ANGUSTIA DEL MIEDO, LA (Gerard Kargl) / 1983: Erwin Leder, Robert Hunger-Bühler, Silvia Rabenreither, Karin Springer, Edith Rosset, Josefine Lakatha, Rudölf Gotz, Renate Kastelik, Hermann Groissenberger.

 

   Un hombre (Leder) sale de la cárcel supuestamente rehabilitado tras cumplir una condena de diez años por el asesinato premeditado de una anciana. Una vez en la calle, sus instintos criminales no tardan en renacer con fuerza, así que decide introducirse en una apartada vivienda y eliminar a sus moradores: una joven, su padre impedido en una silla de ruedas, y una anciana, abuela de la primera y madre del segundo.

 

   Nos encontramos ante una de esas películas de los ochenta consideradas de culto por determinados aficionados (y por otros que no lo son, pero que ven su puesta en escena feísta y supuestamente áspera y dura como una forma original y sin concesiones a la galería de visualizar los actos de una mente enferma. No digamos ya los cinéfilos de siempre que la alaban por esa obsesión del director de colocar la cámara en lugares absurdos, ofreciendo puntos de vista forzados y carentes de sentido, pues nada aportan al devenir de lo narrado. Kargl llega a poner su objetivo a la espalda del asesino, para que “corramos” a su lado en una de sus huídas, o en la cabeza de una de las víctimas que es arrastrada a lo largo y ancho de una casa con el fin de… no se sabe muy bien qué) que vista hoy resulta incongruente, insatisfactoria y ausente de cualquier tipo de interés. El director opta por un tono semi-documental para mostrar las andanzas de un torpe asesino en serie (de hecho hay quien compara el filme con el muy superior Henry: Retrato de un asesino, John McNaughton, 1986), pero se deja por el camino el guión y la presentación de unos personajes que nos permitan identificarnos de alguna manera con lo que sucede en pantalla. Resulta curioso que los mismos que acusan a slashers como Viernes 13, Sean S. Cunningham, 1980, y sus respectivas secuelas de frívolas y excesivas al mostrar carnicerías en pantalla sin ofrecer una historia que haga de nexo entre las distintas muertes, y personajes fugaces que solo sirven como víctimas propiciatorias para que el asesino en cuestión muestre las mil y un maneras de usar el arma contundente más cercana, sean los mismos que cantan las supuestas excelencias de este filme, en el que un asesino serial (eso sí, sin máscara) aniquila sin miramientos a varios miembros de una misma familia de los que no sabemos nada en absoluto. Es decir, observamos dos crímenes (la anciana muere de un ataque cardiaco sin que intervenga el protagonista) que supuestamente nos deberían escandalizar, pero que nos dejan impasibles, ya que las víctimas nos son completamente indiferentes. Por un lado, el adulto que se halla en la silla de ruedas es ahogado en una bañera, mientras que la chica es cosida a puñaladas mientras el asesino se restriega sobre ella (sí, como suena). El caso es que por repulsivos que nos resulten los actos del perturbado, éstos acaban causando indiferencia, pues en ningún momento nos identificamos con los damnificados, simple carne de cañón para el auténtico protagonista. Si eso no es frivolidad... con el agravante de que en este caso se busca el impacto, la conmoción y la reacción visceral del espectador con ese mencionado estilo documental y verídico.

 

   Además nos encontramos con multitud de aspectos que acaban resultando ridículos, como esa voz en off del asesino, con frases denunciables como “Tras los hechos -se refiere a los asesinatos- me encontraba muy bien” o “El momento era realmente emocionante. Aquello me excitaba. Dentro de nada todos se llevarían un susto de muerte”, que pronuncia al final, cuando los policías están a punto de descubrir el macabro contenido del coche que conduce; el momento en el que libera a la joven en la casa para que le de las pastillas a su abuela, arrastrándose con ella por el piso hasta llegar a la cocina sin ningún motivo, pues ambos pueden caminar; los interminables paseos del demente cargando los cadáveres de un lado a otro, hasta llevarlos al vehículo; la huida en el coche, supuestamente disimulada, con los cuerpos en el maletero y llevándose en primer lugar la puerta de la casa por delante y luego embistiendo el ÚNICO automóvil que se encuentra en su camino, que además se encuentra rodeado de multitud de testigos; la reacción del conductor, volviéndose completamente loco y chocando hasta otras dos veces con el mismo coche en su intento de fuga; o el desenlace, en la cafetería, donde se encuentran exactamente los mismos personajes que al principio del filme, y ante lo que surge una pregunta: ¿Porqué?

 

 

(3/2)

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