CHERRY FALLS (Geoffrey Wright) / 2000: Brittany Murphy, Jay Mohr, Michael Biehn, Jesse Bradford, Candy Clark, Amanda Anka, Joe Inscoe, Gabriel Mann, Natalie Ramsey, Douglas Spain, Bre Blair, Kristen Miller, Michael Weston, Keram Malicki-Sánchez, Joannah Portman, Vicki Davis, Brett McKee, DJ Qualls.

 

   Una serie de asesinatos comienzan a cometerse en la pequeña población de Cherry Falls. El único vínculo que parece unir a las víctimas es que son vírgenes (la palabra “virgen” aparece escrita en el muslo de todas ellas. El cómo el asesino sabe que lo son es un misterio inescrutable). El sheriff Brent Marken (Biehn, uno de esos actores de culto que en los ochenta labrara su carrera de la mano de James Cameron, con quien trabajó en las sensacionales Terminator, 1984; Aliens: El regreso, 1986; o The abyss, 1989, y que prácticamente desapareció del panorama cinematográfico durante una década hasta su participación en el filme que nos ocupa. Posteriormente intervendría en Planet terror, Robert Rodriguez, 2007, o en The divide, Xavier Gens, 2011) se involucra especialmente en la investigación del caso, pues presenta el acicate de que Jody Marken (Murphy, fallecida de manera prematura a causa de una neumonía en 2009), su hija, es uno de los objetivos del asesino.

 

   Nos encontramos ante el punto más bajo (junto a la mínimamente superior aunque igualmente deplorable Un San Valentín de muerte, Jamie Blanks, 2001) de la oleada slasher (no falta ese primer plano del cuchillo ensangrentado en contrapicado a punto de ser descargado sobre la víctima) que invadió las pantallas a raíz del éxito cosechado por Scream, Wes Craven, 1996. En esta ocasión, la presunta novedad (tomada como si se tratase de una auténtica vuelta de tuerca totalmente revolucionaria en algunos círculos, lo que explica que ganase el premio al mejor director en la edición del año 2000 del Festival de Sitges, en la que también acumuló una nominación en la categoría de Mejor Película. Ver para creer) consiste en que el psicópata de turno asesina a jóvenes vírgenes. Este punto de partida más o menos original no se explota en absoluto, y cuando lo hace, en la orgía multitudinaria que montan los alumnos del instituto para perder la castidad, cae en el más espantoso de los ridículos (los diálogos y las situaciones que en la misma se producen son capaces de provocar la vergüenza ajena).

 

   Desgraciadamente, esa fiesta no es el único momento sonrojante de todo el metraje (la charla sobre sexo que una de las chicas, un tanto casquivana, les da a sus compañeras más inexpertas; la escena en la que Kenny -Mann- le chupa el dedo gordo del pie a una Jody que parece estar bajo los efectos de las drogas mientras ésta le pega patadas en la cabeza; o la irrupción del asesino en la casa en la que se celebra la orgía, al grito de “Se acabó la clase”, acuchillando a todo individuo que se cruza en su camino sin que nadie haga nada por evitarlo), a lo que, además, se unen una sucesión de acontecimientos totalmente tramposos (el ataque a Jody, en el instituto, sin que la joven vea el rostro de su perseguidor, tapado únicamente por una peluca que, como veremos más tarde, le deja la cara totalmente descubierta) cuyo único objetivo es engañar al supuesto teenager descerebrado al que, se presupone, van destinados este tipo de productos, intentando crear una tensión que resulta inexistente y alargando con falsas pistas (la escena en la que el profesor Marliston -Mohr- y Jody acuden a una gran sala en el instituto alertados por un extraño ruido. Cuando salen de la misma sin encontrar nada, un plano nos muestra las botas de alguien que espía tras una columna, lo que resulta totalmente engañoso una vez descubrimos quien es el homicida; la visita del sheriff a la casa de Loralee Sherman -la joven que fuese violada por aquel y tres de sus amigos en su juventud, acto que desencadena la venganza llevada a cabo por su hijo-. Al salir, vemos como alguien con una larga melena observa al policía desde el interior. Teniendo en cuenta que nada más llegar al pueblo Brent encuentra el cadáver del director en el instituto, siendo golpeado a continuación por el asesino, resulta imposible que éste se encontrase en la casa poco antes. De hecho, la única explicación viable es que la auténtica Loralee Sherman siga viva, algo que podría cobrar un mínimo de sentido con el último plano de la película, en el que Jody observa a una mujer que se parece a la mencionada y que la mira fijamente desde la acera de enfrente) el descubrimiento de la identidad del asesino de turno, que resulta evidente a poco cine de terror que se haya visto.

 

   Algún que otro momento afortunado (aquel en el que Jody ayuda a Marliston a bajar un cofre al sótano de éste. El peso del mismo hace a la chica preguntar: “¿Qué hay en el baúl?”, y la respuesta del profesor está cargada de ironía: “Tu padre. Puede que el mío”. La joven baja las escaleras y lo abre, comprobando, efectivamente, que es su progenitor el que está encerrado en su interior; el casi inmediato y salvaje asesinato del sheriff, a hachazos, después de clavarle un cuchillo a Marliston en la pierna y de que éste haga lo propio con otro puñal, pero esta vez en el cuello del agente -curiosamente, el asesino, antes de perseguir a Jody y su novio se quita la bata y se pone la peluca, corriendo como si nada-; el ataque al policía que hace ronda en la casa en la que tiene lugar la orgía, recibiendo un brutal tajo en la cabeza), no logra que la película alcance los mínimos de calidad exigible, convirtiéndose en un producto mediocre y carente de sentido.

 

(3/3)

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