DESPERTAR DE LA MOMIA, EL (Frank Agrama) / 1981: Brenda Schiemer Scheider, Barry Sattels, George Peck, John Salvo, Ibrahim Khan, Joan Levy, Ellen Faison, Dianne Beatty, Ali Gohar, Ahmed Rateb.

   Aprovechando la ola del género de muertos revividos, que vio de nuevo removidos sus cimientos por la sobresaliente Zombi, George A. Romero, 1978, el director Frank Agrama intentó subirse a la misma dándole un mínimo toque de originalidad a su filme, al ambientar la acción en Egipto (país de origen del realizador) y transformar las oleadas de zombis hambrientos de carne humana en momias… hambrientas de carne humana. Porque ahí se acaba todo viso de originalidad (ahí y en el título original del filme, Dawn of the mummy, un claro homenaje, incluso simpático, al Dawn of the dead de la película de Romero) que pudiera tener la película en cuestión.

   Nos encontramos así a tres caraduras (el nombre de saqueadores les viene grande) que intentan profanar la tumba del faraón Safirman, obviando los mensajes apocalípticos de una bruja que parece salida de un after hour (esas ojeras de tres días de insomnio, esa mirada espídica, esos pelos de loca…) y que vive en el desierto (comiendo piedras, supongo). Cómo el destripamiento de tres ceporros no da para llenar noventa minutos de metraje, en la coctelera se agregan unas modelos, un fotógrafo y un par de acompañantes que se hallan de travesía por el desierto… buscando un lugar adecuado en el que hacer un book fotográfico. ¿Y qué mejor sitio para llevar a cabo tal labor que una tumba recién escavada con una momia cutre y un par de sarcófagos comprados en un todo a cien? Evidentemente, todo aquel que pisa el sepulcro se halla bajo la maldición de Safirman, así que éste, ante semejante afrenta, dejará su eterno descanso y se pondrá a perseguir (a una velocidad que convierte a los zombis de Fulci en supersónicos) a todo aquel que haya osado poner sus zarpas en suelo sagrado, contando con la ayuda de otras cuatro o cinco congéneres (el presupuesto no da para más) ataviadas con papel higiénico como vendas, que salen de su entierro en la arena en mitad del páramo (mejor no preguntarse qué hacen sepultadas esas momias en medio de ninguna parte a menos de medio metro de profundidad) para impartir justicia. A partir de ahí, persecuciones absurdas en las que los personajes parece que tengan las rodillas pegadas con chicle, pues los cadáveres, pese a su paupérrima velocidad, son capaces de alcanzarlos; tablas de carnicero en forma de gore fulciano; diálogos cutres y personajes escabechables al cien por cien para una película tan lenta como las propias momias, en la que acaba dominando el aburrimiento total.

(3/6)

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