CEMENTERIO VIVIENTE (Mary Lambert) / 1989: Dale Midkiff, Fred Gwynne, Denise Crosby, Brad Greenquist, Michael Lombard, Miko Hugues, Blaze Berdahl, Susan Blommaert, Mara Clark, Kavi Raz, Andrew Hubatsek.

 

   El doctor Louis Creed (Midkiff) se muda junto a su esposa Rachel (Crosby) y sus hijos (la pequeña Ellie –Berdahl- y el bebé Gage –Hugues-) a una bonita casa en el campo, con el fin de desarrollar su trabajo en el instituto del pueblo. El problema de la vivienda es la cercanía de la carretera por la que pasan los camiones de la empresa Orinco día y noche, atropellando todo tipo de animales. La situación se complica cuando Church, el gato de Ellie, muere arrollado. Louis, incapaz de dar la terrible noticia a su hija, sigue el consejo de Jack Crandall, su vecino (Gwynne, el Hermann Munster de La familia Monster), que le recomienda enterrarlo en un antiguo cementerio indio más allá del bosque que rodea a la casa, y que, según parece, tiene la capacidad de volver a la vida a los seres recientemente fallecidos. Cuando al día siguiente Church regresa, Louis comprende que la leyenda era cierta, pero también que el animal ha vuelto más agresivo. La situación termina tornándose aciaga cuando Gage fallece atropellado por otro camión. Louis, pese a las advertencias de su vecino y del espíritu de Victor Pascow, un joven del instituto que falleció en sus brazos, decide enterrar a su pequeño en el cementerio, provocando su resurrección y desatando la tragedia sobre su familia.

 

