CARRETERA AL INFIERNO (Robert Harmon) / 1986: Rutger Hauer, C. Thomas Howell, Jennifer Jason Leigh, Jeffrey DeMunn, John M. Jackson, Billy Green Bush, Jack Thibeau, Armin Shimerman, Gene Davis, Jon Van Ness.

 

   Jim Halsey (Howell, que protagonizara varias películas de éxito arrollador en los ochenta para posteriormente caer en el olvido hasta regresar en el nuevo milenio como director de insufribles series Z como La guerra de los mundos 2, 2008, o The day the earth stopped, 2008, para la incorregible The Asylum) es un joven que encuentra un trabajo consistente en conducir un vehículo a través de varios estados hasta entregárselo a su dueño. Cuando se encuentra a John Ryder (un Hauer imponente que parece disfrutar creando uno de los personajes más oscuros de su carrera, dando vida a un psycho killer que ya forma parte de la historia del género), un hombre que hace autostop en una solitaria carretera, decide recogerlo para que le haga compañía y le de conversación, evitando de paso el sueño que comienza a vencerle. Jim se arrepentirá de su decisión casi de inmediato, pues el autoestopista se revela como un asesino en serie que ya ha cometido varios asesinatos, siendo buscado por la policía de varios estados.

 

   Uno de los mayores éxitos de los ochenta en cuanto al cine de terror se refiere, y uno de los filmes más recordados por los fans que añoran esa década. Pese a que no nos hallemos, ni mucho menos, ante un filme despreciable, no comparto ese entusiasmo aunque sí me considere un seguidor y admirador de muchos de los filmes que se estrenaron en esa década, a pesar de que la calidad final de la mayoría de los mismos sea muy inferior a la de los estrenados en el decenio anterior (solo mencionar El exorcista, William Friedkin, 1973; La matanza de Texas, Tobe Hooper, 1974; Tiburón, Steven Spielberg, 1975; o Alien: El octavo pasajero, Ridley Scott, 1979, debería bastar para refrendar dicha afirmación).

 

   Bien es cierto que los quince primeros minutos de metraje resultan impecables, con ese diálogo, perfecto ejemplo de suspense in crescendo, entre Halsey y Ryder, víctima y asesino, que tiene lugar en el vehículo del primero con aquel diciéndole a éste que no necesita que le lleve a ninguna gasolinera. “Entonces, ¿Qué quiere?”, pregunta el chico, y ambos comienzan a reírse sin razón aparente. “¿Qué le hace tanta gracia?”, insiste. La respuesta del hombre es ambigua: “Eso dijo el otro tipo”. “¿Qué otro tipo?”, inquiere el joven. La nueva réplica deja varias interrogantes en el aire: “El que conducía el coche de ahí atrás. El que me recogió antes que tú”. “¿El del coche era él?”, intenta sonsacar Halsey, y tanto la contestación de Ryder (“Sí, supongo que sí. No habrá podido ir muy lejos”) como la expresión de su rostro demuestran que es él quien lleva las riendas, manejando el miedo y la ansiedad de su víctima a su antojo y conduciendo la conversación hacia donde quiere, porque la nueva pregunta que efectúa el chico, ya con cierto gesto de perplejidad en su cara, es la única posible: “¿Y eso por qué?”. Las palabras de Ryder ya no dejan lugar a la duda y dan paso al terror absoluto: “Porque le corté las dos piernas… y los brazos… y la cabeza. Y ahora voy a hacer lo mismo contigo”, reafirmándose al poner una navaja en la entrepierna del joven. Esta conversación recuerda a la que tuviera lugar entre Drew Barrymore y Ghostface en el sensacional prólogo de Scream, Wes Craven, 1996, con un cambio similar en el tono del asesino, que pasaba de ser un pretendiente de lo más encantador a un maníaco con ansias criminales en cuestión de segundos. La tensión se alivia con un acertado tono humorístico, que no desentona en absoluto. Así, conductor y acompañante se acercan a una zona de obras, en la que un operario se acerca al vehículo y les deja pasa al pensar que son gays (recordemos la situación de la mano del copiloto), rematando con la frase: “Podéis pasar, pichoncitos”. La angustia vuelve a hacerse patente cuando Ryder pone el filo demasiado cerca del globo ocular de Jim, obligándole a gritar: “¡Yo solo quiero morir!”. El joven reacciona abriendo rápidamente la puerta de su acompañante, consiguiendo lanzar a éste fuera del automóvil y liberándose momentáneamente de su acoso y de toda la tensión acumulada, que es eliminada con gritos y gestos de alegría.

