ESPINAZO DEL DIABLO, EL (Guillermo Del Toro) / 2001: Marisa Paredes, Federico Luppi, Eduardo Noriega, Fernando Tielve, Íñigo Garcés, Irene Visedo, José Manuel Lorenzo, Paco Maestre, Junio Valverde, Berta Ojea, Adrián Lamana.

 

   La primera película con reparto enteramente español (luego llegaría El laberinto del fauno, 2006) de Del Toro es una apreciable fábula que combina el terror típico de las ghost-stories, no muy habitual en el cine patrio, y el drama de la Guerra Civil, mucho más común en nuestra filmografía. Ambos géneros se entremezclan en una historia que no chirría gracias a la notable labor del director, y al guión, obra de éste junto a Antonio Trashorras y David Muñoz. En ella se nos cuentan las andanzas de Carlos (Tielve), un huérfano que llega a un refugio para hijos de republicanos durante la guerra. Allí conocerá a otros niños en su misma situación, y oirá de ellos la historia de Santi (Valverde), un chico que desapareció tiempo atrás y que realmente fue asesinado de manera accidental por Jacinto (Noriega, componiendo un villano ejemplar y sin concesiones a la galería. Un hombre amargado, violento y desposeído de cualquier tipo de sentimiento afectivo, que fue criado en el orfanato y que solo busca su propio beneficio sin importarle nada más: Véase la escena en la que corta a Carlos en la cara al descubrirlo cerca del foso; o el momento en el que descubrimos que mantiene relaciones sexuales con Carmen -Paredes-, la directora del centro, y su humillante forma de recordarle que pese a que ella está enamorada de Casares –Luppi, en el papel de un profesor argentino que da clases a los niños y que simpatiza con el bando republicano-, ha de rebajarse a acostarse con él pues éste no es capaz de satisfacer sus necesidades carnales; o ese otro en el que no tiene ningún reparo en volar el refugio como venganza después de ser expulsado del mismo, llevándose por delante la vida de varios de los pequeños y la de su amante; o el asesinato de Conchita –Visedo-, su novia, a la que apuñala sin el menor remordimiento después de que ésta le desafíe ante sus amigos; o el flashback que muestra lo que pasó realmente con Santi y la cruel forma de deshacerse del pequeño; o la escena en la que le devuelve a Jaime el anillo de papel que éste le dio a Conchita -la expresión de su cara lo dice todo-), el cuidador del refugio, cuando aquel cazaba babosas en un foso junto a Jaime (Garcés), otro de los chicos, quien logra esconderse sin ser descubierto y es testigo directo del crimen y la única persona que conoce el destino verdadero de su amigo, cuyo cuerpo aún con vida es lanzado al foso por el homicida. Será entonces cuando el protagonista empiece a ver al fantasma del niño, descubriendo que lo único que busca es la manera de vengarse de la persona que le asesinó, tarea para la que necesita la ayuda de Carlos y de sus amigos.

 

   Del Toro dirige con estilo y elegancia una historia triste (ese final, con los niños supervivientes saliendo del orfanato sin rumbo fijo, vagando erráticos hacia un destino incierto, mientras el fantasma del profesor les observa desde la puerta sin poder hacer nada por ellos) y llena de melancolía (algo a lo que contribuye de manera decisiva la notable partitura de Javier Navarrete), en la que los adultos no pueden prestar ayuda a los niños que custodian (todos los personajes mayores que pueblan el relato son o bien malvados y avariciosos -Jacinto y sus amigos-, o se ven incapaces de proteger a aquellos que tanto les necesitan, pagando el intento incluso con su vida -tal y como sucede con Carmen, Casares, Conchita o Alma –Ojea, la Ofelia de La gran aventura de Mortadelo y Filemón, Javier Fesser, 2003-, la cocinera), y en la que demuestra que el corazón humano es mucho más oscuro, vil y dañino que cualquier aparición del más allá. En definitiva, una historia pesimista (el único halo de esperanza es la supervivencia de alguno de los niños, inútil al saberse hijos de los derrotados de una guerra injusta, y oscurecida aún más por la pérdida de su bien más preciado, ese que los mantiene fuera del alcance de las tinieblas del mundo de los adultos, tras haber colaborado en el asesinato de Jacinto: La inocencia) que no permite que el espectador halle desahogo ni redención en la venganza, finalmente cumplida.

 

   Destacar también la notable labor de FX de Reyes Abades y David Martí (nominados al Goya) y de la empresa española DDT, con José M. Meneses a la cabeza.

 

(7/4) 

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(v.o.s.i.)

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