AMANECER DE LOS MUERTOS (Zack Snyder) / 2004: Sarah Polley, Ving Rhames, Jake Weber, Mekhi Phifer, Ty Burrell, Michael Kelly, Kevin Zegers, Michael Barry, Lindy Booth, Jayne Eastwood, Boyd Banks, Inna Korobkina, R.D. Reid, Kim Poirier, Matt Frewer, Louis Ferreira, Hannah Lochner, Bruce Bohne, Scott H. Reiniger, Tom Savini, Ken Foree.


   Ana (una sorprendente y fantástica Polley, que se demuestra un auténtico acierto de casting, pese a ser una absoluta neófita en el cine de terror, resultando mucho más asidua a otros géneros como el drama) y su marido Luis (FerreiraSaw IV, Darren Lynn Bousman, 2007-) disfrutan de una agradable noche en pareja. De madrugada, la pequeña Vivian (Lochner), una vecina del barrio en el que viven, irrumpe en su hogar. Luis se despierta sobresaltado, siendo atacado brutalmente por la niña y transformándose casi de inmediato en un muerto viviente. Ana logra huir en su vehículo, comprobando que su antaño idílico suburbio se ha convertido en un auténtico campo de batalla donde los cada vez más numerosos revividos persiguen a los indefensos y escasos seres humanos. La joven, previo encuentro con otro grupo de supervivientes, logra parapetarse junto a éstos en un centro comercial en el que organizarán una resistencia que se antoja insuficiente ante las oleadas de zombis hambrientos que comienzan a agolparse en el exterior.


   Nos encontramos ante el remake de Zombi, George A. Romero, 1978, siendo, además, uno de los más claros ejemplos de que la revisión de un clásico puede dar lugar a otro incluso superior al original (y lo dice alguien que se declara ferviente admirador de la saga creada por Romero, y en especial de este segundo capítulo). Si el producto primigenio es un filme notable, cercano al sobresaliente, su nueva versión alcanza las cotas (siempre desde mi punto de vista) de obra maestra. Desde el inicio observamos que nos hallamos ante una película diferente y atrevida, logrando Snyder (director de otras obras tan notables como 300, 2006; Watchmen, 2009; Ga´Hoole: La leyenda de los guardianes, 2010; Sucker punch, 2011…) uno de los mejores prólogos de la historia reciente del género: El comienzo es sosegado, y nos sirve para conocer a Ana, nuestra protagonista, una joven enfermera que trabaja en un hospital. La veremos conversar con una compañera, y un superior la obligará a retrasar momentáneamente la hora de salida, todo dentro de la cotidianeidad del día a día. Pronto contemplaremos determinados factores, en un principio prácticamente imperceptibles, que parecen alterar esa normalidad. Así pasará ante nuestros ojos un paciente en una camilla con una herida que sangra abundantemente en el cuello (algo común en un hospital), o asistiremos al encuentro de Ana con el conductor de una ambulancia, que descansa acostado con las piernas fuera del habitáculo posterior, lo que causa un pequeño momento de intranquilidad en la joven. Cuando ésta se sube a su vehículo, oímos de pasada en una de las emisoras una frase que en un principio no dice nada, pero que anticipa el desastre: “No ha sido un accidente aislado”. Nuestra protagonista no le da la más mínima importancia, y al llegar al vecindario se encuentra con Vivian, una niña que vive cerca y que está patinando en la calle, con la que se para a hablar un rato. La música (atención a la banda sonora, obra de Tyler Bates, habitual del cine de horror en general y de Snyder en particular) cambia de manera perceptible, volviéndose su tono mucho más sombrío, cuando la pequeña nos da la espalda y se aleja. Aún no hemos visto nada reseñable, pero percibimos una extraña sensación en el ambiente.