 

   También lo es que Harmon (director de trayectoria mediocre, por no decir inexistente, cuyo punto álgido es el filme que nos ocupa) demuestra saber rodar escenas plenas de tensión (el momento en el que el protagonista es adelantado por ese vehículo ocupado por padre, madre y dos niños. Éstos, situados atrás, juegan con un enorme peluche. Cuando el coche se pone delante del de Jim, éste saluda y sonríe a los críos, apareciendo tras el muñeco el rostro radiante de Ryder. El chico se pone a la altura del otro automóvil, intentando advertir del peligro existente, pero un autobús en dirección contraria provoca una colisión que deja a nuestro protagonista fuera de juego. Halsey, tras recuperar la marcha, halla el coche familiar en una cuneta. Lo que ve a través de la ventanilla no nos es mostrado en ningún momento -algo que sí sucedería en el lamentable y poco sutil remake homónimo urdido por Dave Meyers en 2007-, pero lo que sucede -al abrir la puerta, la sangre gotea sobre el playero del muchacho- y la reacción del protagonista -corre hasta su coche, donde vomita- es más que suficiente para que nos hagamos una idea del dantesco espectáculo al que Jim se enfrenta. Una prueba más de que, cinematográficamente hablando, sugerir es, en muchas ocasiones, mucho más efectivo que mostrar. Otro claro ejemplo de suspense bien dirigido sería el de la secuencia de la comisaría, en la que Halsey se halla detenido tras ser identificado erróneamente como el asesino. Allí, tras ser sometido a un interrogatorio por los tres agentes de la oficina, es encerrado en una celda, durmiéndose poco después. Al despertarse, comprueba sorprendido que el calabozo se halla abierto. El teléfono suena en los despachos, pero nadie contesta, así que decide salir. El eco repetido del aparato, así como la ausencia de música, indican que algo no anda bien. Un perro pasa ante él por uno de los pasillos, y cuando llega a la sala principal, va encontrándose sucesivamente con los cadáveres de los tres policías, asesinados por Halsey de manera brutal. Otro capítulo interesante tiene lugar en el bar de carretera donde el protagonista se detiene para recuperar fuerzas y tomar un café. El implacable asesino se sienta frente a él, y Jim aprovecha para apuntarle por debajo de la mesa. “Está descargada”, afirma con convicción Ryder, y “encañona” al joven con su dedo índice por el mismo lugar que lo hiciera el chico, diciéndole que o bien dispara, o lo hará él. El nerviosismo del joven es tal que aprieta el gatillo repetidas veces, aunque ninguna bala sale por el cañón del arma. “¡Bang!”, es la sádica respuesta de John, que a continuación muestra su “pistola” a un aterrado Halsey, quien aún acierta a preguntar el motivo por el cual le hace sufrir de tal manera. “Eres un chico listo y lo comprenderás”, es la ambigua réplica de su interlocutor, que a la vez coloca sendas monedas en los ojos del joven y un pañuelo que envuelve seis balas en la mesa. La explicación al asunto de las monedas tendrá lugar en otro momento brillante como es la conclusión del filme. En ella, y tras una serie de peculiares vicisitudes, Ryder acaba sobre el capó del vehículo del protagonista. Un oportuno frenazo lanzará al homicida por los aires, quedando tendido y maltrecho en el suelo. El coche se cala, lo que dará tiempo a que el hombre se levante y comience a descargar los cartuchos de su escopeta sobre el automóvil, mientras una lluvia de cristales rotos cae sobre Halsey, que intenta, en vano, arrancarlo. Cuando al fin lo consigue, atropella a su némesis, remachándolo con el fusil al levantarse obstinadamente. Esa extraña admiración-atracción que parece sentir el asesino por su víctima, y que incluso en algunos momentos llega a parecer mutua, es la que le lleva a buscar que sea el propio Jim el que acabe con sus andanzas criminales, y esas monedas podrían ser el pago que el propio Ryder efectúa a Halsey, un trasunto de Caronte, el barquero del Hades que llevaba las almas de los fallecidos a la otra ribera del Aqueronte, evitando que vagaran para siempre entre dos mundos), así como de acción (todas las persecuciones resultan espectaculares, así como los accidentes automovilísticos que en ellas se producen. Por otro lado también destaca la escena de la gasolinera, en la que una furgoneta conducida por Ryder atraviesa un portón, intentando atropellar a Halsey. Éste cae al suelo, mientras que el vehículo derriba los surtidores de combustible, derramado por el suelo. El asesino vuelve a ser amo y señor de la situación, con el joven rendido a las ruedas de su coche. Su sadismo vuelve a quedar patente cuando coge una cerilla y la enciende. Harmon recurre acertadamente a la cámara lenta para mostrar lo que sucede. Así, un plano muestra los pies de Jim -publicidad de Nike incluida-, que corre hacia su automóvil. Éste encadena con otro, también a cámara lenta, en el que observamos la caída del fósforo y su contacto con el charco de gasolina, que se inflama al instante. A velocidad normal contemplamos la huída de Ryder y la posterior de Halsey, que consigue escapar in extremis en su vehículo mientras una inmensa deflagración desintegra la estación de servicio), y mostrarlas en pantalla mediante un montaje ágil y sorprendente.

