APOCALIPSIS (Mick Garris) / 1994: Gary Sinise, Molly Ringwald, Jamey Sheridan, Ruby Dee, Miguel Ferrer, Corin Nemec, Matt Frewer, Adam Storke, Ray Walston, Rob Lowe, Peter Van Norden, Bill Fagerbakke, Laura Sangiacomo, Ossie Davis, Rick Aviles, Bridgit Ryan, Kellie Overbey, Chuck Adamson, Sam Anderson, Cynthia Garris, Billy L. Sullivan, Shawnee Smith, Warren Frost, Tom Holland, Stephen King, Sarah Schaub, Bruce McVittie, Dan Martin, Max Wright.

 

   Una cepa de la gripe A creada como arma biológica es liberada por error en un laboratorio militar de los Estados Unidos. Pronto el virus se extiende a lo largo y ancho del país, transformándose en una temible y letal pandemia que arrasa a su paso con todo vestigio humano. Tan solo aquellos individuos que se muestran inmunes logran sobrevivir a la enfermedad. Comenzará entonces una terrible luchar por la supervivencia entre los que eligen alinearse con las fuerzas del bien, capitaneadas por la bondadosa madre Abigail (Dee), y los que optan por formar parte de las huestes del mal, regidas con mano de hierro por Randall Flagg (un Sheridan que parece disfrutar de cada una de sus escasas apariciones en pantalla, y que últimamente es conocido por dar vida al vicepresidente William Walden en la reputada Homeland).

 

   Stephen King trató de hacer su particular versión de “El señor de los anillos” con ésta novela que en nuestro país se conoció con el nombre de “Apocalipsis”, título más acertado que el mucho más genérico “The stand” original, debido a sus connotaciones y referencias religiosas, constantes a lo largo y ancho de la obra. Queda claro, vistos los resultados literarios, que King no es Tolkien (aunque su idea de hacer de Las Vegas su Mordor particular es plausible y simpática a partes iguales), ni lo pretende, pues nos encontramos ante uno de los más reputados escritores del género de terror de todos los tiempos, y “Apocalipsis” no es más que una incursión en la fantasía, tocando el horror tan solo en determinados momentos y de forma tangencial. King es capaz de dotar de épica al relato (terreno que Tolkien dominaba con solvencia), pero también de humanidad a todo el elenco de personajes que pueblan su obra (aspecto que dominaba con autoridad en sus inicios -basta con leer “It” o “Cementerio de animales”- y en el que el autor de El “señor de los anillos” patinaba de forma clara, obteniendo éste personajes caracterizados por su frialdad y perdiéndose en multitud de ocasiones en descripciones farragosas y excesivas que no llevan a ninguna parte), logrando que ninguna de las más de 1300 páginas que conforman el volumen se torne tediosa. Donde King falla notablemente (y éste sí que es un juicio personal e intransferible) es en ese empeño de empapar a las huestes del bien de una fe religiosa ilimitada, que les lleva a enfrentarse al mal absoluto sin armas de ningún tipo, y vencerlo en un final que, y esta vez afirmo con convencimiento, patina sin remisión y queda muy por debajo de los resultados generales del resto del libro.

 