   De hecho, lo cotidiano regresa cuando Ana llega a casa para disfrutar de una agradable velada con Luis, su marido. Parece que la tensión se rebaja cuando los oímos hablar, o los observamos viendo la tele abrazados en la cama o duchándose juntos. Mientras, un boletín televisivo vuelve a advertir de que algo extraño pasa a nivel general. La imagen de la pareja durmiendo plácidamente precede al inicio de la tempestad: Un nuevo plano nos muestra el reloj de la mesita, rompiéndose el silencio reinante con el avance del minutero. Entonces vemos y oímos la puerta de la habitación entreabrirse. Luis se despierta por culpa del ruido, y atisba a Vivian en la entrada del cuarto, que los observa. Un leve movimiento de la pequeña hace que su rostro salga de las sombras, descubriendo unas mandíbulas ensangrentadas. El hombre, sobresaltado, se levanta de la cama para ver que le pasa a la niña, pero cuando se arrodilla a su altura, es mordido salvajemente (Snyder no escatima ni el gore ni la sangre, constante que se repetirá a lo largo del metraje, más aún en la versión del director estrenada en DVD y Blu Ray). El consiguiente grito saca de su sueño a Ana, que, aún desconcertada, es atacada por Vivian. Cuando consigue lanzarla fuera de la habitación (ojo a ese plano en el que vemos a la pequeña caer y levantarse felinamente de un salto, para lanzarse de inmediato contra la puerta ya cerrada), intenta cortar la enorme hemorragia que hace que a su marido se le escape la vida. Sus conocimientos de enfermería no evitan que Luis fallezca casi de inmediato sobre la cama, convertida en un baño de sangre. Ana, incapaz de asimilar lo que sucede, observa atónita como el hombre se levanta inesperadamente del lecho, de espaldas a ella. Cuando le llama, Luis se gira (atención a la rabiosa expresión de su rostro, carente de cualquier atisbo de humanidad) y se abalanza de manera feroz en su busca, refugiándose ella en el cuarto de baño y cayendo estrepitosamente en la ducha, quedando conmocionada. Los segundos de calma subsiguientes se rompen cuando Luis destroza la puerta brutalmente, aprovechando Ana para salir por el ventanuco, después de liberarse de su marido, que había conseguido agarrarla por un pie. La protagonista ve a uno de sus vecinos, al que le pregunta si sabe qué sucede. Éste le apunta con un arma y le dice que se vaya, siendo arrollado por una ambulancia. El siguiente plano nos muestra una excelente panorámica (Snyder utiliza este recurso varias veces a lo largo del filme, transformándolo en un medio más al servicio de la historia) del caos, con el barrio dominado por la anarquía, los vecinos persiguiéndose unos a otros (una vez más la amenaza viene del interior, del que hasta hace nada era amigo, familiar o conocido, haciéndola aún más aterradora por cercana e inesperada), y ese ligero barrido de cámara que llega hasta las explosiones que se producen en la gran ciudad, al fondo, haciéndonos partícipes del peligro ya extendido de forma global. A continuación, el ser que antes era Luis sale de la casa para lanzarse sobre el coche de su esposa, que acelera, siendo perseguida tenazmente por el zombi, que solo desvía su trayectoria cuando se cruza con una víctima más asequible, una anciana que camina desorientada por el jardín de su casa. Ana atina a conectar la radio, en la que un locutor repite constantemente el mismo mensaje acerca de la evacuación de los supervivientes, y se cruza con una joven que le pide ayuda y a la que ignora, quizá por miedo, quizá por el estado de shock en el que se encuentra. Una de las mejores secuencias de la película nos muestra, en plano cenital, el barrio residencial (el helicóptero de la escena es una toma superpuesta del mismo aparato de la versión de 1978), mientras observamos las explosiones que se repiten en todo el área, haciéndonos testigos de un sobrecogedor accidente en el que un vehículo que circula delante del automóvil de la protagonista es embestido violentamente por una furgoneta, empotrándose en una gasolinera, que vuela por los aires. La cámara desciende lentamente hasta situarse en la parte trasera del automóvil, que se detiene ante un autobús en el que vemos como una mujer es salvajemente atacada por dos de los revividos. Ana, horrorizada, prosigue su lenta marcha hasta que un hombre intenta robarle el coche, zafándose de él y cayendo por un terraplén, hasta colisionar con un árbol (algo que ya vimos, con Barbara -Judith O´Dea-, en La noche de los muertos vivientes, George A. Romero, 1968).


