DIABLO METIÓ LA MANO, EL (Rodman Flender) / 1999: Devon Sawa, Seth Green, Elden Henson, Jessica Alba, Vivica A. Fox, Christopher Hart, Jack Noseworthy, Katie Wright, Sean Whalen, Nicholas Sadler, Fred Willard, Connie Ray, Steve Van Wormer, Kelly Monaco, Timothy Stack.

 

   Anton (Sawa manejando todos los resortes del splatstick -ese acrónimo que combina las palabras “splatter” y “slapstick”, la primera referida al cine gore y la segunda a la comedia que presenta exageradas dosis de violencia física sin que ésta derive en dolor- como antes lo hicieron Bruce Campbell en Terroríficamente muertos, Sam Raimi, 1987, o Timothy Balme en Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro, 1992) es un vago redomado (“El sueño de mi vida sería pasarme el día en la cama mientras una tía me lía los petas”, les llegará a decir a sus amigos acerca de sus aspiraciones) que se pasa las horas muertas viendo la televisión y fumando marihuana en el cuarto que tiene acondicionado en el desván de su casa. Su indolencia es tal que cuando sus padres desaparecen durante varios días ni siquiera se da cuenta de su ausencia, hasta que se los encuentra muertos en el salón de su propio hogar. Después de una dura sesión deductiva con sus colegas Pnub y Mick (Henson y Green respectivamente, dando ambos rienda suelta a sus vis cómica), llegan a la conclusión de que el propio Anton ha sido quien ha acabado con la vida de sus padres, aunque él no es consciente de ello. En ese momento cuando una de sus manos cobra vida propia y, pese a la oposición del chico, elimina a sus dos amigos en un abrir y cerrar de ojos (ecos de Las manos de Orlac, Karl Freund, 1935). La situación se complica más si cabe cuando Molly (una casi primeriza Jessica Alba, arrebatadora y angelical, y no solo por el disfraz que lleva en gran parte del metraje), la vecina de Anton y su interés amoroso desde hace años, comienza una relación con el chico, pasando a ser el objetivo principal de la mano asesina.

 

