FRÁGILES (Jaume Balagueró) / 2005: Calista Flockhart, Richard Roxburgh, Elena Anaya, Gemma Jones, Yasmin Murphy, Colin McFarlane, Michael Pennington, Daniel Ortiz, Susie Trayling, Ivana Baquero.

 

   El hospital infantil de Mercy Falls, un antiguo e inhóspito edificio solitario y en estado de semiabandono, recibe a Amy Nicholls (Flockhart, realizando una brillante interpretación alejada de los egocentrismos propios característicos y habituales de una serie por otro lado brillante como fue Ally McBeal. Solo de sobresaliente se puede calificar su escena junto a un igualmente notable Roxburgh, en la que mantienen una acalorada discusión sobre cierto error médico cometido en el pasado por el personaje de ella), una nueva enfermera que sustituye a Susan (Trayling), la anterior empleada, que abandonó el cargo de manera precipitada. Su misión es colaborar en el traslado de los pocos niños que aún quedan en el recinto a otra institución más moderna, mejor equipada y más cercana a los núcleos de población. Entre todos los críos estrechará lazos con Maggie (Murphy, un tanto almibarada), una pequeña que padece fibrosis quística en estado avanzado y que afirma ver a Charlotte, un espectro que se aparece en el inmueble y que también es conocido como la niña mecánica.

 

   El director leridano incidió en su tercer filme enclavado en el género (mejor obviar su incursión en el documental con O.T.: La película, 2002, que codirigió junto a otro ilustre del terror patrio de la talla de Paco Plaza, junto al que también realizó la saga iniciada con REC, 2007) en viejas temáticas y obsesiones ya tratadas en sus dos primeras películas, Los sin nombre, 1999, y Darkness, 2002. Así, nos encontramos de nuevo con un tratado sobre un mal que emana del mundo adulto (en este caso personificado en Charlotte, la trastornada enfermera empeñada en mantener a los niños a los que aprecia cerca de sí, al precio que sea) y de cómo éste, en su estado puro, puede llegar a influir en los niños, haciéndoles víctimas de su influjo y corrompiéndoles de tal manera que ellos mismos se acaban transformando en una versión aún más aterradora de ese mismo mal que supera a la inicial, al estar su origen enclavado en la inocencia y la pureza propias de la infancia. Quizá esta corrupción queda más expuesta a la vista del espectador en las dos películas anteriormente mencionadas, debido, sin duda, a sus correspondientes finales, eminentemente trágicos y bastante alejados del mucho más complaciente de la película que nos ocupa.

 

   Pero Frágiles no solo retoma los aspectos argumentales y psicológicos y las inquietudes afines a Balagueró, sino que también reincide en la estética ya característica del director, con una serie de constantes que ya se pueden considerar como definitorias de su estilo. De esta manera nos volvemos a encontrar con un lugar aislado plagado de pasillos angostos, siniestros, tenebrosos y susurrantes, muy similares a los que ya visitáramos en varios emplazamientos de sus filmes anteriores (el edificio donde reside la secta de Los sin nombre, la vivienda en medio de ninguna parte de Darkness). También nos encontraremos con un ambiente gris, deprimente, casi siempre lluvioso, que de manera eficiente contribuye a crear ese clima de desamparo, de desasosiego, de abandono. Incluso se repite el recurso tan manido como eficiente de la llamada telefónica en la que, en un pasillo apenas iluminado, escuchamos una voz infantil que parece provenir del más allá y que es capaz de erizar el vello, pese a que sea algo mil veces visto tanto en la filmografía del autor como en decenas de películas de género.

 

   Pese a tratarse de la obra más floja de Balagueró, algo achacable a un guión con demasiados lugares comunes (los cubos de juguete que utiliza el fantasma para comunicarse con Maggie; la visita a las dos ancianas que saben, por motivos no demasiado claros, los motivos de la existencia de fantasmas en el hospital; la utilización de cajas de música y muñecas lúgubres como elementos para causar terror…); a algún momento escasamente logrado y anticlimático (la muerte de Roy -McFarlane-: cuyas extremidades se van rompiendo hasta que sufre la visión de Charlotte y sale despedido por la ventana); y, sobre todo, a un final demasiado condescendiente (ese renacer de Amy después de que el fantasma de Maggie le dé un beso de amor puro, tal y como la niña viese, poco tiempo atrás, en el pase de la versión Disney de Blancanieves y los siete enanitos, 1937, a la que asiste atónita junto al resto de niños en el hospital. De todas las maneras, sí resulta destacable la última escena, en la que la camilla de un anciano moribundo se detiene ante la puerta de la habitación del hospital en el que Amy se recupera de sus heridas. Un plano desde el punto de vista del enfermo muestra a Maggie sentada junto a la enfermera convaleciente, mientras oímos las palabras de una de las ancianas -“los fantasmas se quedan cerca de aquellos a los que aman, y solo pueden ser vistos por aquellos que están a punto de morir”-), el filme goza de un buen número de momentos destacables (el principio, con ese pequeño al que se le rompe el fémur de una pierna sin motivo aparente, volviendo a quebrarse nuevamente esa misma zona una vez se halla en la camilla de la sala de radiografía, produciéndose un grito aterrador de la víctima; el primer contacto de Amy con lo sobrenatural, cuando escucha ruidos en el piso superior, apagados por un espantoso grito que despierta a todos los críos de la habitación; la escena del ascensor al que monta Amy junto a Simon, el niño del fémur roto. El elevador asciende al piso superior en vez de descender a la planta baja, deteniéndose entre la primera y segunda y mostrando el deterioro de ésta. Luego comienza a vibrar y renquear hasta que cae de golpe, quedando frenado a escasos centímetros del suelo; la entrada de Amy en la habitación de Maggie, a oscuras, encontrándose con una silueta infantil en pie, de cabello largo y cabeza ladeada, claramente inspirada por los por entonces de moda kwaidan eiga orientales, que al encender la luz corresponde a la pequeña; el momento en el que, preparando la evacuación de los niños, Helen -Anaya- rompe una aguja al extraerla del brazo de uno de los pequeños, viéndose obligada a sacarla con una pinza mientras el edificio se estremece, los gritos sobrenaturales resuenan y la luz viene y se va; o la conclusión, cuando Amy regresa nuevamente al segundo piso en busca de Maggie, encontrándose a la niña, pero también al espectro de Charlotte, que comienza a perseguirlas mientras la mujer, con la pequeña en brazos, intenta huir. La planta comienza a desintegrarse -atención a los fantásticos planos de destrucción-, colapsando finalmente bajo los pies de las perseguidas y provocando la caída de éstas al primer piso. Cuando Amy recupera el sentido, comprueba que la pequeña ha fallecido, y ella cae inconsciente debido a la pérdida de sangre causada por una herida en una pierna) y de un giro final coherente y digno (el fantasma que atormenta a los pequeños no es el de la niña, sino el de su enfermera, obsesionada por ella. Cuando la pequeña mejora de su enfermedad, comienza a romperle los huesos para que no le den el alta. Al ser descubierta, acaba con la vida de la chiquilla y se pone las piernas ortopédicas de ésta, lanzándose a continuación por el hueco del ascensor), algo siempre achacable al buen pulso del director, capaz de transformar una historia escasamente original y carente de sorpresas, que en manos de cualquier otro se hubiese quedado en un vulgar telefilme, en una película atractiva, entretenida y correctamente rodada, con una fotografía notable, obra del hasta entonces habitual Xavi Giménez, y con un bello score firmado por Roque Baños.

 

(6,5/2)

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TRAILER USA 1

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