ÁNIMAS (David Acomba) / 1989: Scott Grimes, John Astin, Cheryl Pollak, Anthony Geary, Alan Blumenfeld, Kenneth Ian Davis, Darcy DeMoss, Lisa Fuller.

   Archie Melville (Grimes, otro de esos jóvenes actores que tuvieron su eco en los ochenta -es recordada por los fans del género su participación en Critters, Stephen Herek, 1986, y Critters 2, Mick Garris, 1988-, pero que, a diferencia de otros, supo reinventarse en las dos últimas décadas con apariciones de éxito en series como Cinco en familia, la magistral Hermanos de sangre, Urgencias o Padre made in USA) es un joven que se ve obligado a trabajar en la funeraria de su pueblo, propiedad de su tío Verlin Flanders (Astin, el Gómez de La familia Addams, tanto de la década de los 60 como de los 90), para poder pagarse la universidad una vez concluya los estudios en su instituto. Su empleo y su carácter hacen que los matones del lugar, encabezados por Rog (Ian Davis), tomen al chico como blanco de sus burlas y sus bromas, las cuales llegan demasiado lejos cuando una de ellas provoca que Archie sea despedido de su trabajo. Un accidente de tráfico en el que fallecen Rog, su mejor amigo y las novias de ambos provocará que se desaten una serie de hechos terribles sobre el joven protagonista, Charly (Pollak), su interés amoroso, y el resto de personas que les rodean, cuando los cuatro fallecidos regresan a la vida con aviesas intenciones.

   Desconocida película de zombis dirigida por el igualmente desconocido Acomba y que significaría su segunda y última incursión como director de largometrajes. Capaz de ofrecer los peores defectos del género de terror ochentero, como la utilización de una banda sonora sumamente cargante, obra del desconocido Roger Bourland; el empleo de un sentido del humor escasamente afortunado (véase todo el episodio en el que Archie intenta, en vano, devolver el cadáver robado de una anciana a la camilla en la que estaba depositada sin que el hijo de la difunta se entere de lo que sucede; o ese otro momento, ya casi al final, en el que una zombi y el novio de ésta, también cadáver, se ponen a hacer el amor llevados por la lujuria sobre la cama bajo la que se esconde Archie, momento que el joven aprovecha para huir), o el hecho de otorgar el protagonismo a personajes descritos en dos brochazos y carentes de cualquier feeling con el espectador (pese a que los personajes de Archie y Charly sí que logren generar cierta empatía, más por el buen hacer de Grimes y Pollak que por los diálogos planos de un guión anémico y carente de garra), la película aún propone un par de ramalazos de cierto terror (más que terror, la llegada en la noche del protagonista al lugar del accidente de tráfico tiene un tono surrealista, de pesadilla, que logra provocar cierta desazón e intranquilidad; igualmente sucede con el proceso de vaciado y drenaje de los cadáveres, ya en la morgue, que resulta ciertamente inquietante -la escena en la que Archie cose las encías de una chica para que su boca permanezca cerrada-; o el momento en el que un mechero encendido es acercado a la mano de uno de los cuerpos, haciendo que los dedos reaccionen y se muevan por espasmos) y un final que, ahí sí, es capaz de romper con cierto sentido del humor los estilemas más manidos del género de esa época: Charly y Archie caminan a la orilla de un río después de deshacerse de los obstinados revividos, casi invencibles en su empeño por deshacerse de la pareja. La joven se detiene y le dice que ella se ahogó cuando cayeron al río, y que por tanto también está muerta (el tono pálido de su piel, acentuado por el maquillaje obra de Craig Reardon, parece confirmar sus palabras). Cuando el protagonista se dispone a huir, la joven sonríe y le dice que es broma, incitándole a que la toque y compruebe que su cuerpo permanece caliente. La pareja ríe y continúa su camino, rompiendo esa absurda tara de incluir un giro final, la mayoría de veces forzado, para justificar una secuela o desencadenar un último sobresalto.

(4/2)