   Aún recuerdo la primera vez que vi Cementerio viviente (Pet sematary en su título original, tal y como reza en el camposanto de mascotas, siendo la segunda palabra una transcripción fonética de la palabra “cemetery” utilizada por los niños), una madrugada de verano cuando contaba con catorce o quince años, emitida por T.V.E. Recuerdo que la película me hizo sentir auténtico miedo, intranquilidad… pero, ante todo, recuerdo una sensación de incomodidad, de desasosiego, de mal rollo, que tardó en irse varios días. También recuerdo que poco después me compré “Cementerio de animales”, el libro de Stephen King en el que se basaba la película (en la que el escritor tiene un cameo como reverendo), y que lo leí completamente absorbido, y esas sensaciones volvieron a reproducirse en mí de manera exponencial. No es que la película esté muy bien dirigida (de hecho, el declive de Lambert tras rodar el filme fue abrupto, dirigiendo pestiños cómo Cementerio de animales 2, 1992 -secuela completamente innecesaria de la película que nos ocupa, con el cementerio de los indios Micmacs como único nexo con ésta-; infamias del calibre de Leyenda urbana 3: Bloody Mary, 2005 -hablando de secuelas innecesarias…-; o subproductos psicotrónicos de la talla de Megapitón vs. Gatoroid, 2011, para esa productora de bazofias al por mayor que es The Asylum. Pese a todo, hay que reconocerle a la directora su habilidad para crear atmósferas asfixiantes y opresivas y momentos aterradores -la llegada de Pascow al hospital durante el primer día de trabajo de Louis, completamente destrozado tras haber sido atropellado, y su “resurrección”, cogiendo al doctor del brazo mientras exclama una frase sacada literalmente del libro: “La superficie del corazón de un hombre es más dura que la piedra. Algún día vendré a por usted”; su segunda visita, en el cuarto de los Creed, y el paseo por el cementerio con Louis, que se queja: “No me gusta este sueño”, recibiendo una inquietante respuesta: “Nadie le ha dicho que esté soñando”; la posterior advertencia del fantasma: “Nunca vaya al lugar donde los muertos andan”, que caerá en saco roto; el momento en el que Louis se despierta de su “sueño” y comprueba que sus pies descalzos están manchados de barro; Jack diciéndole al doctor la misma frase que le dijese Pascow nada más morir, poco después de enterrar a Church; la reaparición de éste en el garaje; el flashback que nos muestra la historia de Zelda, la hermana de Rachel, que padece meningitis, y que fallece cuando su hermana se queda a solas con ella, en una escena aterradora y sumamente desagradable debido al espantoso aspecto de la niña; el desolador plano que muestra la mano de Gage una vez ha sido desenterrado por su padre, que lo abraza con desesperación; la angustiosa pesadilla que sufre Rachel en el avión, acompasada por la espeluznante partitura de Elliot Goldenthal, en la que ve a su hermana fallecida levantándose de la cama con un movimiento veloz y perturbador, diciéndole: “Gage y yo te cogeremos por dejarnos morir”, mientras Pascow observa sonriendo en un asiento cercano; el momento en el que vemos la pequeña mano del niño apartando las piedras que cubren su tumba, impidiendo su salida; el regreso a casa de Gage, con ese temible aspecto que le da el traje mortuorio con el que fue enterrado y su cara pálida -en el libro, su aspecto físico era mucho peor-, abriendo el maletín de su padre para tomar un bisturí con oscuras intenciones; la subsiguiente muerte de Jack, que busca al pequeño por su casa una vez que comprende lo que ha pasado. Cuando está a punto de encontrarlo bajo la cama, aparece Church, distrayéndolo. De nuevo vemos la mano del niño cogiendo el escalpelo y cortando el talón del anciano, para luego rajarle la boca y arrancarle la garganta de un mordisco; el asesinato de Rachel, cometido por su hijo, en una escena en la que vuelve a ver a su hermana en primer lugar, y luego a Gage, al que abraza, produciéndose un fundido a negro acompañado de un grito espantoso. Pocas horas después se producirá la inquietante llamada de Gage a su padre en la que le cuenta lo que le ha hecho a Jack y a Rachel, acudiendo Louis a casa de su vecino y acabando mediante una inyección letal con Church y con lo que queda de su retoño en una escena llena de dolor y amargura en la que, tras una pelea, el pequeño le dice a su padre: “No te quiero. Has hecho trampa”, cayendo bruscamente a continuación, muerto por segunda vez, y transmitiendo una imagen de indefensión típica de un bebé. El fuego, casi siempre purificador, consumirá los restos de Gage. Luego Louis, ya completamente trastornado, entierra a su esposa esperando su regreso, que se produce durante la noche -su terrible aspecto es la única licencia truculenta que se toma la directora-, con, de nuevo, trágicas consecuencias -el final del libro era más abierto, pues no se dice en ningún momento que Rachel asesine a Louis-); o que los actuaciones sean buenas (Midkiff logra transmitir el dolor que siente ante la pérdida de su hijo -el momento en el que mira las fotos de su retoño tras el atropello; o la escena en el funeral de Gage, donde acaba llorando desconsoladamente después de que su suegro le eche en cara la muerte del pequeño y le golpee, provocando la caída del féretro, que se abre dejando entrever un brazo del niño- o su esposa -el final, cuando recoge el cuerpo de Rachel y se lo lleva con la intención de darle sepultura en el cementerio indio-, pero Crosby da una imagen excesivamente fría y distante. De hecho, lo mejor de la película viene de los pequeños, interpretados por Hugues -al que también vimos en La nueva pesadilla de Wes Craven, Wes Craven, 1994- y Berdahl), pero la película transmite una sensación de fatalismo y angustia que va in crescendo según avanzan los minutos.

 

