CUBE (Vincenzo Natali) / 1997: Maurice Dean Wint, David Hewlett, Nicole De Boer, Nicky Guadagni, Andrew Miller, Julian Richings, Wayne Robson.

 

   Seis extraños se encuentran en un gigantesco cubo formado por pequeñas estancias iguales y comunicadas entre sí. Ninguno de ellos recuerda cómo ha llegado a ese lugar, pero el instinto de supervivencia hará que avancen de habitación en habitación buscando una posible salida y una explicación a su encierro. Así descubrirán que algunos de los recintos contienen peligrosas trampas, dificultando aún más, si cabe, el hallazgo de una vía de escape. La clave para la supervivencia de los cautivos puede encontrarse en un código numérico que aparece en la entrada de cada estancia. Descifrar su significado parece básico para salir con vida del enigmático encierro.

 

   Vincenzo Natali obtuvo un éxito casi instantáneo con su ópera prima, un filme que desde el momento de su debut alcanzó la categoría de culto, arrasando en todo festival de cine fantástico donde fue estrenada (en el de Sitges se alzó con el premio al mejor guión y a la mejor película, premio que también obtuvo en Fantasporto, mientras que en Toronto obtuvo el galardón al mejor director). Casi dos décadas después, es justo seguir alabando las virtudes de la cinta, que la transformaron en una rara avis del género por su originalidad y por su conseguida atmósfera claustrofóbica, pero también hay que considerar los múltiples defectos de la misma, algunos de bulto, que provocan que no pueda ser considerado, ni mucho menos, un filme redondo.

 

   El inicio es brutal y brillante. En él, Alderson (Richings, visto en Leyenda urbana, Jamie Blanks, 1998; Km. 666: Desvío al infierno, Rob Schmidt, 2003; Saw IV, Darren Lynn Bousman, 2007; La resistencia de los muertos, George A. Romero, 2009; Percy Jackson y el ladrón del rayo, Chris Columbus, 2010; El hombre de acero, Zack Snyder, 2013; o en la serie Sobrenatural, donde da vida a la Muerte), uno de los cautivos, se adentra en una celda, activando la correspondiente trampa. Oímos un fugar sonido metálico y pasamos a un primer plano del hombre. Un hilo de sangre horizontal se forma en su rostro, y luego otro. El líquido rojo comienza a manar por las heridas y un trozo de cabeza se desprende y cae. Las partes en que ha quedado dividida la mano se desploman paulatinamente. El rostro se quiebra en dos y un plano general del cuerpo muestra cómo éste se descompone en pequeños pedazos que se derrumban como las piezas de un mecano. Un panel de ensangrentados alambres, finos como un hilo, se muestra ante nuestros ojos, plegándose sobre sí mismo y ocultándose a la espera de otro futuro incauto. Películas como Resident evil, Paul W. S. Anderson, 2002; Ghost ship, Steve Beck, 2002; o The collection, Marcus Dunstan, 2012, han copiado, de manera más o menos evidente pero siempre efectiva, esta muerte.

 

   El problema de un inicio tan impactante es que luego es difícil mantener las expectativas creadas. De esta manera, los siguientes cincuenta minutos suponen un retroceso significativo con respecto a ese sensacional comienzo. Así, los seis personajes protagonistas son meros arquetipos, y su presentación y posterior desarrollo a lo largo del filme no logran una identificación plena con el espectador. Tenemos a Leaven (De Boer), la joven profesora de matemáticas, tímida e insegura; Holloway (Guadagni), la doctora paranoica que cree que ella y sus compañeros son víctimas de un experimento gubernamental; Rennes (Robson), el ex-convicto experto en huidas de prisiones de máxima seguridad; Worth (Hewlett), el personaje enigmático, que sabe más de lo que aparenta; Quentin (Dean Wint), el policía que se descubrirá como el auténtico villano de la función, y que cumple el tópico de identificar a la autoridad con el mal; y Kazan (Miller), el joven autista que se revelará como pieza clave para la supervivencia y que, siendo el único alejado de la mezquindad afín al ser humano, resultará ser el que logre salir con vida. Parte de la supuesta originalidad del filme se quiebra por este motivo, pervirtiendo su punto de vista transgresor al plegarse a una conclusión moralista, simplista y un tanto hipócrita (¿El resto de personajes merecen morir por sus actos?).

 

   Poco que destacar, por tanto, hasta el último tercio, si acaso la sangrienta muerte de Rennes (su discurso, previo a la entrada en una nueva sala y que le sitúa como la gran esperanza del grupo de salir con vida del encierro, le convierte en víctima potencial, eliminando la sorpresa de su inminente desaparición. La trampa se activa en cuanto pone el pie en el nuevo cuarto, haciendo que un chorro de ácido salpique su rostro, que se desintegra consumido por la sustancia en cuestión de segundos, mientras el hombre agoniza entre terribles convulsiones) y el hallazgo de los códigos numéricos que muestran tres números de tres cifras, a partir de los cuales Leaven deduce que la existencia de algún número primo en la serie marca las habitaciones con trampa. La premisa se invalida en uno de los cuartos que no la cumplen y en el que, pese a ello, se activa un mecanismo (una serie de alambres verticales que envuelven a la víctima y se retuercen de súbito, haciéndola trizas) que está a punto de acabar con Quentin.

