BESTIA BAJO EL ASFALTO, LA (Lewis Teague) / 1980: Robert Forster, Robin Riker, Michael V. Gazzo, Dean Jagger, Sidney Lassick, Jack Carter, Perry Lang, Henry Silva, Bart Braverman, John Lisbon Wood, James Ingersoll.

 

   Una cría de cocodrilo comprada como mascota es lanzada por un retrete, yendo a parar a las cloacas de la ciudad. Doce años más tarde comienzan a producirse una serie de inexplicables desapariciones, mientras que la policía encuentra varios miembros humanos en diversos puntos de la red de alcantarillado. El responsable resultará ser aquel pequeño caimán, convertido en la actualidad en un monstruo de tamaño desproporcionado a causa de su alimentación, a base de los restos procedentes de unos perros con los que se investiga en un laboratorio cierto tratamiento hormonal.

 

   Es muy probable que nos encontremos ante el producto más digno surgido a la sombra de Tiburón, Steven Spielberg, 1975, filme que provocó una auténtica oleada de bichos de todo tipo, en su mayoría acuáticos, dispuestos a merendarse a los confiados de turno (como no podía ser de otra manera, la filmografía italiana fue la que más subproductos aportó a esta explotación, en su mayoría de pésima calidad). El director Lewis Teague demostró su solvencia en su debut en el género, en el que luego repetiría realizando otro par de joyitas ochenteras como Cujo, 1983, o Los ojos del gato, 1985, dirigiendo un producto ágil y entretenido, plagado de buenos momentos (que alternan escenas si no aterradoras, sí que tensas y dramáticas -en especial una de la que hablaremos más adelante- con otras en las que se hace gala de un sentido del humor, en ocasiones negro y en otras lleno de ironía -las referencias a la incipiente calvicie del protagonista son constantes, tanto en forma de burla como de consejos que le dan casi todos los personajes con los que se cruza-, siempre acertado) y con unos actores en estado de gracia, en especial su pareja protagonista, unos brillantes Forster (visto en Maniac cop 3, 1993; Muerto el 4 de julio, ídem, 1996; Psicosis, Gus Van Sant, 1998; Supernova: El fin del universo, Walter Hill, 2000; Rise: Cazadora de sangre, Sebastian Gutierrez, 2007; o Dragon wars, Hyung-rae Shim, 2007, y que aquí brilla en su papel de David, un policía desencantado a causa de la muerte de su compañero, de la que se siente culpable) y Riker (arrebatadora en su única contribución al género, dando vida a la Marisa adulta -en su infancia el rol es interpretado por Leslie Brown-, la herpetóloga que ayuda al protagonista en su investigación y con el que en un principio se empezará llevando mal para acabar convirtiéndose en su instrumento redentor, siendo su personaje el de la niña cuyo padre lanza el cocodrilo al principio del filme por el WC), con una química pocas veces vista en una película de terror.

 

   Basándose en esa leyenda urbana que asegura que las cloacas de un montón de ciudades de Estados Unidos tendrían entre sus huéspedes a grandes reptiles del estilo de cocodrilos o caimanes que llegaron a ese lugar a través de los desagües, convirtiéndose en enormes depredadores que acechan en la oscuridad en busca de presas humanas, el guionista John Sayles (autor del guión de Piraña, Joe Dante, 1978, otra película inolvidable para todo fan que se precie y que se engloba en el mismo subgénero que La bestia bajo el asfalto. También es destacable su labor como autor de los libretos de Los 7 magníficos del espacio, Jimmy T. Murakami, 1980; o Aullidos, Joe Dante, 1981) perpetró una historia sólida y plagada de buenos momentos en la que, además, se observa un considerable respeto y cariño hacia sus personajes, algo no demasiado habitual en el cine de terror contemporáneo.

 

   Todos y cada uno de los ataques del cocodrilo están rodados con destreza, haciendo virtud del escaso presupuesto y dotando al metraje de un ritmo ágil que casi nunca se detiene. A causa de esa falta de medios, el reptil no es mostrado hasta bien avanzada la trama, siendo su presencia sugerida en la mayoría de ocasiones revelando una parte del cuerpo como sus ojos, las fauces o la cola, y sirviéndose del plano subjetivo para mostrar la mayoría de los embates, fijándose así un nuevo paralelismo con Tiburón y con uno de los principales aciertos de la obra maestra de Spielberg; el de no mostrar la criatura hasta más allá de la mitad del filme para crear un aumento de tensión provocado por la presencia fantasmal de un ser que intuimos pero que no vemos. Así, la amenaza permanece anónima, jugando con la mente del espectador, que ha de ser quien se imagine el aspecto del animal que lleva a cabo los ataques. El primero de ellos tiene lugar en el nido del reptil. Gutchel (Lassick), el dueño de la tienda de mascotas que se dedica a secuestrar a otros canes para el laboratorio que investiga el tratamiento hormonal citado en el primer párrafo, se acerca a las cloacas a llevar los restos de varios de los animales utilizados. El embate es mostrado usando el mencionado plano subjetivo, mientras escuchamos un score (obra de un poco inspirado Craig Huxley) que se asemeja al creado por John Williams para la citada Tiburón.

