DESTINO FINAL 3 (James Wong) / 2006: Mary Elizabeth Winstead, Ryan Merriman, Khris Lemche, Alexz Johnson, Sam Easton, Jesse Moss, Gina Holden, Texas Battle, Chelan Simmons, Crystal Lowe, Amanda Crew, Maggie Ma.

 

   James Wong regresó a la saga que el mismo inició con Destino final, 2000, para dirigir la tercera entrega de la misma, aportándole nuevos bríos y renovando los elementos de la mitología (esas fotografías premonitorias que anuncian la forma en la que van a sucumbir las personas que han esquivado a la muerte), y volviendo a contar con un reparto eminentemente adolescente, pero a su vez notable y solvente (de hecho, las interpretaciones superan con creces las de Destino final 2, David R. Ellis, 2003), logrando como resultado la mejor secuela de las rodadas hasta la fecha (de hecho, todas las entregas son notables, salvo la cuarta -Destino final 4, David R. Ellis, 2009-, que pese a ser moderadamente inferior al resto resulta disfrutable).

 

   En esta ocasión el accidente inicial tiene lugar en una enorme montaña rusa de un parque de atracciones. Allí, Wendy Christensen (la guapísima Winstead -vista en La señal 2, Hideo Nakata, 2005; Death proof, Quentin Tarantino, 2007; La jungla 4.0, Len Wiseman, 2007 -interpretando a la hija de Bruce Willis-; Scott Pilgrim contra el mundo, Edgar Wright, 2010; o La cosa, Matthijs Van Heijninger Jr., 2011 -remake del filme homónimo de Carpenter, que a su vez reversionaba el original de Christian Nyby, titulado El enigma de otro mundo, 1951-, logrando transmitir una mezcla de vulnerabilidad y fortaleza que le otorgan un toque humano que la acercan al público), su novio Jason (Moss -Ginger snaps, John Fawcett, 2000; Presencias extrañas, Charles & Thomas Guard, 2009; Tucker & Dale vs. evil, Eli Craig, 2010-) y sus amigos, la pareja formada por Carrie (Holden, que cuenta también con cierta experiencia en el género -El efecto mariposa 2, John R. Leonetti, 2006; Aliens vs. Predator 2, Colin & Greg Strause, 2007; Saw 3D, Kevin Greutert, 2010; o la reivindicable serie Harper´s island, en la que era una de las supervivientes del asesino en serie que sembraba el terror en la isla del título-) y Kevin (Merryman -cuyo currículo incluye papeles en la paupérrima Halloween: Resurrección, Rick Rosenthal, 2003; o en la ya mencionada La señal 2-, componiendo un personaje simpático, entrañable y que genera empatía, alejándolo así de los estereotipos del género), disfrutan de sus últimas horas como estudiantes de instituto antes de graduarse y acceder a la universidad. Wendy tendrá la premonición de rigor (la visión del accidente en la montaña rusa -mucho menos espectacular que el que tenía lugar en la segunda entrega, pero igualmente efectivo-, en la que se produce un fallo en el sistema hidráulico que provoca la avería de las sujeciones y el colapso de parte de la estructura, provocando la caída de varios vagones y de sus ocupantes al vacío, todo ello precedido de las señales a las que ya nos tiene acostumbrados la saga -la fotografía que saca Wendy a otra atracción, llamada “High dive”, borrándose una de las letras y quedando “High die”, o “Muerte en las alturas”; la enorme figura del diablo que guarda la entrada a la atracción, y que asusta a los jóvenes con su voz, prestada por Tony “Candyman” Todd en su versión original, que regresa, así, a la saga-), salvando en esta ocasión a Kevin (Carrie y Jason fallecen en el accidente, al no poder bajarse de la atracción) y a varios compañeros suyos de la escuela, que se apean debido al revuelo que se forma. La muerte, viendo truncado su plan, irá acabando uno por uno con los jóvenes de las maneras más salvajes y pintorescas, como ya es habitual.

 

   De nuevo los títulos de crédito nos muestran varias imágenes que a la postre resultarán proféticas, al anticipar la manera en que se producirán las muertes de alguno de los supervivientes al accidente inicial. Así, veremos a un muñeco de una pitonisa (que recuerda sobremanera a aquellos tan tétricos de los créditos iniciales de la notable La casa de los horrores, Tobe Hooper, 1981) con varias cartas de tarot tendidas en una mesa. Una muestra a un caballero montado sobre un corcel blanco y portando un estandarte similar al que atravesará a una de las chicas casi al final del metraje. En una atracción de la feria vemos un dibujo de una chica con sendos clavos saliendo de sus fosas nasales y varios más en su cara. En otra contemplamos a dos mujeres tumbadas boca arriba con una especie de electrodos en la cabeza, siendo el nombre del espectáculo “The electric sisters” o “Las hermanas eléctricas”.

