AQUARIUS (Michelle Soavi) / 1987: David Brandon, Barbara Cupisti, Robert Gligorov, Giovanni Lombardo Radice, Loredana Parrella, Martin Philips, Mary Sellers, Jo Ann Smith, Piero Vida, Ulrike Schwerk, James Sampson, Clain Parker, Domenico Fiore, Mickey Knox, Michelle Soavi.

 

   Un actor que es internado en un psiquiátrico tras volverse loco y cometer varios asesinatos consigue escapar del centro donde se halla recluido, yendo a parar a un teatro en el que un grupo de actores ensayan una obra próxima a su estreno. Pronto el asesino comenzará a actuar, eliminando de manera expeditiva a los miembros del reparto.

 

   Nos encontramos ante un destacable filme, dirigido con buen pulso por un veterano del género como Soavi (director de notables películas como El engendro del diablo, 1989; La secta, 1991; o Mi novia es un zombie, 1994, y que aquí realiza un cameo como el joven policía que hace guardia a la puerta del teatro y que comenta a su compañero que es igual que James Dean), y que mezcla con acierto subgénero tales como el giallo italiano y el slasher, originario de Estados Unidos, tan semejantes en el fondo como dispares en la forma. Del primero toma la utilización de elementos zoológicos en la trama (en esta ocasión, la máscara del asesino, que representa la cabeza de un búho, y que remite al artista alemán Max Ernst, figura clave del dadaísmo y del surrealismo, y en concreto a su obra “Semana de bondad”); los planos de maniquíes que salpican de manera constante el relato; o el hecho de que las víctimas (y la heroína) son artistas. Del segundo, cosas como el hecho de que la identidad del asesino es conocida desde el primer momento; que éste actúa a causa de un impulso homicida que no proviene de un trauma infantil, al menos que nosotros sepamos (aunque la excusa del complejo sea también muy utilizada en el giallo); o que las víctimas se conocen entre sí y son asesinadas en un único escenario. En cuanto a los personajes, es uno de los puntos donde la película flaquea, pues el espectador no tiene mucho a donde agarrarse, ya que la mayoría de ellos son antipáticos (Brett -Lombardo Radice, visto en Miedo en la ciudad de los muertos vivientes, Lucio Fulci, 1980; Bestia asesina, Ruggero Deodato, 1988; o La profecía, John Moore, 2006-), pesados (Willy -Sampson-, el vigilante -¿Cuántas veces repite en el tramo final la frase “Le he dado entre los ojos”?-), odiosos (Laurel -Sellers, con papeles en La máscara del demonio, Lamberto Bava, 1989; o Contaminación 7, Joe D´Amato & Fabrizio Laurenti, 1990-, que demuestra en repetidas ocasiones que solo le importa ella misma, como en el momento en el que le es asignado el papel protagonista después de que Alicia, interpretada por Cupisti -con una larga trayectoria en el género que incluye papeles en Terror en la ópera, Darío Argento, 1987; Las puertas del infierno, Umberto Lenzi, 1989; o en las ya mencionadas El engendro del diablo y Mi novia es un zombie-, la actriz principal, sea despedida; la escena en que abandona a ésta inconsciente, tras dejarla caer por una escalera, a merced del asesino; o cuando grita e insulta a una compañera embarazada porque a ésta le entra un ataque de pánico-); o directamente execrables (Ferrari -Vida-, el productor, que le ofrece ayuda a Alicia a cambio de sexo; o Peter -Brandon-, el director, un déspota tirano que trata a sus actores como si fueran animales), salvándose tan solo la ya mencionada protagonista, su amiga Betty (Schwerk), o Danny (Gligorov) y Sybil (Smith), la joven pareja que espera un hijo. Por este motivo, la película tiene algún ligero bajón de ritmo, pero los salvajes asesinatos que puntean la trama (la cabeza de Betty, la primera víctima sino contamos al enfermero del psiquiátrico, es empalada por un pico que traspasa la boca y sale por la nuca; Mark -Philips-, otro de los actores, es atravesado por un taladro eléctrico; Sybil es seccionada en dos tras caerse por unos tablones de madera podridos, mientras que Peter y Danny tiran de ella para liberarla, sacando solo su torso; finalmente, el último de los mencionados es destripado con una motosierra) y la parte final, en la que el enajenado asesino monta un dantesco decorado con los cuerpos de sus víctimas, creando un escenario casi onírico, similar a una pesadilla (a lo que contribuye la sinfonía que escuchamos y esos ventiladores que sostienen en el aire ropas, plumas y demás elementos del atrezo, y que terminan de dotar al conjunto de un acertado tono fantasmal), elevan al filme por encima de la media.

 

   Eso sí, como es habitual, no se libra del característico final sorpresa, con el asesino volviendo a la vida para ser aniquilado definitivamente y sin miramientos.

 

(6,5/6)

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