CAMPAMENTO SANGRIENTO (Robert Hiltzik) / 1983: Felissa Rose, Jonathan Tiersten, Karen Fields, Christopher Collet, Mike Kellin, Katherine Kamhi, Paul DeAngelo, Tom Van Dell, Loris Sallahian, John E. Dunn, Willy Kuskin, Desiree Gould, Owen Hughes, Robert Earl Jones, Susan Glaze.


   Una de las copias más flagrantes y desvergonzadas de Viernes 13, Sean S. Cunningham, 1980, y sus secuelas (en el año 1983 ya se habían rodado Viernes 13 parte 2, Steve Miner, 1981; y Viernes 13 parte 3, ídem, 1982), aunque eso sí, con la gracia, el descaro y el desprejuicio de aquellos maravillosos ochenta (dicho sin sorna. Eso sí, atención a las desternillantes camisetas tipo top tan típicas de esa década que llevan algunos de los monitores). ¿En qué película de la actualidad, gobernada por lo políticamente correcto, podemos asistir a un catálogo que incluye tendencias sexuales tan dispares como la homosexualidad (la escena onírica en el último tramo del metraje, en la que vemos a dos hombres acariciándose en una cama) y el travestismo (ese aún hoy impactante final), o a depravaciones de la talla del abuso y asesinato de menores (el primero, personalizado en ese cocinero obsesionado con las jovencitas y que intenta forzar a Angela; y el segundo, en los tres pequeños asesinados a hachazos cerca del lago) y otras lindezas que hoy harían llevarse las manos a la cabeza a las masas bienpensantes?


   Angela (Rose, hundida en lo más profundo de la serie Z -Corpses are forever, José Prendes, 2003; Nikos: The impaler, Andreas Schnaas, 2003; Dead things, D. T. Carney, 2005; Satan´s playground, Dante Tomaselli, 2006…- para acabar regresando a la saga que la hizo famosa -Return to sleepaway camp, Robert Hiltzik, 2008; Sleepaway camp reunion, ídem, 2011-) es una joven que pierde a su padre y a su hermano en un accidente sucedido en un campamento de verano (la negligencia de unos monitores, tal y como sucedía en el filme de Cunningham, vuelve a ser la causa del trauma provocado al futuro asesino -y, evidentemente, la venganza el motivo por el que éste elimina a sus víctimas-. En esta ocasión, la lancha motora que conducen dos de ellos atropella, debido a un despiste, a los familiares de la pequeña). La acción se sitúa ocho años después, cuando la niña, convertida ya en adolescente, asiste a otro campamento junto a Ricky (Tiersten), su primo. Pronto comenzarán a sucederse los crímenes, cuyo objetivo son aquellos personajes que tienen la mala idea de burlarse o humillar a cualquiera de los dos chicos y que son cometidos por alguien cuya identidad no será revelada hasta el final (aunque ésta es tan evidente como los trucos que el director y guionista utiliza para intentar despistar al espectador).


   Es obvio que no nos encontramos ante un filme brillante, ni siquiera ante un buen filme (la dirección es torpe, simple e incluso desastrosa en ocasiones; las interpretaciones de todos y cada uno de los actores son deplorables, exageradas y sobreactuadas hasta la nausea -Fields, que interpreta a la envidiosa, malvada y odiosa Judy, y Kellin, que da vida al corrupto Mel, se llevan la palma, pero no son los únicos. Por cierto, la muerte de éste último, cuyo cuello es atravesado por una flecha, también está sacada de Viernes 13-; el guión abusa de situaciones increíblemente tópicas vistas mil y una veces en decenas de películas del género; hay otras completamente absurdas; una vez identificado el asesino, queda claro que es harto improbable que alguien con su fisonomía pueda haber cometido los crímenes que vemos en pantalla…), pero lo que sí está claro es que posee ese gancho o encanto que tenían las películas realizadas en la década de los ochenta. Quizá sean los personajes (hay tres o cuatro que son aborrecibles y perversos -básicamente, aquellos que se dedican a torturar de manera inhumana a Angela-, y que logran que, cada vez que uno de ellos es eliminado, te invada una sensación culpable de alivio); la ambientación oscura y tétrica (los asesinatos están logrados y se crea cierto clima de tensión en alguno de ellos); los crímenes, alguno de ellos sumamente cruel (el primero, el del cocinero que acosa a adolescentes, sobre el que es derramado una inmensa olla de agua hirviendo que prepara para la comida de los niños; el de Billy -Sallahian-, otro de los abusones, que es encerrado en un baño, lanzando sobre él un enjambre de abejas furiosas; o el de Judy, abrasada con una plancha para el pelo), aunque haya un par de ellos bastante ridículos (el de Meg, que es acuchillada en la ducha -¿A alguien le recuerda algo?-, sin que en ningún momento intente separarse de la pared atravesada por el puñal; o el del chico que es ahogado bajo la canoa); o el final, tan grotesco como impactante e inolvidable. Pese a que la explicación que se da para justificar el travestismo de Angela es poco creíble (esa tía trastornada que adopta al chico superviviente del accidente inicial y que, debido a su obsesión por tener una niña, lo viste y lo obliga a comportarse como tal), es prácticamente imposible no quedarse sorprendido y aterrado con ese plano final en el que vemos a la joven sentada en el suelo con la cabeza seccionada de Paul (Collet) en su regazo, levantándose a continuación, completamente desnuda (momento en el que vemos su órgano masculino) mientras lanza un grito estremecedor. Solo por ese momento (y alguno que otro ya mencionado), merece la pena ver el filme.


(5,5/6)

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