GHOULIES (Luca Bercovici) / 1985: Peter Liapis, Lisa Pelikan, Michael Des Barres, Jack Nance, Peter Risch, Tamara De Treaux, Scott Thomson, Ralph Seymour, Mariska Hargitay, Keith Joe Dick, David Dayan, Victoria Catlin.

   Otro de esos claros (mejor aún, diáfanos o meridianos) exponentes de película de género de serie B (más bien Z en la mayoría de su metraje) que con el paso del tiempo pasa a ser considerada como de culto sin la más mínima explicación o razonamiento lógico por parte de aquellos que la elevan a tal categoría, salvo el hecho de pertenecer a una década prodigiosa y fructífera para el cine de terror como es la de los ochenta (como si en la misma no se hubiesen realizado auténticos deshechos fílmicos), y de disponer de un hipotético encanto que yo, personalmente, no encuentro por ningún sitio, pero que supuestamente le otorga su modestia presupuestaria.

   En este caso asistimos a una introducción en la que un sacerdote intenta sacrificar a un bebé que es salvado in extremis por su madre, que es inmolada en su lugar (todo ello amenizado con una ambientación de teatrillo, formada por un altar de cartón piedra, un par de velas, unos efectos visuales tirando a cochambrosos por obra y gracia de John Carl Buechler y su equipo -en el que destaca un joven Howard Berger, posteriormente auténtica referencia en el terreno de los FX y cofundador de KNB FX Group junto a Bob Kurtzman y Greg Nicotero-, y un grupo de extras vestidos con túnicas del todo a cien). Un par de décadas después, Jonathan (Liapis) y Rebeca (Pelikan) se mudan a su nuevo hogar, una mansión antigua y de aspecto fantasmal. Allí, el hombre será poseído por una especie de espíritu que le hace invocar: 1º) A un grupo de monstruitos de goma y látex con el movimiento y la expresividad de una piedra (vamos, unos Gremlins -Joe Dante, 1984- de saldo que ni siquiera le llegan a la suela de los zapatos a los Critters -Stephen Herek, 1986-) que se encargarán de escabechar a sus amigos en un ritual bastante ridículo; 2º) A dos enanitos muy majos y muy simpáticos que llevan por atuendo un casco hecho con una olla sin asas y dos sacos de patatas por traje que serán sus ayudantes, y que acabarán con los colegas que se escapen de los bichitos (unos cuantos, pues éstos, como ya hemos dicho antes, tienen la movilidad de un ladrillo. Aunque los dos pequeñines en cuestión tampoco es que sean un prodigio de habilidad); y 3º) A un zombi que sale de una tumba que hay en el exterior (¿Y quién no tiene una tumba en el jardín de su vivienda?) y que resulta ser el sacerdote del inicio, que vuelve a la vida para… ¿Conquistar el mundo? ¿Acabar con las clases opresoras y dominantes? Pues no. Su misión es finalizar el ritual que había comenzado años atrás (y que en ningún momento se nos explica para qué sirve). Así que tendremos una dura pugna paterno-filial, en la que los dos personajes se empiezan a lanzar rayos cutres por los ojos durante unos interminables minutos (supongo que serán segundos, pero es que la batalla se alarga hasta la extenuación), y en la que, como es evidente, el bueno gana, eso sí, perdiendo el caserón que había heredado. Conclusión feliz que se ve ensombrecida por uno de esos supuestos finales sorpresa que ya aburren.

   En definitiva, una de esas producciones de los hermanos Band de ínfimo presupuesto, que tendría enormes daños colaterales en forma de saga que se extendería durante tres capítulos más, a cual más infame y lamentable.

(2,5/1)

CARÁTULAS Y POSTERS

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