 

   A todas esas pistas, ya habituales de la saga, se suma el elemento premonitorio otorgado por las fotografías tomadas por Wendy para el anuario, en las que se observan a todos los supervivientes y se vislumbra la forma en que morirán. No es que nos encontremos ante el súmmum de la originalidad (¿Alguien no recuerda las imágenes proféticas tomadas por la cámara de David Warner en la inmensa La profecía, Richard Donner, 1976?), pero es un punto novedoso que añade algo de frescura. Así, la instantánea de Ashley y Ashlyn (las amigas interpretadas por Simmons y Lowe, que dan lugar a dos personajes entrañables pese a su esnobismo, debido a su inocencia y su sentido del humor, lo que hace más dramática su ya de por sí horrible agonía) muestra los ojos de la segunda cubiertos por manchas rojizas, como si estuvieran quemados, algo que sucederá cuando las gafas protectoras se funden sobre sus órganos oculares debido al calor. En la de Frankie (Easton) vemos las aspas de un ventilador tras él, similares a las del motor que acabarán con su vida. En el caso de Lewis (Battle), la fotografía muestra un muñeco de un sultán sosteniendo dos sables similares a los que cortarán la cuerda metálica que sujeta las pesas que aplastarán su cabeza más adelante. También vemos un oso de peluche (en el gimnasio donde ocurrirá el accidente tendremos un enorme oso disecado) y el contrapeso del juego de la feria que el joven acaba de golpear con un martillo, observado desde un punto en el que parece estar a punto de caer sobre su testa. El retrato de Ian y Erin (Johnson y Lemche respectivamente) muestra al primero con una pistola en la mano apuntando a la nuca de su novia, que presenta una posición idéntica a la que tendrá en el momento de su muerte, mientras que un cartel sobre el joven que pone “skill” está oscurecido por una sombra que casi oculta la “s” inicial, quedando la palabra “kill” (o “matar”). Un rótulo igual a éste es igual al que acaba con su vida cayendo sobre él y aplastándolo.

 

   Las muertes que sufren los personajes, uno de los principales reclamos de la saga, vuelven a ser el punto más destacado en esta nueva entrega. De esta manera, Ashley y Ashlyn (las tres primeras letras de sus nombres coinciden y forman la palabra “ash”, o “ceniza” en su traducción del inglés) perecen abrasadas de manera atroz en las camas de bronceado (el centro al que acuden se llama Phoenix, como el ave mitológica que se consumía por acción de las llamas y luego resurgía de sus cenizas), en la que supone, sin duda, la muerte más sádica de toda la serie, resultando casi insoportable para el espectador menos curtido debido a su crueldad y a la larguísima agonía que sufren las muchachas antes de expirar. La escena comienza de manera desenfadada, con las amigas bromeando, desnudándose y entrando en las cámaras al son de la canción “Love rollercoaster”, de los Ohio players (que suena de manera irónica, pues su traducción sería “Montaña rusa del amor”, en clara referencia a la atracción en la que deberían haber muerto), para tornarse tensa en el momento en el que empieza a subir la temperatura debido a un bote de refresco que Ashley deja sobre una mesita, el cual comienza a gotear, a causa de la condensación, en el termostato que regula el calor de las lámparas, y volviéndose realmente dramática cuando las chicas quedan atrapadas por el estante de los Compact Discs que cae y obstruye las tapas, impidiendo que sean levantadas. A partir de ese momento comienza una lucha frenética de las dos jóvenes, cuyos cuerpos desnudos se queman al contacto con las paredes de las bronceadoras (los cristales interiores estallan debido a las altas temperaturas, sucediendo lo mismo en casa de Wendy con una bombilla de la lámpara de su mesita), mientras intentan salir en vano del pequeño y claustrofóbico receptáculo convertido en un auténtico horno crematorio (atención al plano picado en el que vemos las camas en llamas y el fundido que nos transporta al cementerio, transformándose las mismas en dos ataúdes).