 

   Es el momento en el que Worth se confiesa como el diseñador de la coraza externa del inmenso cubo cuando los acontecimientos se precipitan y el filme cobra nuevos bríos. Quentin, descubriendo parte de su lado oscuro, golpea al ingeniero. Éste, herido, también les cuenta que no conocía el uso que se le iba a dar a su estructura, y que entre ésta y el cubo interno formado por miles de celdas, también cúbicas, existe un hueco vacío del tamaño de una de ellas. Leaven, observando de nuevo las numeraciones, deduce que las tres cifras de cada cuarto se corresponden realmente con las coordenadas cartesianas tridimensionales, fijando la posición de cada recinto en el espacio. Un cálculo estimativo le hace suponer que el habitáculo interno tiene veintiséis salas de lado, algo que no concuerda con una de las ya visitadas, de coordenada veintisiete.

 

   Quentin seguirá dando muestras de su comportamiento psicopático una vez el grupo cruza la sala del silencio. En ella se activa, mediante el sonido, una trampa consistente en miles de agujas que salen de sus seis paredes y la atraviesan de lado a lado. Los supervivientes se descuelgan por el techo, pero cuando Quentin, el último en pasar, está a punto de llegar a la siguiente habitación, Kazan emite un gritito de entusiasmo que activa el mecanismo. El policía se salva milagrosamente y empuja al autista varias veces, mientras le insulta. Holloway se interpone y lo llama “Nazi”, pero el agente se revuelve con mayor violencia si cabe, vejando gravemente a la doctora y abofeteándola cuando ésta le espeta que ya sabe los motivos de su divorcio. Quentin se tomará cumplida venganza cuando el grupo llega a uno de los extremos del cubo y Holloway se ofrece para columpiarse por el hueco con la intención de llegar a la coraza externa. El balanceo provoca su caída, siendo la cuerda sujetada in extremis. Es el policía quien se asoma para izar a la mujer, y cuando ésta le tiende la mano, la coge y sonríe, provocando el gesto de alivio en ella. Entonces su rostro muta de súbito, adoptando un semblante serio y soltando la extremidad de Holloway, que se precipita al vacío.

 

   Entonces, tras atravesar un par de cuartos más, se produce el hallazgo del cadáver de Rennes, algo imposible, pues fue dejado atrás mucho antes. La solución la hallan cuando abren la compuerta del cubículo donde se activó la trampa, descubriendo que ahora no hay nada. Al asomarse, observan una de las celdas moviéndose por el hueco y concluyen que todas ellas cambian de posición secuencialmente, siendo aquella en la que estuvieron de coordenada veintisiete el puente que abre el candado y activa la salida durante un breve periodo de tiempo. Leaven, enfrascada en sus inferencias, es interrumpida por Quentin, que demuestra nuevamente ser el auténtico lastre del grupo. La respuesta de la profesora, molesta, no tiene desperdicio aunque solo pueda ser apreciada en la V.O., diciéndole al agente: “You´re a psychomath”. Será Worth el que, aprovechando que el policía es el último en cruzar a la siguiente sala, atrape su cabeza con la trampilla de separación mientras Kazan y Leaven comprueban la seguridad de la siguiente celda. Así lo dejan atrás, siguiendo su camino hacia el cubículo-puente. Una vez en él, solo han de esperar a que se ponga en movimiento, activándose el paso. Es Kazan el que abre la compuerta definitiva. Leaven sonríe mientras Worth se deja caer al suelo. La chica comprende que no tiene intención de salir, y le dice: “No es culpa tuya”. “No tengo nada por lo que vivir ahí fuera”, responde él. Ella inquiere: “¿Qué hay ahí fuera?”, y la contestación es demoledora: “Estupidez humana sin límites”. Leaven solo tiene tiempo de decir: “Puedo vivir con eso”, antes de que su pecho sea atravesado por un trozo de hierro empuñado por Quentin, con el que también hiere gravemente a Worth. Mientras, Kazan ya ha pasado al otro lado. El agente lo sigue y lo sujeta por la camiseta, pero el ingeniero lo atrapa. La celda vuelve a activarse, destrozando el cuerpo del asesino en su movimiento. Kazan prosigue su camino hacia el final del túnel.

 

   Como se puede apreciar, los aciertos del filme son múltiples, pero escarbando mínimamente la superficie, es fácil encontrar varios errores considerables a lo largo de metraje. Podemos obviar el hecho de que Quentin lance a Worth a través de varias compuertas situadas a más de dos metros de altura como si se tratase de un bulto de cinco kg. y no de un adulto de noventa, pero lo de la muerte de Leaven tiene delito. Para empezar, si la celda en la que se encuentran la profesora, Worth y Kazan se acaba de mover, ¿Cómo es posible que el policía esté en la de al lado? Es más, la compuerta hace un ruido considerable al abrirse, pero ninguno de los tres lo advierte, y además el ingeniero está sentado en el suelo mirando hacia la misma, pero no ve a Quentin salir. En cuanto a las claves numéricas, es completamente falso que para hallar los factores primos de un número y sus potencias hagan falta cálculos astronómicos, tal y como afirma Leaven. Es más, cualquiera con unos mínimos conocimientos matemáticos y cierta destreza para el cálculo mental puede hacerlo sin usar papel y lápiz. Tampoco es creíble que una matemática dude si un número que acaba en dos o cinco es primo, ya que ninguno que termine con esas cifras lo es. Por otro lado, Kazan, el supuesto genio matemático, comete varios errores, pues el 462 no tiene tres factores primos, sino cuatro. Tampoco el 563 tiene dos ni el 911 tres, ya que ambos son primos.

 

   Destacar, finalmente, que todos los personajes tienen nombres de prisiones, y que sus características se ciñen a las de éstas. Así, San Quentin es conocida por su brutalidad; LeavenWorth se rige por un reglamento estricto y pertenece a una corporación; Holloway es una cárcel de mujeres; Rennes es de máxima seguridad; en Kazan reina el caos, y Alderson tiene como propiedad principal el aislamiento de los convictos.

 

(6,5/4)

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