 

   El problema del filme llega cuando Halsey y Nash (Jason Leigh) comienzan a tomar decisiones estúpidas una tras otra, demostrando que el guión de Eric Red tiene demasiados agujeros como para considerarlo mínimamente coherente. La primera de ellas tiene lugar tras la masacre en la comisaría, de la que el protagonista decide escapar justo en el momento en el que la policía estatal llega al lugar (¿Por qué no entregarse en este momento, si él estaba encarcelado y es imposible que saliese de la misma sin ayuda?), robando, además, el arma de uno de los fallecidos.

 

   Su huída prosigue en una cabina telefónica anexa a una tienda, donde el desvarío aumenta cuando rapta a dos agentes, subiéndose al vehículo policial con ellos, obligándoles a ponerlo en marcha y exigiéndoles comunicación con el Capitán Esteridge (DeMunn), que se halla al mando (¿Por qué adentrarse nuevamente en el solitario desierto, arriesgándose a quedar a merced del asesino, si la llamada la podía efectuar desde la seguridad que otorga la tienda cercana?). Justo en el momento en el que consigue la palabra del oficial de ser tratado con justicia, llega Ryder, que parece capaz de encontrar a Halsey en cualquier confín del mundo con sus poderes mentales o mediante un GPS de potencia infinita, se pone a la altura de la patrulla sin ser advertido, y elimina a los agentes de un plumazo, desapareciendo de nuevo. Jim, en otra decisión discutible, decide huir a pie, abandonando el vehículo, las armas y finalmente la radio, y perdiendo de nuevo la oportunidad de explicar lo sucedido.

 

   La persecución a la que Halsey y Nash son sometidos por tres coches patrulla supone otro de esos momentos inexplicables por absurdos (instantes antes se han liberado de dos más, provocando un terrible accidente que deja en entredicho la inocencia de la pareja, pues parecen escasas las posibilidades de supervivencia de los agentes ante tal impacto). ¿Para qué arriesgarse a ser tiroteados mientras conducen a toda velocidad, que es exactamente lo que sucede, si pueden detener el vehículo y entregarse? La aparición de Ryder, que de tres disparos derriba un helicóptero y se deshace de los vehículos perseguidores, termina por  redondear el desatino. La inocencia citada en el paréntesis anterior se tambalea definitivamente cuando abandonan a las víctimas en sus coches sin comprobar si siguen vivas, obviando la posibilidad de pedir ayuda, dejando su coche y caminando de nuevo a través del desierto hasta llegar a un motel de carretera.

 

   En él tendrá lugar la penúltima de las situaciones discutibles del filme, que supone, a su vez, uno de los momentos más recordados del mismo. Me refiero al rapto de Nash en el citado motel, que concluirá con la muerte de la chica. Halsey es detenido finalmente por Esteridge, que reclama su ayuda ante una situación de emergencia. El escenario que Jim se encuentra es sobrecogedor: los brazos de la chica están atados a un camión, mientras que sus piernas lo están a la trasera de otro que tiene a Ryder al volante. Si bien en el remake la víctima estaba sujeta con cadenas, aquí lo está con cuerdas, y son varios los momentos en los que el asesino ni siquiera mira lo que sucede en la parte posterior. Es más, un plano nos muestra a Esteridge y otros agentes junto a las ataduras, lo que posibilita el cortarlas o disparar a las mismas para liberar a la joven. Un acelerón y un fundido a negro refrendan la esterilidad del diálogo entre Halsey y Ryder, con el primero intentando convencer al segundo de que liberase a la chica.

 

   Finalmente tenemos la huida del homicida del furgón policial, hallándose esposado y fuertemente vigilado por dos agentes armados. Una más que tramposa elipsis permite que John pase de estar inmovilizado a tener en su poder una de las escopetas y efectuar dos disparos que acaban con los guardas, y supuestamente, con el conductor.

 

   Pese a lo anterior, nos encontramos ante un filme perfectamente disfrutable que no resulta redondo debido a los considerables fallos detallados en párrafos anteriores. La labor de Harmon tras la cámara, así como del plantel actoral (con un Hauer magistral a la cabeza, pero también con un Howell que no desmerece y con una Leigh soberbia -DeMunn está, lamentablemente, infrautilizado-), hacen que esos errores puedan ser obviados en gran medida, dando lugar a un producto final más que respetable e infinitamente superior a Carretera al infierno, Dave Meyers, 2007, su nefasto remake (del que solo se salvaba Sean Bean en el papel de Ryder), que hace de las situaciones del filme original ejemplos de plena coherencia.

 

(6/3)

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