   Queda también claro, a la vista de los resultados de la traslación a la pantalla, que Garris no es Peter Jackson, pues su dirección es plana y sin alardes, y los resultados que logra de un elenco de actores consagrados y en su mayoría efectivos son mediocres (por el lado del bien brillan Stu -Sinise, sobrio como siempre-, Frannie -una Ringwald deliciosa- y Larry -Storke, de lo mejor del reparto-, mientras que otros como Harold -Nemec, que no logra transmitir lo necesario a un personaje complejo, que oscila entre la luz y la oscuridad debido a sus sentimientos-, Bateman -Walston, otro secundario de lujo-, Nick Andros -Lowe, el más flojo del cast-, Ralph -Brentner-, o Tom Cullen -Fagerbakke, la voz de Patricio en Bob Esponja- resultan poco emotivos, distantes e incluso fríos. Si nos ceñimos al bando del mal, destaca Lloyd -Ferrer, al que descubrí hace años en la reivindicable El aviador nocturno, Mark Pavia, 1998, y que aquí demuestra ser un notable actor que ha disfrutado de escasas oportunidades-, o Nadine -una San Giacomo a la que extraña ver en un papel de malvada-, quedando otros como El Basuras -Frewer, una de las víctimas de los zombis en Amanecer de los muertos, Zack Snyder, 2004-, Whitney Horgan -Anderson-, o Julie -Smith, antes de hacerse famosa dando vida a Amanda en la saga Saw-  en exceso desdibujados). Quizá esta comparación resulte injusta, pues el director de Apocalipsis no contaba con el presupuesto ni con los medios con los que sí lo hizo el realizador neozelandés, que además pudo efectuar tres películas de más de tres horas de duración cada una (en sus ediciones extendidas) para narrar las andanzas de Frodo, Aragorn y compañía, quedando aún varios pasajes de la trilogía literaria por incluir en su traslación fílmica. Por el contrario Garris se tuvo que conformar con una miniserie (con las limitaciones presupuestarias que esto conlleva) y una duración de unos 360 minutos, a todas luces insuficientes para llevar a la pantalla la épica y la complejidad del relato de King. La comparación del principio del párrafo no es baladí pese a todo lo anterior, pues Jackson no gozó de cantidades astronómicas de dinero para realizar sus primeras películas, pero supo suplir con imaginación y sentido del humor esa carencia, consiguiendo resultados notables (Mal gusto, 1987; El delirante mundo de los Feebles, 1989; Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro, 1992; o Criaturas celestiales, 1994), algo que Garris no ha hecho en prácticamente ninguno de sus filmes (basta con ver Critters 2, 1988; Psicosis 4: El comienzo, 1990; o Sonámbulos, 1992, productos decididamente mediocres del que tan solo se salva mínimamente el primero por su simpatía).

 

   De todas las maneras, y pese a que Garris flaquee en la descripción de unos personajes que en el libro eran fascinantes; en la recreación del ya mencionado final, totalmente anticlimático y que empeora incluso a su original literario (esa intervención deus ex machina, en forma de mano divina, que aparece en el último momento para hacer estallar la bomba atómica en Las Vegas, acabando de paso con la vida de Larry -el único personaje cuya muerte se lamenta de verdad-, de Brent, y de todos los malvados seguidores de Flagg); y en algunos pasajes que chirrían (el momento, tramposo y lacrimógeno, en el que los seguidores de la Madre Abigail se reúnen en la iglesia para escuchar las palabras de Stu, que comienza a cantar el himno nacional mientras uno a uno el resto de presentes se unen en un coro; el hecho de que sea Tom, el tonto del pueblo, el único de los enviados que no es descubierto porque Flagg no es capaz de “verlo” debido a su inocencia…), es de recibo reconocer su solvencia en determinados momentos. Así, destaca el asalto a la emisora de radio en la que la locutora Rae Flowers (Kathy Bates en un cameo. En 1990 la actriz ganó un Oscar por su trabajo en otra adaptación de King, la fantástica Misery, Rob Reiner) es asesinada por un grupo de asalto militar por hablar sobre la procedencia del virus; el paso de Larry, en solitario y a oscuras, por un túnel repleto de vehículos llenos de cadáveres; la reactivación de la central hidroeléctrica y el contraste entre las personas que siguen vivas, felices al ver restituida la luz y la corriente, y los cuerpos sin vida de los trabajadores de la central, mostrados en diversos planos por el director; la entrada en la iglesia, llena de los cuerpos descompuestos de los feligreses fallecidos, que acudieron al templo en busca de la ayuda divina que la medicina no les podía dar (atención a la impresionante labor de make up); la explosión en la casa donde se celebra la reunión entre Stu y el resto de líderes, provocada por la dinamita colocada por Harold, que acciona el detonador junto a Nadine, causando la muerte de Nick y Susan, dos de los personajes principales; el accidente que sufre el citado Harold y que acabará provocando su muerte, chocando con su moto y cayendo por un precipicio para ser abandonado por una Nadine que elige obviar los gritos de socorro de su acompañante para seguir su camino en busca de Flagg; la lucha dialéctica entre Dayna (Overbey) y Flagg, y su inesperado desenlace, con el suicidio de la primera ante la imposibilidad de huir y la certeza de que su plan será descubierto por su interlocutor; o la frase que Nadine le dice a Randall cuando descubre que ha sido engañada por éste y que solo es una pieza más de su malvado plan. La joven, ya con el hijo de ambos en su vientre, se sube a la terraza y le espeta a su amante: “…será tu fin, y yo lo estaré viendo. Lo estaré viendo desde el infierno con tu hijo en mis brazos”, para a continuación saltar al vacío.