   Todo lo anterior conforma unos primeros quince minutos perfectos, rematados por unos memorables títulos de crédito en los que los nombres de los actores son salpicados con sangre en un fondo negro mientras que vemos escenas inquietantes y apocalípticas (los musulmanes rezando, como si eso bastara para acabar con la amenaza; los políticos divagando ante los medios, ineptos a la hora de dar ningún tipo de respuesta, salvo las que todo el mundo ya conoce; los cuerpos de seguridad arremetiendo contra las masas, sin que parezca importarles la distinción entre vivos y muertos; y los zombis atacando a los ciudadanos indefensos y desamparados en diversas partes del mundo, sin que los tres estamentos -religión, ejército y gobierno- en los que confían y les deben proteger les proporcionen ayuda alguna -cabe destacar aquí, para remarcar esa fe ciega en las autoridades y políticos de la mayoría del pueblo americano, la frase de uno de los personajes cuando aún no se conoce la magnitud de la tragedia, que exclama: “Estados Unidos siempre limpia su mierda”, mientras un sheriff en televisión indica cómo acabar con los zombis-), que son acompañadas por la fantástica “The war comes around”, de Johnny Cash, que se ajusta como anillo al dedo a las imágenes caóticas que se despliegan ante nuestros ojos (merece la pena ver los subtítulos del tema para captar la ironía y el pesimismo de la letra).


   Lo que hace que la película sea una maravilla es que el nivel se mantiene durante el resto del metraje, sin toparnos prácticamente con ningún altibajo en el ritmo (si acaso, en escasos momentos en el centro comercial, cuando se nos muestra el día a día de los supervivientes intentando llevar una vida como la que tenían antes de desatarse el cataclismo, basándose en la quimera que les ofrecen los muros del gigantesco edificio), y consiguiendo una sucesión casi innumerable de momentos, escenas y set pieces completamente memorables: al encuentro de Ana con Kenneth (Rhames –Piraña 3D, Alexandre Aja, 2010; La carrera de la muerte 2, Roel Reiné, 2010; o Shark night 3D, David R. Ellis, 2011-), un policía, se sucede el altercado con el otro pequeño grupo de supervivientes (constituido por Michael, al que da vida Weber –Escalofrío: Wendigo, Larry Fessenden, 2001-, y la pareja formada por Andre, interpretado por PhiferAún sé lo que hicisteis el último verano, Danny Cannon, 1998-, y la embarazada Luda -Korobkina-), y la llegada de todos ellos al supermercado (atención a esa panorámica que nos muestra el inmenso edificio) en el que a partir de ese instante se desarrollará la acción casi hasta el final. De inmediato tendremos uno de esos momentos inolvidables, consistente en ese primer encuentro con los zombis que deambulan por el aparcamiento, cuando el grupo intenta forzar una de las entradas. El ruido alerta a los revividos (merece destacarse la fantástica labor de maquillaje, con especial atención a ese muerto viviente al que le falta un brazo. El DVD del filme, que incluye material extra más que interesante, trae un fantástico -aunque algo corto- documental acerca del impresionante trabajo de FX), lanzándose como posesos hacia sus presas, que logran entrar en última instancia.


   A partir de aquí, la acción se toma un leve respiro mientras nuestros personajes evalúan la mejor manera de defender la enorme construcción y de aprovechar todas las posibilidades que les ofrece (reseñar ese toque irónico, con la música del “Don´t worry, be happy” de Bobby McFerrin sonando en una de esas versiones totalmente impersonales que se escuchan en los centros comerciales). Así, Andre y Michael deciden asegurar todas las entradas, y la tensión vuelve a subir por momentos, pues el primero se encontrará con uno de los monstruos cuando comprueba una de las salidas (susto predecible aunque conseguido, debido al desapacible aspecto del ser y al desagradable ruido que hace al apoyarse en el cristal de la puerta), mientras que el segundo se topará en las escaleras de emergencia con otro que devora a una víctima (atención a la B.S.O. y al cambio que va sufriendo, ralentizándose y convirtiéndose en un sonido repetitivo e inquietante, haciendo que los instantes previos a que Michael abra la puerta se hagan interminables). Simultáneamente, el resto de miembros (Ana, Kenneth y Luda), en la entrada principal, son atacados por un tercer zombi (solo cabe señalar de acertada la superposición de los ataques, solapándose y provocando que el espectador permanezca expectante a lo que sucederá a continuación). Michael acabará con su contrincante de manera radical, clavándole una estaca que atravesará su cabeza de lado a lado (otro momento totalmente gore), mientras que en el hall, Luda será arañada por el agresor sin que ninguno de los otros dos lo advierta, siendo Ana la que acaba con aquel de un disparo.


