ESTOY VIVO (Larry Cohen) / 1974: John P. Ryan, Sharon Farrell, John Dixon, William Wellman Jr., Shamus Locke, Andrew Dugan, Guy Stockwell, Daniel Holzman, Michael Ansara, Robert Emhardt, Nancy Burnett.

 

   Frank (Ryan, que también sería visto en la secuela del filme que nos ocupa, Sigue vivo, Larry Cohen, 1978) y Lenore (Farrell) son una pareja que está a punto de tener a su segundo hijo. Cuando éste nace en el hospital, resulta ser un terrible bebé mutante que asesina a todos los doctores que asisten al parto, y que logrará escaparse, prosiguiendo sus andanzas (o gateos) homicidas en el exterior, siendo perseguido por la policía, que intentará acabar con la vida del bebé asesino.

 

   Cohen, director de “clásicos” de culto del género como Demon, 1976; La serpiente voladora, 1982; In natural, 1985; La isla de los vivos, 1987; Regreso a Salem´s Lot, 1987; La ambulancia, 1990; o Masters of horror: Pick me up, 2006, firma uno de sus filmes más conocidos, contándonos una historia sumamente peculiar y de marcado carácter conservador por antiabortista (¿un bebé mutante cuya deformación e instinto psicópata se debe a la ingesta, por parte de la madre, de unas pastillas anticonceptivas?). Pese a todos sus defectos (un ritmo con demasiados altibajos; un guión que presenta algún que otro agujero; algún personaje con conductas un tanto peculiares -¿Porqué ese afán del médico y del dueño de la empresa creadora de las píldoras en eliminar al bebé y hacerlo desaparecer para que no haya pruebas, si todo el mundo sabe de la existencia de éste y de los horribles actos que ha cometido?-…), la película se mantiene debido a la labor de sus actores, que logran dar cierta credibilidad a una historia del todo increíble (aparte de Ryan -capaz de hacernos creer que quiere eliminar a su vástago hasta el último momento, cuando demuestra que sus verdaderas intenciones son mantenerlo con vida- y Farrell -que sabe mostrar su deterioro mental a partir del momento en el que da a luz y comprende que su pequeño es un asesino, al que intentará proteger pese a conocer su naturaleza-, cabe destacar a Dixon -habitual de la filmografía del director- como el policía que investiga el caso; a Wellman Jr. en el papel de Charlie, el amigo de la familia que cuida del primer hijo -interpretado por Holzman- cuando Lenore es ingresada; o a Locke dando vida al médico de la familia, que conspira con el dueño de la empresa farmacéutica creadora de las píldoras para eliminar cualquier vínculo que los entremezcle con el suceso); a los esporádicos ataques del monstruo (obra del maestro Rick Baker), que solo se deja ver parcialmente, optando por un menos es más que resulta bastante eficiente (detalle que recuerda a otra película de la época como Tiburón, Steven Spielberg, 1975); a la notable partitura de Bernard Herrman (Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960); o a su poco gratificante final, en el que el pequeño es eliminado mientras que, casi simultáneamente, se recibe la noticia de que otro bebé similar ha nacido en otro hospital. 

 

   Cabe citar, en el capítulo de curiosidades, que un directo de Los Ramones fue bautizado con el mismo nombre que la película, en honor a ésta, y que el final del filme, con la persecución del bebé por los túneles del alcantarillado que confluyen al lecho seco de un canal, tiene ciertos ecos del acecho a las hormigas mutantes de La humanidad en peligro, Gordon Douglas, 1954, pudiendo extraerse de ambos, a título de lección, que es el individuo el que provoca sus propios males, y por lo tanto, también ha de ser el encargado de erradicarlos.

 

(6/3)

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