 

   El director, aparte de lo anterior, logra dos momentos fascinantes a lo largo del metraje que, curiosamente, no tienen nada que ver con elemento fantástico alguno, pues se basan, simplemente, en una elección musical inmejorable. El primero tiene lugar casi al principio. En él, y bajo los acordes del apropiadísimo “Don´t fear the reaper” (o “No temas a la parca” en su traducción al español), asistimos a un viaje por el horror del laboratorio en el que se liberó el virus de la gripe A, contemplando sus devastadores efectos sobre el personal que trabajaba en las instalaciones al son de la fantástica canción de Blue öyster cult. Los cuerpos son visualizados en la posición en la que se encontraban al ser sorprendidos por la súbita llegada de la muerte. El segundo, simplemente magistral e irrepetible (es una de las mejores escenas románticas que recuerdo haber visto nunca, junto a la declaración de Ben Affleck a Joey Lauren Adams en la notable Persiguiendo a Amy, Kevin Smith, 1997), tiene lugar en un momento íntimo entre los personajes de Harold y Frannie (recordemos, Nemec y Ringwald respectivamente). El segundo, enamorado de la joven, va a buscarla a su casa el día que muere el padre de ella, constatando que la plaga es ya una realidad. Allí, ajenos a la peste que invade y asola al resto del mundo, con las luces bajadas y con la única y oscilante iluminación propiciada por el crepitante fuego de la chimenea del salón, ella va a buscar un disco, colocándolo en el gramófono. De inmediato comienza a sonar “Don´t dream is over”, de Crowded house, y la elección musical es, si cabe, aún más perfecta que antes (en el libro el tema era de The beach boys, así que el cambio es para bien). La chica, sentada en el suelo y buscando un rostro amigo que la consuele, mira a su acompañante y le sonríe, volviendo de inmediato su vista hacia el fuego. Harold, sentado en el sillón, la observa con admiración y se quita las gafas, dejándolas sobre la mesa. Un nuevo plano de Frannie (Ringwald está aquí natural, bellísima, deslumbrante), esta vez apoyando su cabeza en la rodilla del joven, da paso a la duda de él, que, titubeante, vacila a la hora de descansar su brazo en el hombro de la chica, algo que hace finalmente, rubricando una escena hermosa y casi mágica. La cosa no acaba ahí, pues ahora Garris nos ofrece la crudeza de la hecatombe desatada en el exterior mientras seguimos oyendo el tema, cuya letra se ciñe como un guante a lo que vemos (ese carro de la compra tirado en el suelo, las calles vacías, el osito de peluche mecido por las olas, los cadáveres por todas partes…), pues lo que vemos son esas cosas que, como reza el estribillo de la canción, “vienen a construir un muro entre ambos”. Simplemente perfecto. La secuencia se cierra de manera magistral con un homenaje a El día de los muertos, George A. Romero, 1985, mostrando a Larry, que deambula por el solitario vecindario mientras exclama el ya consabido: “Hola! Hola! ¿Hay alguien ahí?”.

 

   Algunos detalles llamativos, como ese cuervo que vemos a lo largo del metraje en los lugares en los que ocurre alguna desgracia, y que no es otro que Flagg, o la multitud de cameos que hacen las delicias del fan, pudiendo encontrarnos, aparte de a la mencionada Kathy Bates, a Ed Harris como uno de los militares que explica las nefastas consecuencias de la liberación del virus; a los directores Tom Holland, Sam Raimi y John Landis como tres de los hombres de Flagg (el primero trabaja junto a El Basuras en el hangar, y el segundo es el paleto que asesina al juez Farris -Davis-, mientras que Landis aparece en un campamento de vigilancia casi al final); y cómo no, a Stephen King en el rol de Teddy Weizak. También resulta simpático el diálogo entre Flagg y Harold en la cárcel en la que éste se encuentra recluido. Aquel le dice (en v.o.) al segundo: “Please to meet you, Harold. Hope yo guess my name”, mientras que éste responde con un simple: “Huh?”. La contestación de Randall es aclaratoria: “Just a classical reference”. Esa “referencia clásica” que menciona el maligno no es otra que la más célebre frase del “Simpathy for the devil” de The rolling Stone, utilizada aquí por el mismísimo diablo para presentarse al que será su lugarteniente. Finalmente mencionar que el soliloquio de la Madre Abigail fue fusilado por Andy y Lana Wachowsky en su Matrix reloaded, 2003, para la escena del eterno monólogo del Oráculo (curiosamente, una anciana negra con ciertos toques divinos, capaz de profetizar hechos futuros).

 

(6/2)

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