 

   Los dos siguientes también tienen lugar en las alcantarillas. Hacia allí se dirige David junto a Kelly (Lang), un joven compañero, para buscar pistas sobre el caso. El animal vuelve a surgir de la nada, golpeando con su cola al chico. Ambos logran huir, pero son alcanzados en la escalerilla que lleva a la superficie, siendo atrapado el muchacho ante un David impotente que observa desde lo alto, muy cerca de la salida, como su colega es arrastrado por la criatura. A continuación será Kemp (Braverman), el típico periodista entrometido que además parece tener entre ceja y ceja al protagonista (suyos son los reportajes que deterioran del todo el ya maltrecho prestigio del agente), quien acabará pagando con creces su celo profesional cuando acude a las cloacas en busca de una primicia digna de primera plana. Lo único que conseguirá es ser devorado por el cocodrilo mientras saca fotos a los restos de varios animales. El flash de la cámara, en el suelo, salta en varias ocasiones mostrando diversos momentos del ataque, y cuando es encontrada por los policías tiempo después, revela la imagen del animal, dejando claro de manera definitiva el tipo de criatura que mora en las alcantarillas.

 

   Pero sin duda, uno de los momentos más espectaculares del filme tiene lugar  cuando el aligátor irrumpe en la superficie rompiendo el asfalto de una calle de la ciudad, mientras unos chicos que juegan al beisbol observan boquiabiertos la escena. Pese a encontrarnos ante una modesta serie B, el momento está bastante logrado, aunque, evidentemente, sin alcanzar los niveles de ese por otro lado precioso poster realizado para la exhibición española de la película, que mostraba un gigantesco cocodrilo irrumpiendo del subsuelo y lanzando un coche por los aires. Tendremos, eso sí, un accidente de tráfico bastante espectacular en el que una patrulla policial colisiona contra dos vehículos aparcados cuando intenta esquivar a los chicos que huyen en dirección contraria. El desdichado policía es atrapado por la criatura cuando intenta salir por la ventanilla de su vehículo, perdiendo una pierna. La secuencia concluye con un destacable picado que muestra al reptil avanzando por la carretera entre los vehículos, dando así una idea de su espectacular tamaño. Y de ahí al momento más sobrecogedor de la cinta, que acontece en una urbanización en la que se celebra el cumpleaños de un niño. Dos de los invitados se llevan a un tercero, más pequeño y con los ojos vendados, al trampolín de la piscina de la vivienda, empujándolo en el momento en el que el antifaz se desliza mínimamente y permite al crío ver a la criatura justo debajo, en el agua. Pese al grito de terror y al esfuerzo que hace por no caerse, sus amigos vuelven a empujarlo. El plano muestra la zambullida y las fauces del animal cerrándose en torno al pequeño, tiñéndose la superficie del tono rojizo de la sangre y ofreciendo uno de esos momentos que dejan al espectador con el alma en vilo y que hoy en día, cuando la corrección política reina por doquier, es difícil ver en cualquier filme. La siguiente víctima será Brock (Silva, un reconocidísimo secundario con escasa afición por el género, pues a lo largo de su prolífica carrera solo ha intervenido en Megaforce, Hal Needham, 1982, y en Fuga del Bronx, Enzo G. Castellari, 1983), el cazador de reptiles, que es capturado por el cocodrilo en un callejón, siendo cogido por la cintura y girado en el aire para ser tragado entero, en una sucesión de primeros planos bastante conseguidos. Luego llegará el ataque a las lanchas que navegan por la laguna intentando capturar al reptil. Una de ellas colisiona con el animal, provocando la caída al agua de dos de los tipos que van a bordo, mientras que el tercero prosigue al volante de la embarcación, que choca contra la costa y vuela por los aires. La criatura captura a uno de los hombres y arranca las piernas al otro cuando es izado al segundo bote.