   La montaña rusa en que se ha convertido el filme ofrece otro momento de aparente calma (y digo aparente porque la situación que se da, en realidad, es bastante tirante), con el ascenso de los supervivientes al piso superior, donde se encuentran con CJ (Kelly -Destino oculto, George Nolfy, 2011-), Bart (Barry) y Terry (Zegers -Komodo, Michael Lantieri, 1999; Km. 666, Rob Schmidt, 2003; oFear of the dark, K. C. Bascombe, 2003-), los tres guardias de seguridad del hipermercado, que han asegurado la zona y que se muestran reacios (sobre todo, los dos primeros) a compartirla. Finalmente cederán, pero a cambio de que los recién llegados les entreguen sus armas y se comprometan a dormir encerrados y aislados. Será Michael el que logre convencer a CJ, el cabecilla, de que es conveniente subir a la azotea para dejar claro mediante carteles que hay supervivientes en el edificio. Una vez allí conocerán a un nuevo personaje, Andy (Bohne), el dueño de una armería al otro lado de la calle, que dispara desde la terraza de su edificio a los zombis que ya copan el parking.


   La acción se restablece nuevamente cuando un camión irrumpe en el aparcamiento, llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso. Otra discusión entre los vigilantes y el resto del grupo a causa de la conveniencia (o no) de ayudar a la gente que llega en el vehículo dará como resultado que el bando de Ana tome el poder, contando con la inestimable ayuda de Terry, que “traiciona” a sus amigos. Sin dar respiro, Michael y Andre bajarán a la puerta de descarga de material, a la que llega el camión marcha atrás, atropellando a cuantos monstruos encuentra en su camino (el gore vuelve a salpicar la pantalla, aunque en algún momento se notan los efectos infográficos). En el interior, los dos hombres discuten sobre la manera de actuar (se produce aquí uno de los escasos respiros humorísticos del filme, en el que Michael es incapaz de abrir el portón, momento en el que Andre le mira resignado mientras corre el pestillo), y cuando deciden salir al exterior, se encuentran con que parte de la tripulación se ha puesto a salvo subiendo por las escaleras de emergencia con la ayuda de Ana y Luda, mientras que un grupo de zombis se abalanza sobre ellos. El ataque es repelido a balazos (más sangre sin concesiones), consiguiendo entrar ambos en última instancia, y llegando así a un nuevo momento de calma, propiciado por la presentación de los nuevos personajes, entre los que se encuentran Norma (Eastwood), la conductora del vehículo; un anciano llamado Glen (Reid); Frank (Frewer) y Nicole (Booth), padre e hija; Steve (Burrell); Monica (Poirier); Tucker (Banks); y una mujer que ha sido mordida, siendo evidentes los primeros síntomas de infección (y que recuerda a la enorme anciana contagiada de [REC], Jaume Balagueró & Paco Plaza, 2007). Unos instantes sirven para conocer a los recién llegados, observando que Frank también ha sido herido, que Nicole pronto sintoniza con Terry, o que Steve tiene un carácter un tanto egoísta. Nuevamente la paz vuelve a romperse con la defunción de la mujer contagiada, que de inmediato se levanta lanzándose desesperadamente a por Ana. Ésta reacciona de manera rápida, clavando un atizador en el ojo de la agresora, que fallece instantáneamente y de manera definitiva. La enfermera llega a la conclusión, observando lo sucedido (y recordando lo que le había pasado a su marido), de que las heridas causadas por los muertos vivientes provocan el contagio y la resurrección de la víctima. La inmediata reacción de Michael es sugerir la eliminación de Frank, mientras que Andre, dándose cuenta de que lo que acaba de oír condena a su pareja, acude hasta la habitación en la que ésta se encuentra. El primero contará con el inesperado apoyo de Kenneth, pero también con la oposición frontal de Ana, que aprovecha el momento de duda del hombre al observar al contagiado abrazado a su hija para hacerle recapacitar. Con lo que la joven no puede luchar es con el avance del virus, que finalmente vence a Frank, y que aprovecha sus últimos instantes de vida para despedirse de Nicole. Será Kenneth el encargado de acabar con el hombre.


