BAJO AGUAS TRANQUILAS (Brian Yuzna) / 2005: Michael McKell, Raquel Meroño, Charlotte Salt, Patrick Gordon, Manuel Manquiña, Pilar Soto, Diana Peñalver, Ricard Borràs, Damià Plensa, David Meca, Carlos Castañón, Josep María Pou, Omar Muñoz, Santiago Pasaglia, Antonio Portillo, María Borrego.

 

   La palada de tierra definitiva sobre el proyecto Fantastic Factory (la productora formada por Brian Yuzna y Julio Fernández que intentaba crear un flujo de cine de género en nuestro país en régimen de coproducción) fue esta infumable y psicotrónica Bajo aguas tranquilas, sin duda, la peor película del mencionado sello, muy por debajo de las ya de por sí mediocres Arachnid, Jack Sholder, 2001, o Beyond Reanimator, Brian Yuzna, 2003, a años luz de las divertidas Faust: La venganza está en la sangre, ídem, 2000; y Dagon, Stuart Gordon, 2005, y sin comparación con las solventes Darkness, Jaume Balagueró, 2002; o Romasanta, Paco Plaza, 2003 (Rottweiler, Brian Yuzna, 2004, y La monja, Luís de la Madrid, 2005, aún no las he visto).

 

   Todo falla en este filme, que parte de una historia que podía haber dado mucho más de sí (un pueblo maldito debido a las tropelías cometidas por una secta diabólica es hundido bajo las aguas de un pantano para acabar así con su lacra. Varias décadas después, los lugareños de las aldeas de los alrededores empiezan a comportarse de formas extrañas, produciéndose varios asesinatos en las inmediaciones, que serán investigados por un fotógrafo y una periodista), basada en la novela homónima de Matthew Costello, y adaptada para la pantalla por Ángel Sala y Mike Hostench (que, por otro lado, realizan una fantástica labor como director y subdirector del Festival de Cine Fantástico de Sitges). Pese a su prometedor inicio (los dos niños que entran, mientras juegan, en una casa abandonada de Marienbad, el pueblo que está a punto de ser inundado, encontrándose a los miembros de la secta, cuyo líder acaba de forma brutal con uno de ellos después de que éste le libere -por cierto, en el pueblo vemos carteles de La mujer y el monstruo, Jack Arnold, 1954, y de una película que no existe, titulada El rostro de la bestia, en la que figura Paul Naschy como protagonista y Brian Yuzna como director-), todo va cayendo como un castillo de naipes: La idea, en un principio plausible, de trasladar la acción al norte de España, se torna ridícula debido a los continuos errores (los carteles en inglés del pueblo y de la celebración; unos personajes con nombre español y otros con nombres americanos; los actores de la fiesta, en la versión original, hablando en inglés, para de repente ponerse a cantar el “Asturias patria querida” -uno de los momentos más ridículos de la cinta, sobre todo para los que procedemos de dicha región- en castellano); la puesta en escena parece, en ocasiones, amateur (la secuencia de la celebración que se acaba convirtiendo en una orgía es de vergüenza ajena, mezclando lugareños con boina con mujeres de gala, monjas lascivas y retozonas y curas tatuados bailando desenfrenados, practicando sexo y frotándose con las tartas ¿¿??); se mezclan actores profesionales con otros que no han actuado nunca (junto a unos lamentables Manquiña, Peñalver o Pou -¿Qué pintan aquí?-, tenemos a pseudo-intérpretes como Meroño, que no ha mejorado un ápice desde Al salir de clase, y de eso ya hace muchos años, y que le saca a su hija -Salt- diez años en la vida real; Soto, cuyo único fin en el filme es enseñar sus siliconados pechos en uno de los desnudos más forzados de la historia del cine -y en una de las muertes más ridículas: la vemos lanzando latas de cerveza al embalse mientras lamenta la desaparición de su novio en el mismo. A continuación, se desnuda y entra en el agua para honrar a su pareja, que sale convertido en zombi putrefacto, y, tras empezar a practicar sexo con ella, le desgarra el cuello de un mordisco-; o Meca, cuya elección para interpretar a un policía es, desde ya, una de las marcianadas más sonadas que he visto en el cine), aderezado todo ello por un doblaje lamentable (el hecho de que los actores españoles se doblen a sí mismos hace que ver la película en nuestro idioma se convierta en un auténtico desafío -es imposible no echarse a reír oyendo a Soto o a Meca-. La cosa no mejora al ver la versión original, pues escuchar a nuestros actores hablando la lengua de Shakespeare a un nivel de primaria produce ardores y dolores de cabeza); los (d)efectos especiales, de factura nacional, empeoran cualquier cosa vista hasta la fecha (los planos submarinos de Marienbad nos retrotraen a Tiburón 3, Joe Alves, 1983, creando unas superposiciones -obra de David Fernández Girón, Mariano Liwski y Marcos Onaindia- que cantan a kilómetros de distancia, y los FX de maquillaje -consistentes en cuatro zombis a lo Fulci, la hermana pobre de la niña de Medeiros, interpretada igualmente por Javier Botet, y el primo tonto del Hombre alto de Phantasma, Don Coscarelli, 1979, y secuelas, al que interpretaba el inimitable Angus Schrimm-, son lo único salvable, siendo obra de Óscar Aparicio, Pedro Raúl de Diego y José Ramón Molina Jr.-); y el esperpéntico desenlace (el niño que parece heredar parte de la maldición y hace estallar la presa -en un plano CGI hecho con un Spectrum- mientras se abraza con los supervivientes) pone punto y final a un despropósito de proporciones descomunales.

 

(2/5)

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