 

   De ahí al tramo final, con la llegada del reptil a la mansión de Slade (Jagger interpretando al perverso dueño del laboratorio que experimenta ilegalmente con la connivencia del alcalde -Carter-), situada a orillas del río por el que el cocodrilo se adentra en su nido. En ella se celebra la boda de la hija del magnate con uno de sus investigadores, y en ella el animal será el único que gozará de un opíparo banquete después de entrar en el convite y ponerlo patas arriba. Aquí tienen lugar algunos de los momentos más gore de la cinta, pues una doncella y el que hubiera sido futuro marido son engullidos ante nuestros ojos sin solución de continuidad (el segundo, después de recibir varias dentelladas mientras es sacudido como una pluma). Slade se encierra en su coche junto a su chófer con intención de huir, dejando fuera al alcalde, que suplica ayuda. El aligátor alcanza a éste y lo sujeta entre sus mandíbulas, matándolo a golpes contra el vehículo. A continuación comienza a embestir el automóvil, destrozándolo por completo y haciendo que sus dos ocupantes mueran aplastados. Entonces, el cocodrilo regresa a su nido, siendo perseguido por David y Marisa. El primero baja a las alcantarillas con una máscara anti-gas y dinamita, ordenando a la chica que se dirija a una calle cercana a la que él llegará a través de una de las tapas de registro. Cuando encuentra al reptil, le conduce hacia una zona llena de metano, donde coloca la carga explosiva y un temporizador, subiendo a continuación por la escalerilla que conduce a la salida. En la superficie, un vehículo se detiene sobre la tapa, quedando una rueda encima de la misma, momento en el que llega Marisa, quien, al darse cuenta de lo que sucede, se dirige a la mujer para que aparte su coche. Ésta, testaruda, se opone, y la chica se ve obligada a empujarla, entrando al interior y apartando el coche un instante antes de que se produzca la deflagración, permitiendo la salida de David. La secuencia es ejemplar, con varios planos que muestran al protagonista intentando salir al exterior y que se intercalan con una serie de contraplanos que muestran la cuenta atrás del contador desde que quedan siete segundos (un contraplano por cada unidad temporal). La banda sonora aquí también brilla y añade gran tensión a la escena, y la explosión, que alcanza al animal destrozando su cabeza, está grabada desde once ángulos distintos, mostrando doce planos de la misma, y siendo el definitivo el más espectacular, pues la última de las detonaciones se produce bajo un coche que vuela por los aires. Al llegar la calma, la pareja observa a través del agujero por el que ha salido David, y la escena, mostrada desde el interior de la alcantarilla funde a negro sirviéndose de la tapa de registro, que es colocada por uno de los bomberos. Eso sí, durante los títulos de crédito veremos a una nueva cría en los subterráneos.

 

   Las similitudes con Tiburón, como hemos dicho, son múltiples, y no se detienen en el parecido argumental o musical. Aquí también tenemos a un agente de la ley (David), trasunto del Brody interpretado por Roy Scheider, que se enfrenta a los poderes locales en una trama de corrupción que alcanza al alcalde y al superior del protagonista (Gazzo). La crítica a esos poderes es más explícita que en la obra de Spielberg, e incluso se extiende a la estupidez y avaricia del común de los mortales, escenificada en ese momento en el que vemos a varios desaprensivos vendiendo caimanes de plástico y de peluche en el parque en el que el reptil fue visto por última vez. Uno incluso le ofrece una cría auténtica a David, quien ordena la detención del tipo y la confiscación del animal (“Esto atenta contra el mercado de libre empresa, ¡Comunista!”, es la cómica respuesta del granuja). Evidentemente, Brock es un remedo del Quint al que daba vida Robert Shaw, aunque bastante más presuntuoso y cretino.

 

   Para finalizar, en uno de los descensos a las cloacas contemplamos un grafiti que reza: “Harry Lime vive”, siendo éste el malvado personaje de El tercer hombre, Carol Reed, 1949, que fallece en un lugar similar al final del citado filme. Por otro lado, el cocodrilo animatrónico, que sufrió múltiples averías a lo largo del rodaje, fue donado al equipo de fútbol americano de los Florida Gators, que lo utilizó como mascota.

 

(7,5/4)

PELÍCULAS EN LA WEB

Ciencia Ficción:        33

Terror:                  394

Fantasía:                 10

TOTAL:                     437

CARÁTULAS Y

POSTERS:            19880

PODCASTS:

 

Los jinetes del apodcastlipsis.

 

Enlaces a todos los programas del podcast en el que hablamos de cine, literatura, series, videojuegos o música, siempre relacionados con el cine de terror.