   Llegamos así al que puede ser el momento de más sosiego para nuestro grupo (y el más aburrido para el espectador), con los personajes intentando evadirse de todo lo sucedido y de la amenaza externa buscando cualquier vía de entretenimiento en el centro comercial. Así veremos a Andy y Kenneth, cada uno en una azotea, jugando al ajedrez mientras se comunican con carteles los movimientos de las piezas; a Nicole contemplando las estrellas con Terry; a Glen probándose ropa de mujer o contándoles a CJ y Bart, recluídos, el momento en el que se dio cuenta de que era gay (otro de esos escasos instantes humorísticos); a Ana y Michael viendo Desmadre a la americana, John Landis, 1978; o a los dos primeros mencionados jugando junto a Steve y Tucker a un curioso pasatiempo consistente en que Andy elimine a un zombi con el que previamente los otros participantes encuentran un parecido con algún famoso (así, el hombre acabará con remedos de Jay Leno, Burt Reynolds o Rosie O´Donnell, nombres que le son comunicados de igual manera que los movimientos de ajedrez). Cuando Ana bromea sobre la falta de una infancia feliz de los participantes, Steve le dice: “Si un día me convierto en uno de esos, hazme el favor y vuélame la puta cabeza”, palabras que tendrán su eco en el futuro. A estos momentos se sucede una cena que da continuidad al buen ambiente reinante, profundizando aún más en los personajes. Ana le pregunta a Michael, de manera inocente, “¿Cuál fue tu mejor trabajo?”. La respuesta del hombre (“Como padre. Creo que en eso fui lo mejor”) es demoledora por dramática y por lo que de ella se desprende (evidentemente, su/s hijo/s están muertos). Las miradas y el incómodo silencio que se producen entre los comensales hacen el resto.


   Un cambio de plano que nos muestra a Luda en claro proceso degenerativo y a punto de dar a luz asistida por Andre, termina por devolvernos a la cruda realidad, regreso refrendado por un apagón que deja a oscuras el hipermercado. Así da comienzo uno de los set pieces más intensos de toda la película, en el que CJ, Bart, Michael y Kenneth acuden a la planta inferior del parking subterráneo a buscar los fusibles. La sensación asfixiante y de peligro constante que flota en el ambiente es acongojante, dando lugar a unos momentos completamente agobiantes y opresivos (atención a esas columnas que se ciernen sobre el grupo y parecen ocultar invisibles amenazas), en el que da la sensación de que los personajes están desamparados e indefensos ante unos zombis que no vemos, pero a los que sentimos y oímos. La tensión se romperá con un recurso utilizado en infinidad de ocasiones en el cine de terror: la aparición de un animal (en este caso, un perro) que parece devolver la calma, rota de nuevo por un ataque que sobrevendrá del lugar más inesperado, con un monstruo al que le faltan las piernas y que se desplaza por el techo, cayendo sobre un sorprendido Bart, que es mordido. La aparición de la turba zombi es inmediata, obligando al grupo a refugiarse tras una valla metálica en precario estado y quedando el herido rezagado, siendo atrapado y devorado por los perseguidores ante la impotente mirada de CJ. Los muertos comienzan a lanzarse furiosos contra la reja, intentando escalarla (algo que a sus homónimos romerianos les hubiese resultado imposible). Tanto Kenneth como CJ vacían sus cargadores sobre los seres, sucediéndose los instantes gore uno tras otro con las cabezas y los cuerpos de éstos recibiendo los impactos de los cartuchos. Mientras, Michael conecta el surtidor de gasolina del recinto, rociando a los zombis, que ya comienzan a debilitar la valla, y le pide a CJ un mechero. Éste lanza el encendedor al combustible, provocando la inflamación del mismo y de los revividos, que arden envueltos en llamas (otro momento sumamente impactante, al que se suman los estremecedores