 

   El siguiente en la lista será Frankie. Wendy y Kevin permanecen en su vehículo en la cola de una hamburguesería, y la chica observa un pequeño cartel en el mostrador que centellea, quedando resaltada la frase “Te controlo”. Un camión que da marcha atrás bloquea de manera involuntaria la puerta del asiento del acompañante (el camión pertenece a la firma “Hice pale ale”, y es idéntico al  del accidente de tráfico de Destino final 2, concretamente al del conductor que bebía una cerveza, contradiciendo el consejo del lateral de su vehículo que rezaba “Beba con responsabilidad”), ocupado por la protagonista. La emisora del coche de los chicos salta y comienza a sonar una canción cuya letra dice algo así como “Hay alguien, detrás de ti, vigilando tus pasos, quiere llevarte...", mientras que en la lejana pendiente trasera aparece un camión fuera de control siendo perseguido por su conductor. Los chicos descubren que están a punto de ser aplastados, y Kevin consigue romper el parabrisas, saliendo junto a Wendy en el momento en que el enorme vehículo embiste al suyo por la parte posterior. El motor del coche de los protagonistas sale despedido, destrozando las hélices la cabeza de Frankie, que era quien se hallaba ante el mostrador, en su propio automóvil, esperando su pedido.

 

   A continuación le llegará el turno a Lewis, que muere en el gimnasio en el que entrena, ejercitándose en una bancada de pesas. La cuerda de sujeción de las mismas es cortada por unos sables que cuelgan de la pared y que se sueltan tras recibir un impacto. El chico ejerce un último impulso sobre las palancas, elevando los contrapesos y cayendo éstos, ya libres y sin que ningún tirante los sujete, sobre la cabeza de la víctima, aplastándola ante la mirada estupefacta de Wendy y Kevin.

 

   Sin solución de continuidad le seguirá Erin,después de que los tablones y demás objetos colocados en un enorme estante del almacén en el que trabaja caigan sobre Wendy, Kevin y Ian. La chica retrocede intentando librarse del impacto, pero acaba tropezando y abalanzándose sobre una pistola de clavos, que se pone en funcionamiento disparando varias puntas que le atraviesan el cráneo (¿Un homenaje a Hellraiser, Clive Barker, 1987?). La ironía en este caso viene dada por que la etiqueta de la llave que pone en marcha el montacargas tiene escrito el número 081, el cual vemos al revés, quedando así el consabido 180. Un bote que cae accidentalmente de un estante golpea el contacto y el llavero, poniendo en funcionamiento la máquina que desata la tragedia.

 

   Ya en la feria sucumbirán Perry (Ma), atravesada por un asta impulsada por un caballo desbocado (algo que ya habíamos intuido en los títulos de crédito iniciales y que recuerda sobremanera a la muerte del Padre Brennan, interpretado por Patrick Troughton, en la citada La profecía), y Ian, aplastado por la plataforma de una grúa liberada por unos fuegos artificiales que salen disparados en la dirección equivocada. Finalmente asistimos al terrible y espectacular accidente de metro en el que perecen Kevin, Wendy y su hermana Julie (Crew), lugar en el que coinciden casualmente, siendo la segunda víctima de un nuevo sueño premonitorio (los carteles del vagón -una vez más el número 081 reflejado en un espejo- anuncian la hamburguesería Andy´s, donde falleció Frankie; la tienda de bricolaje Build it, en la que trabajaba Erin; y el solárium Phoenix taning co., en el que Ashley y Ashlyn encontraron la muerte. Además, un músico ambulante comienza a cantar la canción que sonara en el coche de Kevin en el accidente de la hamburguesería, e hilando un poco más, la voz que oímos por megafonía anunciando que “Éste es el fin de línea” vuelve a pertenecer, obviamente en la versión original, a Tony Todd, dando la razón a los que identifican su personaje con el de la parca) que en esta ocasión no le servirá para salvar la vida, pues no hay manera de detener el convoy. El golpe final vuelve a tener lugar tras el fundido a negro, al igual que sucediese en la primera entrega con la muerte de Carter, y Wong vuelve a rizar el rizo del humor macabro demostrando que es un cachondo al estampar como primera canción de los títulos de crédito el “Love train” de Tommy Lee.

 

