ASESINO DEL MÁS ALLÁ (Brett Leonard) / 1995: Jeff Goldblum, Christine Lahti, Alicia Silverstone, Jeremy Sisto, Alfred Molina, Rae Dawn Chong, Kenneth Welsh, Suzy Joachim, Shirley Broderick, Tom McBeath, Joely Collins.

 

   Un anticuario llamado Hatch (un Goldblum completamente desubicado y con cara de no creerse en absoluto su papel, por otro lado plagado de incoherencias) sufre un fatídico accidente de tráfico cuando conduce su vehículo, acompañado de Lindsey (Lahti dando vida a una de esas mujeres sufridoras capaz de aguantar lo que sea por el amor de su marido), su esposa, y de Regina (Silverstone, demostrando porque fue una moda pasajera, con un continuo e imperturbable mohín mezcla de irritación y desagrado, tal y como si estuviera enfadada con el mundo), su hija adolescente. El hombre, tras permanecer dos horas en parada cardiorespiratoria, es operado por el Doctor Jonas (Molina, lo único salvable del reparto y de todo el filme) y su equipo, poniendo en práctica un método revolucionario de reanimación. Una vez recobrada la conciencia, y tras pasar un periodo de recuperación en el hospital, regresa a casa junto a su familia. Allí, tras unos días aclimatándose de nuevo a su vida, comienza a sufrir desvanecimientos en los que sueña como asesina a varias chicas, resultando que todas ellas han desaparecido últimamente y no han sido halladas.

 

   Nos hallamos ante un auténtico despropósito obra del realizador de otras tonterías del calibre de El cortador de césped, 1992; Virtuosity, 1995; o Man thing: La naturaleza del miedo, 2005. En esta ocasión se nos ofrece un imposible batiburrillo que mezcla asesinos en serie (Vassago, interpretado por Sisto -May, Lucky McKee, 2002; Km. 666, Rob Schmidt, 2003; o 436: Ciudad maldita, Michelle MacLaren, 2006-, es uno de los peores villanos del cine de género de las últimas décadas); conexiones psíquicas inexplicables; padres perturbados obsesionados con la seguridad de sus hijas que causan más víctimas que el propio criminal de turno (Hatch provoca la muerte de la vidente interpretada por Dawn Chong, revelando su ubicación a Vassago, y posteriormente hace lo mismo con Miss Dockridge -Broderick-, la anciana que trabaja en su tienda de antigüedades, y que resulta malherida); moralina conservadora tirando a lamentable (la familia que permanece unida es capaz de vencer al mal, aunque éste provenga del mismísimo averno, más aún si la protege una hija vigilante en forma de querubín, que cuida de ella en la adversidad); adolescentes tontainas con las hormonas a cien que precisan un par de azotes (Silverstone, además, poco hace por un personaje ya de por sí repelente); detectives que no se enteran de nada (una constante en el género); gente que vuelve del más allá cuando se hallan clínicamente muertos; efectos infográficos de tercera (el prólogo, lo único reseñable del filme, culmina con una exhibición de efectos generador por ordenador que causan vergüenza ajena); situaciones y comportamientos ridículos (la agresión a Miss Dockridge es un claro ejemplo: la mujer engaña al asesino con una nota, aislándolo en la trastienda, y en lugar de huir, se queda en el mostrador llamando a la policía, siendo sorprendida por Vassago una vez éste se da cuenta del ardid. El momento en el que el Dr. Jonas y Hatch descubren un cadáver en la nevera del primero, dejado por Vassago con una nota irónica, mejor no mencionarlo. ¿Tu propio hijo introduce un cuerpo en el frigorífico de tu cocina, y no te enteras?); e hijas atropelladas tiempo atrás que reaparecen como si fuesen ángeles, con sus alitas y todo. Todo ello regado con una buena ración de almíbar y un final desternillante de puro ridículo (la susodicha e irrisoria aparición final, celestial y redentora, venciendo al mal sin despeinarse).

 

    En conclusión, una película totalmente desafortunada en la que lo único destacable es su inicio, con el hallazgo realizado por el Dr. Jonas de los cadáveres de su esposa e hija en su propio hogar, colocados de rodillas ante una imagen de la Virgen en el salón, con los brazos en posición de oración atados con alambre de espino, y el posterior accidente de tráfico sufrido por los protagonistas. A partir de ahí, el vacío absoluto.

 

(2,5/1)

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