aullidos de los monstruos). Sin dar respiro volvemos con Andre, que observa impotente como Luda, atada a la cama, fallece, dándole un beso de despedida. El abdomen hinchado comienza a moverse y la mujer revive, siendo amordazada. La fatalidad aparece aquí cuando Norma decide ir a ver a la pareja para comprobar como se encuentran. El espantoso panorama que se topa hace que saque su pistola, disparando a la zombi. Andre, fuera de sí ante lo que considera un ataque a su familia, comienza a disparar a la mujer, que también vacía su cargador en el cuerpo del joven. Ambos caen, y el ruido alerta a Ana y el resto, que acuden a la habitación para encontrarse con el dantesco espectáculo que ofrecen los cuerpos ensangrentados y ya sin vida de los tres adultos. La visión surrealista se completa con un pequeño bulto envuelto en una manta que Andre sujeta en su regazo, y que Ana recoge, descubriendo que el bebé que Luda llevaba en su vientre también está contagiado, por lo que es eliminado de un disparo (la elipsis, con la cámara enfocando las dependencias del Centro Comercial mientras oímos la detonación, no resta un ápice de dureza a la escena).


   La consecuencia de todo lo anterior es la decisión unánime del grupo de abandonar el edificio para dirigirse en dos autobuses (que son blindados con las herramientas que encuentran en el supermercado, recordando su aspecto final al Azote de los muertos de La tierra de los muertos vivientes, George A. Romero, 2005), que se encuentran en el parking subterráneo hacia el puerto, en el que se encuentra el barco de Steve, que utilizarán para dirigirse a una isla a la que no haya llegado la infección. También deciden ir a buscar a Andy para, de paso, aprovisionarse con todo tipo de armas en su tienda. El plan consiste en enviar a Chips (el perro que encontraron en el garaje y al que Nicole bautiza y toma como mascota) con comida y un walkie para comunicarle lo que van a hacer, pero la trampilla por la que se cuela el animal queda entreabierta, posibilitando la entrada de alguno de los muertos y mordiendo uno de ellos a Andy, que le dice a Kenneth lo sucedido. El ruido de un vehículo en la calle pone en alerta al grupo, observando que Nicole ha cogido uno de los camiones del aparcamiento exterior para ir a por el perro (quizá ésta sea la única decisión estúpida que toma uno de los personajes, aunque en el caso de la joven es hasta cierto punto comprensible, debido a que ha perdido a su hermano, su madre y su padre -éste ante nuestros propios ojos- en un corto periodo de tiempo). La chica logra entrar en el edificio, pero se encuentra con un Andy ya convertido que la obliga a esconderse en un armario, desde el que se comunica con Terry por radio. Pronto se organiza un grupo de rescate formado por Kenneth, CJ, Michael, Tucker y el propio Terry, quedando Steve al cuidado de la puerta de acceso al supermercado, tras negarse a formar parte de la expedición, que aprovecha la red de alcantarillado para acercarse lo más posible a su objetivo, saliendo a la calle a escasos metros de la puerta de la armería, entre los zombis (atención a ese plano subjetivo al emerger del agujero, observando a los revividos desde un punto de vista en primera persona, y situándonos en plena acción y partícipes de la amenaza y la tensión latentes), que en un principio ignoran a los intrusos hasta que el ruido de la tapa metálica de la cloaca, cerrada por Tucker, los pone en alerta, lanzándose de inmediato a por sus presas. El enésimo tiroteo da comienzo, si cabe aún más salvaje que los anteriores (de brutal se puede calificar la escena en la que Kenneth le vuela parte de la cabeza a uno de los zombis, en una escena ausente en la versión cinematográfica), con los hombres intentando cruzar el camión utilizado por Nicole, que se interpone entre ellos y el acceso a la armería, lo