tanto (o tan poco) como el destino de éstas.

 

(4/2)

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