B.T.K.: ASESINO EN SERIE (Stephen Kay) / 2005: Robert Forster, Michael Michele, Maury Chaykin, Mimi Kuzyk, Gregg Henry, Donna Goodhand.

 

   El asesino en serie conocido como B.T.K. (un Henry notable, que da vida sin estridencias y sobreactuaciones a un auténtico demente, y al que muchos aficionados al fantástico recordarán por su intervención en Slither: La plaga, James Gunn, 2006, y, sobre todo, por su papel de Sam Bouchard en la notable Doble cuerpo, Brian De Palma, 1984) siembra el terror en la pequeña población de Sedgwick, en Wichita (Kansas). Allí, en el periodo de tiempo que transcurrió entre 1974 y 1991 asesinó a diez personas, desapareciendo después sin dejar rastro y dando al traste con la investigación policial, que resultó infructuosa. Cuando en el año 2004 un psicólogo publica un libro sobre el homicida diciendo conocer a fondo su personalidad, la policía comienza a recibir cartas firmadas por B.T.K., en las que alardea sobre sus crímenes y da detalles escabrosos sobre los mismos y el modus operandi empleado en cada uno de ellos. Esas cartas permitirán al detective Jason Magida (interpretado por el veterano Forster, un actor que cuenta con más de 150 intervenciones en pantalla, repartidas entre películas y series de televisión) retomar la investigación abandonada por él y su departamento más de una década atrás. El curtido agente contará con la ayuda de una joven ayudante, la detective Baines (Michele). Juntos pondrán contra las cuerdas al asesino, estrechando el cerco hasta capturarlo, acabando así con la pesadilla.

 

   El director de la muy olvidable Boogeyman: La puerta del miedo, 2005, dirigió ese mismo año este estimable filme que narraba las andanzas de Dennis Lynn Rader, más conocido como B.T.K. (siglas de “Bind, Torture & Kill”, que en nuestro idioma significaría “Atar, Torturar y Matar”), un asesino que acabó con la vida de diez personas (la mayoría mujeres salvo una familia formada por cuatro personas, dos de ellas niños, a la que exterminó en su propio hogar, y que serían sus primeras víctimas) en los poco más de tres lustros transcurridos entre 1974 y 1991. Un error suyo, al enviar un email desde la iglesia en la que ejercía como presidente de la congregación, permitió su localización y posterior identificación, siendo detenido finalmente en una redada orquestada a plena luz del día, cuando el hombre se dirigía a su trabajo como encargado del departamento de sanidad, poniendo fin así a tres décadas de horror.

 

   Es reseñable el hecho de que, ante una historia en la que hubiera sido fácil dejarse llevar por el sensacionalismo y la sangre, el director, dentro de sus limitaciones (tanto artísticas como presupuestarias), ofrece un punto de vista objetivo y pulcro, alejado de cualquier manipulación o salida de tono, mostrando de manera destacable la increíble doble vida que llevaba Rader, un marido ejemplar y padre de dos hijos, que además constituía un ejemplo para los miembros de su comunidad y vecinos, al colaborar en todos y cada uno de los actos de beneficencia organizados por la parroquia de su pueblo. Era cuando llegaba a su casa y se encerraba en el pequeño taller anexo a la misma cuando el hombre se convertía en asesino, trazando en su base de operaciones todo tipo de planes para acabar con sus futuras víctimas, los cuales eran puestos en marcha durante la noche, cuando su esposa dormía sin conocer los horribles actos de su marido.

 

   Merece especial mención la visualización de los crímenes, o mejor dicho, la no visualización de los mismos, pues todos son mostrados fuera de plano, huyendo de recursos en este caso poco adecuados como el gore. Así mismo, también se ofrecen pequeños detalles del Rader cotidiano que hacen ver que algo no funciona en su cabeza (el asesinato del perro de una de sus vecinas, a la que no permite llevarse su mascota a casa en el periodo estipulado por las autoridades, haciendo que sea sacrificado por ley. La mujer reacciona escupiendo a la cara de Dennis cuando éste la visita en su hogar, y éste planta su rostro colérico ante el de ella cuando le pregunta desesperada “¿Por qué lo ha hecho?”, respondiéndole con un seco: “Porque puedo”), por mucho que se esfuerce en ofrecer una imagen de ciudadano ejemplar.

 

   En definitiva, un filme a tener en cuenta, que muestra que el horror puede esconderse en nuestro propio vecindario, en la misma puerta de al lado, y que ese individuo al que creemos conocer de toda la vida, porque cada vez que lo vemos a diario, durante un brevísimo periodo de tiempo, esboza una sonrisa, nos saluda y se deshace en palabras amables, puede ser un peligroso asesino sin conciencia. Y es que la cotidianidad y la normalidad aparentes pueden esconder los monstruos más terribles y aterradores.

 

(5,5/0)

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