   Desde el principio se respira intranquilidad (los títulos de crédito en el cementerio de animales -que parece tener vida propia-, mostrándonos las distintas sepulturas que horadan el terreno, mientras suena esa escolanía fantasmal; ese plano frontal del camión de la Orinco pasando a toda velocidad por la carretera donde se desencadenará el drama; el momento en el que Gage es salvado en última instancia por Jack de ser atropellado -la segunda vez no llegará a tiempo-), y la sensación de que un destino incierto se cierne sobre los Creed, haciendo todo lo posible por desatarse, aumenta a cada segundo (la muerte de Church atropellado por uno de los camiones de Orinco, y el inmediato diálogo entre Jack y Louis, con el primero convenciendo al segundo de que entierre al gato en la necrópolis de los Micmac, más allá del cementerio de animales, sino quiere que Ellie se entere de lo sucedido -atención al espectacular y escalofriante plano aéreo que muestra el camposanto-; el suicidio de Missy, la ama de llaves -punto que cambia con respecto al libro-; la sobrecogedora y cruel muerte de Gage -la escena está totalmente lograda, mostrándonos un montaje paralelo en el que vemos, por un lado, uno de los camiones de la Orinco saliendo de la fábrica conducido por un joven que escucha música, y por otro, a los Creed merendando con Jack en el campo que hay tras su casa, todo en un tono desenfadado y tranquilo. Louis vuela una cometa junto a su hijo, sujetada por éste, mientras Rachel, Ellie y el señor Crandall ríen en la mesa un poco más alejada. La niña pide a su padre que también le deje jugar, y éste se gira contestándole que le toca a su hermano, mientras el pequeño se aleja poco a poco de su progenitor. Entonces, el carrete del hilo que sujeta el artilugio volador se le cae de las manos, siendo arrastrado por el viento. El niño lo persigue, mientras que un plano aéreo nos muestra como se acerca a la carretera, por la que circula el camión a toda velocidad. Jack es el primero en apercibirse de lo que sucede, y grita a Louis, que se gira de inmediato, saliendo a la carrera tras su hijo, al igual que el anciano. Gage, que parece mantenerse en pie sujeto por una fuerza invisible que evita que se trastabille y caiga, algo que sería lo más normal, tratándose de un bebé, se acerca inexorablemente al umbral que separa el campo del asfalto, mientras que la fatalidad vuelve actuar de forma decisiva cuando esa misma fuerza que parece mantener al pequeño derecho vuelve a intervenir haciendo que su padre se desplome en el último instante, cuando está a punto de sujetarlo. A partir de ahí, un plano frontal del camión aproximándose a toda velocidad a la pantalla mientras en primer término vemos a Gage de espaldas; otro del conductor frenando, seguido por uno desde el pavimento, en el que vemos al vehículo pasando sobre la cámara, simulando el impacto, y el final, y más dramático, que muestra un pequeño playero ensangrentado rodando por el asfalto a cámara lenta-), creándose una tela de araña tejida por un destino cruel que parece escrito de antemano.

 

   Todo lo que acontece parece precipitar a Louis y a su familia al abismo de la tragedia que finalmente se desata, sin que nada ni nadie pueda evitarlo (los sueños premonitorios de Ellie, viendo cómo Church muere y es enterrado por su padre y por Jack en un extraño lugar, cómo su hermano es exhumado por su padre, o cómo su madre es asesinada, ignorados por su familia; Jack contándole a Louis, después de la muerte de Gage, que ya enterraron a otra persona en el cementerio de los Micmacs con consecuencias funestas, y que el lugar pudo influir en la muerte de Gage después de que le contase el secreto del mismo al doctor; las múltiples apariciones de Pascow intentando advertir del peligro que se cierne sobre los Creed, y que son continuamente desdeñadas; el coche policial que pasa haciendo la ronda y que se detiene a escasos metros de la sepultura de Gage mientras Louis lo desentierra, para continuar su marcha ignorando lo que sucede; Jack durmiéndose en el porche de su casa poco antes de que Louis pase por allí con su hijo muerto; la escalada del doctor con su hijo en brazos hacia el cementerio, sin caerse ni resbalar por la abrupta y escarpada pared de roca), quedando la duda del comportamiento ambiguo de Pascow (si bien parece querer ayudar a los Creed, ¿Porqué detiene el cierre de la puerta de acceso que permite llegar a Rachel al transbordo con el avión que la lleva a casa y a su consiguiente destino fatal? ¿Cuál es el motivo de que señale a la mujer que alquila coches que aún queda uno disponible, cuando ésta no se había dado cuenta? ¿Para qué susurra a Rachel que alguien pretende impedir que llegue a su casa? ¿Porqué cuando la mujer se baja del camión y dice: “Estoy segura de que todo irá bien”, el replica furioso: “¡Yo no!”? Todas estas cuestiones contradicen su comportamiento a lo largo del filme y su acto final, tratando de impedir que Louis se lleve a su esposa al cementerio Micmac).

 

   Esa sensación de que todo está predestinado o escrito, que nos lega otra simultanea de desamparo, de fragilidad, era aún más palpable en el, digámoslo ya, magnífico libro de King. Sin duda, una de sus mejores obras (para mí la mejor), y la historia más aterradora y sobrecogedora que he leído nunca.

 

(7,5/3)

 

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