ESTAMOS MUERTOS… ¿O QUÉ? (Mark Goldblatt) / 1988: Treat Williams, Joe Piscopo, Lindsay Frost, Darren McGavin, Vincent Price, Clare Kirkconnell, Keye Luke, Robert Picardo, Mel Stewart, Professor Toru Tanaka, Martha Quinn.

 

   Los agentes Roger Mortis (su nombre, “sutil” alusión al estado de rigidez que aparece en los cadáveres poco después de producirse la muerte, es uno de los múltiples chistes diseminados a lo largo del metraje), al que da vida Williams (visto en La noche del tiburón, Tonino Ricci, 1989; The phantom: El hombre enmascarado, Simon Wincer, 1996; Deep rising: El misterio de las profundidades, Stephen Sommers, 1998 -quizá su papel más relevante dentro del género-; Veneno mortal, Fred Olen Ray, 2002; o Mask maker, Griff Furst, 2011), y Doug Bigelow, encarnado por Piscopo (actor salido de la cantera del Saturday Night Live en el año 1980, y que se lleva la mayoría de las frases humorísticas del filme, afortunadas en un principio y cada vez menos graciosas -e incluso cargantes- según avanzan los minutos), investigan una serie de extraños robos en los que los ladrones logran huir tras sobrevivir a los disparos de la policía. En uno de esos atracos consiguen eliminar a uno de los rateros (el otro se desintegra por la acción de una granada que se le cae de la mano) tras atropellarlo salvajemente. La autopsia revela que ambos sujetos habían fallecido tiempo atrás. Nuevas pistas les llevarán a un laboratorio farmacéutico, donde descubrirán que el señor Loudermilk (esa eminencia del género que es Vincent Price en una corta pero agradecida intervención, como lo son -agradecidas, no cortas- todas y cada una de las que ha realizado a lo largo de su dilatada carrera), su dueño, supuestamente fallecido un par de semanas antes, ha creado, con la ayuda del doctor McNab (McGavin, actor con cierta vinculación con el género visto en filmes como Witchcraft, Harold Young, 1961; Kolchak: El vampiro de la noche, John Llewellyn Moxey, 1972; El estrangulador de la noche, Dan Curtis, 1973; o Hangar 18, James L. Conway, 1980), una máquina que, con la ayuda de una sustancia elaborada por sus científicos, es capaz de devolver la vida a las personas fallecidas.

 

   Nos encontramos ante uno de esos filmes míticos de los ochenta (y la palabra “mítico” no se refiere a la excelencia o calidad de la película, sino al encanto que desprende y al recuerdo evocador que provoca en todos los aficionados al género que pasamos de los treinta y que disfrutábamos como enanos entre las estanterías de los videoclubes de barrio, descubriendo pequeñas joyas -y algún que otro bodrio- recubiertas por hermosos envoltorios en forma de fascinantes y seductoras carátulas), que tuvo la osadía de mezclar dos subgéneros tan dispares como son, en un principio, las buddy movies (películas policiacas, normalmente cómicas, con una pareja de agentes de métodos dispares como protagonistas) y los zombis. El caso es que la mixtura funciona (o al menos, lo hace en gran parte del metraje), ofreciendo un producto ágil (su director, Mark Goldblatt, aparte de realizar The punisher, 1989 -la versión protagonizada por Dolph Lundgren-, es un conocido montador de filmes como Terminator, James Cameron, 1984; Terminator 2: El Juicio Final, ídem, 1991; Mentiras arriesgadas, ídem, 1994; o El origen del planeta de los simios, Rupert Wyatt, 2011), con escenas de acción reseñables (el tiroteo inicial, con los zombis ladrones siendo acribillados por los policías, y que concluye con uno de ellos aplastado por el vehículo que conduce Doug; o el momento en el que Roger es encadenado en una ambulancia junto a Becky -Kirkconnell-, la forense de la que está enamorado y que descubre la trama de los cadáveres revividos, que acaba de ser asesinada por McNab. El detective quita el freno de mano, provocando que el vehículo se deslice calle abajo mientras colisiona con los automóviles que se encuentra en su camino, para acabar provocando un brutal choque múltiple) y con unos FX, obra de Steve Johnson (una eminencia en su terreno, habiendo trabajado en películas como Un hombre lobo americano en Londres, John Landis, 1981; La noche de los demonios 2, Brian Trenchard-Smith, 1994; o Spiderman 2, Sam Raimi, 2004), realmente solventes (merece destacarse el trabajo de maquillaje para el motero de cuádruple cara que provoca la muerte por asfixia de Roger, así como el del resto de muertos vivientes. Igualmente reseñable resulta la escena del fallecimiento de Randi -Frost, vista en The ring: La señal, Gore Verbinsky, 2002-, en la que observamos cómo su cuerpo se deteriora y descompone -su cara se derrite, se le desprende un brazo- hasta quedar reducido todo él a una calavera repugnante y putrefacta. También lo es la del restaurante chino, con todo tipo de fiambres animales –pollos, cerdos, patos…- volviendo a la vida y atacando a los protagonistas). Es igualmente destacable el hecho de que, pese a tratarse de una comedia, los cuatro personajes con los que empatiza el espectador (Roger, Doug, Becky y Randi) fallecen de manera trágica (aparte de los ya descritos, Doug es colgado y amordazado boca abajo, muriendo ahogado con su cabeza introducida en una pecera). Pese a ello, no se abandona el tono festivo que reina en el ambiente (la escena final, en la que los dos agentes caminan por un pasillo hacia la niebla mientras Doug le dice a su compañero: “Esto podría ser el fin de una hermosa amistad”), y el fan puede recrearse con la presencia de Keye Luke (el entrañable señor Wing de Gremlins, Joe Dante, 1984) o Robert Picardo (el Teniente Herzog de la serie Star Trek: Voyager, papel que realizó durante 170 episodios).

 

   Existen escenas eliminadas con cameos de dos fetiches del género como Dick Miller, un habitual de las películas de Joe Dante (aparece en la citada Gremlins, además de en Piraña, 1978; Aullidos, 1981; No matarás al vecino, 1989; o Gremlins 2: La nueva generación, 1990) que era el guardia de seguridad en la visita que Roger y Randi realizan al cementerio, y de Linnea Quigley como la chica zombi go-go que salía de una tarta de boda en un sueño de Roger Mortis, en un papel más que similar al que hiciera en El regreso de los muertos vivientes, Dan O´Bannon, 1985 (su baile encima de una tumba, desnuda mientras la lluvia cae sobre ella, aún es recordado a día de hoy).

 

(5,5/6)

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