   Lo que sucede en esta entrega, que la acerca al espíritu de la primera y la aleja de manera proporcional de la segunda, es que Wong no pierde la oportunidad de mostrar que sus personajes tienen sentimientos y reaccionan ante los terribles circunstancias que sufren y la pérdida de sus seres queridos (cuando, tras el accidente, observamos la reacción de Wendy al recoger sus pertenencias en el instituto y ver las fotos de su novio; el momento en que la chica se acerca hasta el velatorio donde se encuentran las fotos de sus amigos y las dedicatorias de sus seres queridos -el espíritu del 11-S permanece presente pese al paso del tiempo-; la escena en que camina compungida bajo la lluvia sin rumbo fijo por el instituto bajo las atentas miradas de sus compañeros; o el momento en que mantiene una conversación con su hermana, con la que no se lleva excesivamente bien, pidiéndole comprensión y ayuda. En este sentido también es destacable la secuencia del cementerio en el que entierran a Ashley y Ashlyn -la canción utilizada es la misma que se emplea en el funeral por las víctimas del vuelo 180 de la primera parte-, y en el que Ian interpela al sacerdote, delante de todos los asistentes, por el motivo por el que dos chicas que no han hecho nunca daño a nadie han muerto. Kevin y Lewis son los encargados de tranquilizar al chico), algo que Ellis no conseguía en la anterior entrega, con unos individuos en exceso planos, unidimensionales y que, al ser adultos, no conectaban con el público adolescente. Todo lo anterior, a lo que se suma una acción que nunca decae (los set pieces en la feria y en el metro, en el que tiene lugar el accidente final, tienen una puesta en escena notable pese al escaso presupuesto) y a que la historia fluye sin descanso pese a algún que otro agujero del guión (si el accidente en la montaña rusa tiene lugar por culpa de la cámara de Frankie y del cierre del vagón de Lewis y éstos no se suben, ¿Cómo se produce el mismo?; y ¿Cómo puede ser que las fotos revelen la forma en que van a morir los chicos si, según el plan de la muerte, deberían haber fallecido en la montaña rusa y las fotografías están tomadas antes de que se produzca el accidente?) hacen que nos encontremos ante una película totalmente disfrutable y muy entretenida.

 

   Evidentemente, siempre habrá quien dirá que el filme no es original (-¿?- se trata de una secuela que sigue los parámetros de las anteriores entregas, con lo que la novedad no es algo que busque el espectador que sabe lo que va a ver); que la historia no tiene sentido (-¿¿??- argumento del todo estúpido ante una película de terror en la que la muerte persigue y elimina a todo aquel que consigue escapar de ella); o que determinados accidentes son absurdos e imposibles (-¿¿¿???- Si es la muerte la que elimina a sus víctimas, es esa misma entidad la que planifica los accidentes. A partir de ahí, discutir si éstos son físicamente posibles es, cuanto menos, estúpido).En definitiva, si quieres realismo, siempre puedes ver una del ególatra de Von Trier, o de Ken Loach, pero acudir a ver Destino final 3 buscando veracidad es, cuanto menos, de necios. En definitiva, diversión completamente disfrutable y desprejuiciada si sabes lo que vas a ver y quieres pasar noventa minutos entretenidos.

 

   Destacar finalmente que la edición en DVD española es, sin que sirva de precedente, fantástica, incluyendo un genial making of de noventa minutos de duración, los didácticos comentarios de Wong y el guionista Glen Morgan (dos habituales de la serie Expediente X) y, sobre todo, una versión de la película en la que es el propio espectador el que decide el futuro de nuestros protagonistas cada vez que se produce un accidente. Así, en la primera elección daremos con un final en el que se salvan Wendy, Jason, Carrie y Kevin, muriendo el resto del reparto en el accidente; en la segunda, Ashlyn logra salir de la cámara de bronceado, pero fallece electrocutada cuando intenta liberar a Ashley; en la tercera, Frankie es salvado por Kevin (al que amenaza con demandar por haberle sacado del coche), siendo el único que se salva, pues el accidente final de metro no es una visión (en esta versión también se nos da la opción de hojear un periódico que utiliza un vagabundo, en el que podemos leer que Kimberly Corman y el oficial Burke, supervivientes de la segunda entrega, fallecieron tiempo después tras caer en una máquina de triturar madera); en la cuarta, Lewis fallece igual, pero su muerte tiene lugar en cuanto los dos protagonistas entran al gimnasio; en la quinta, la muerte de Erin es la misma, pero son unas palomas, que vuelan asustadas por un tablón que sale lanzado las que hacen que la chica se trastabille y caiga sobre la pistola; y en la sexta, Ian también fallece aplastado, pero no vemos la mitad de su cuerpo tras el impacto. Esta versión acaba aquí, salvándose Kevin, Wendy y Julie, que huyen malheridos de la feria (final que fue desestimado después de observar la reacción negativa del público en los pases de prueba). También es destacable (para la audiencia masculina del filme) el increíble reparto femenino de la película y su belleza, y el hecho de que los apellidos de varios de los personajes siguen siendo los de conocidos directores del género (Christensen -director de Haxan: La brujería a través de los tiempos, 1922-, Fisher, Romero, Ulmer, Wise, Halperin, Freund, o Dreyer).

 

(7,5/8)

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