   Un año antes de protagonizar la exitosa Destino final, James Wong, 2000, Sawa interpretó el rol principal en esta comedia terrorífica realizada por un experto en rodar capítulos de series de televisión que anteriormente ya había tenido dos (nefastas) incursiones en el género del horror con The unborn, 1991, y Leprechaun 2, 1994. En esta ocasión Flender al menos consigue un filme resultón y amable gracias a un reparto solvente (a la labor ya mencionada de Sawa, Alba, Henson y Green hay que sumar la de Noseworthy -al que nuestro héroe pide asesoramiento en sus problemas de posesión manual porque… le gusta el heavy metal y la música satánica-, notable en su labor de Randy, el vecino caradura y simpático experto en tirarle los tejos a todo elemento del sexo femenino que pase a una distancia poco prudencial -véase la escena en la que intenta ligarse a una joven que llora la muerte de los gemelos frikis en un improvisado velatorio callejero, aprovechando que su guardia está baja-, y la de Fox -la Vernita Green de Kill Bill vol. I, Quentin Tarantino, 2003, y Kill Bill vol. II, ídem, 2004- como Debi LaCure, la sacerdotisa que persigue de manera implacable a aquel cuya mano es poseída, para eliminarlo sin contemplaciones) y a un montón de situaciones cómicas que, sorprendentemente, funcionan en su mayoría, al basarse en un humor en ocasiones escatológico, a veces referencial y otras irreverente, pero casi siempre efectivo y cercano al splatstick y al cartoon (el asesinato de los padres del protagonista -el progenitor está interpretado por el gran cómico Fred Willard-; la presentación de Anton viendo la televisión tirado en el sofá mientras fuma hierba en su inhalador del asma o utiliza un palo para rascarse sus partes o acercar el mando a distancia sin moverse de su sitio; su primera visita al sótano de la casa al otro lado de la calle, donde sus colegas Pnub y Mick pasan el tiempo fumando canutos y, cómo no, viendo la tele, cruzando la carretera en calzoncillos, zapatillas y con una bata con el fin de conseguir marihuana; el posterior regreso a su hogar, preparándose un cigarro con nuez moscada siguiendo el consejo de sus amigos, y acabando con la cabeza metida en el fregadero limpiándose la lengua con un estropajo y detergente.  Resulta genial el detalle del perro humedeciendo el papel de liar, así como el posterior en el que Anton cierra el hocico del can para darse cuenta, al fin, de que no hay ningún ruido en su casa y que se encuentra solo; el inmediato descubrimiento de que algo pasa, después de untar una rebanada de pan con un cuchillo cubierto de sangre sin darse cuenta hasta que casi se lo come, observando a continuación a su gato lamiendo un ojo humano. Es divertido el plano del chico abrazándose aterrorizado al perro, así como la escena en la que empuja al chucho desde las escaleras al pasillo de la planta superior, para que vaya en primer lugar. El hallazgo de los cadáveres de los progenitores en pie, con un tridente y un atuendo rural, remite directamente al cuadro “American gothic” de Grant Wood; la llegada de Mick y Pnub, que en un principio no advierten la presencia de los cuerpos, anonadados por el vídeo que emiten en la tele. Su posterior asesinato, después de que el primero descubra que Anton es el homicida, es puro cartoon, pues la cabeza de uno es atravesada por una botella mientras que el cuello del otro es rebanado por una sierra circular que lanza el protagonista; la escena en la que nuestro héroe va a casa de Molly después de lanzar a su gato por la ventana y de que éste caiga en los setos de su vecina. En ella Sawa realiza una magnífica labor -que en esta ocasión sí que remite directamente al Ash interpretado por Bruce Campbell en la citada Terroríficamente muertos- al tener que hacer todo tipo de ímprobos esfuerzos por dominar a la mano homicida, que intenta acabar con la cariñosa vecina, empeñada en seducir a Anton -la secuencia en la que éste le mete mano, de manera involuntaria, es impagable-, que se ve obligado a atarse su extremidad al cabecero de la cama, siendo tachado de vicioso por su partenaire; el entierro de Mick y Pnub, con éstos volviendo a la vida saliendo de sus tumbas en una fantástica escena y dejando inconsciente de un golpe con una pala a su ejecutor. Ambos realizarán una labor de consejeros venidos del más allá muy similar a la efectuada por Griffin Dunne en Un hombre lobo americano en Londres, John Landis, 1981; el momento en el que Anton, aconsejado por Randy, se dedica a hacer calceta para mantener a su mano ocupada mientras ve videos de Rob Zombie, siendo interrumpido por los dos policías que le observan por la ventana junto a los cadáveres revividos de sus colegas. Ya en el interior de la casa los agentes serán finiquitados en cuestión de segundos, uno con la aguja de tejer, que atraviesa su cráneo, y el otro con su propio taser; la automutilación de Anton, que decide cortarse la mano con un enorme cuchillo tras varios intentos baldíos -más splatstick-, cauterizándole Mick la herida con una plancha hirviendo. Luego éste, cansado de ver a Pnub deambulando con la cabeza separada del tronco, decide unir ambas partes mediante un enorme tenedor, usando cinta aislante para tapar la herida y evitando así que la comida tragada salga por el corte, en una escena que rememora a otra de Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro; o el final, con la mano enguantada en un títere intentando sacrificar a Molly atándola a la parte superior de un coche e intentando aplastarla contra el techo de la casa. El espíritu subversivo del filme queda en evidencia en la forma de eliminar a la extremidad viviente: Anton utiliza una pipa gigante para marihuana, inhalando una gran bocanada de humo y exhalándola en la marioneta, quedando la mano amodorrada y liberando la palanca que hacía ascender el vehículo. La posterior visita de Pnub y Mick al hospital, para ver a su amigo malherido y anunciarle que son sus ángeles de la guarda, se salda con uno de los diálogos más afortunados del filme: “Atravesemos a alguna enfermera”, dirá el primero, obteniendo como respuesta: “Cuidado, algunas son tíos”).

 

   No se queda ahí el capítulo de cameos y homenajes varios, pues otros muchos se reparten a lo largo del metraje. Así, el vecindario donde viven Anton y sus amigos es el mismo que sirvió para recrear Haddonfield, el barrio residencial en el que Michael Myers cometía sus fechorías en La noche de Halloween, John Carpenter, 1978; en una escena Anton ve La noche de los muertos vivientes, George A. Romero, 1968. Luego serán Mick y Pnub quienes disfruten de su secuela, Zombi, ídem, 1978; el tatuaje de Randy es el mismo que lleva Woody Harrelson en Asesinos natos, Oliver Stone, 1994; Thomas de Longe, solista de Blink182, es uno de los dependientes de la hamburguesería; la mano asesina es introducida por el protagonista en el microondas de su casa como una de las criaturas de Gremlins, Joe Dante, 1984; el modo en que Anton se hace con las llaves del todoterreno de Randy está extraído de Terminator 2: El Juicio Final, James Cameron, 1991; la chica que es asesinada en el coche con su novio mientras practican sexo es la bellísima modelo Kelly Monaco (playmate de la revista Playboy en 1997). Por cierto, la canción que suena es el “New York groove” del grupo Kiss, de cuyos miembros van disfrazados los dos jóvenes; después de asesinar al director del instituto la mano afila sus dedos en un tajalápiz eléctrico, obteniendo una apariencia similar al guante que utiliza Freddy Krueger para perpetrar sus crímenes en la saga de Pesadilla en Elm Street; y la banda que toca en la fiesta del instituto no es otra que The Offspring, y su cantante Dexter Holland es asesinado por la mano arrancándole el cuero cabelludo.

 

(6,5/4)

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