que hace que tengan que pasar de uno en uno mientras el ataque se recrudece, la munición mengua y la angustia se acrecienta. Ya dentro, encuentran a Andy, que golpea insistentemente la puerta del armario, y que solo cesa en su empeño cuando advierte la presencia del grupo. Será Kenneth el encargado de eliminarlo (la cabeza del convertido desaparece literalmente ante nosotros debido a la detonación del cartucho). Ya con Nicole y Chips, la siguiente tarea consiste en coger todo tipo de armas de la tienda. Antes de huir, CJ sube a la azotea con una bombona, que lanza a la calle, disparando a continuación. La deflagración elimina a los muertos de los alrededores y es aprovechada por la expedición para regresar a la alcantarilla, pero la llegada de más monstruos provoca la caída de Tucker al túnel, rompiéndose una pierna. CJ le agarra por los hombros, arrastrándole por el suelo y dándole dos pistolas para que dispare a los seres que comienzan a asediarlos. La velocidad de éstos y su creciente número hace que pronto lleguen a la altura del herido, eliminado por el guardia de seguridad tras suplicárselo al ver que ya no tiene posibilidades. Así, los supervivientes llegan a la puerta de entrada, cerrada a cal y canto y en la que ya no está Steve, encontrándose cercados por sus perseguidores, que ascienden por las escaleras. Los cuatro hombres hacen uso de la recién adquirida munición (merece destacarse ese plano con el cartucho de la escopeta saliendo humeante del arma y cayendo a cámara lenta), mientras el número de zombis aumenta. Será Ana la que salve a sus compañeros, abriendo la puerta en el último momento.


   El tramo final, consistente en la huída del Hipermercado, no da tregua ni a nuestros protagonistas ni al espectador, desarrollándose de manera inmediata. Los humanos que quedan corren hacia el ascensor, por el que descienden hacia el parking (aquí Snyder se permite otra acertada gota de humor, con ese comentario -“Me gusta esta canción”- de CJ mientras sus camaradas le miran perplejos, que parece rebajar la angustia, y que alude a la música que suena), en el que encuentran a Steve apoyado en uno de los vehículos. El grupo se divide, saliendo los dos autobuses al exterior, y siendo su marcha colapsada de inmediato por la ingente turba de muertos vivientes (la sangre vuelve a salpicarnos cuando Snyder nos muestra el efecto de las motosierras que se deslizan por los huecos dejados a tal efecto en los vehículos, cercenando todo tipo de miembros de los zombis que intentan subirse a los mismos). CJ repite la maniobra de la armería, asomándose por la escotilla y lanzando otra bombona de butano. El guardia le dispara, provocando una nueva y devastadora explosión (cuyas consecuencias sobre la marea de revividos observamos en espectacular plano cenital) que despeja el camino ante ellos. La precipitada huída por la ciudad, con los vehículos a toda velocidad, provoca, en primer lugar, la muerte de Monica, causada por la motosierra que maneja Glen cuando éste pierde el control de la misma tras un derrape del autobús, y, posteriormente, el vuelco de éste, perdiendo la vida el anciano en el accidente. Steve sale del vehículo ignorando a Kenneth, que le pide ayuda, siendo sorprendido por un zombi. De inmediato llega el otro vehículo, del que salen Ana y CJ (que suelta otra de sus perlas: “¡Jodida guardería!”), para ayudar a los dos supervivientes (el mencionado Kenneth y Terry). La primera ve interrumpido su camino por Steve, que, convertido, se abalanza a por ella, siendo eliminado y cumpliendo así la petición que aquel le hiciese días atrás en la azotea del Centro Comercial. Rápidamente comienzan a llegar oleadas de muertos, atraídos por el ruido, mientras que Ana rebusca (y encuentra) en el cadáver de su reciente víctima las llaves del barco, subiéndose in extremis al autobús ante el asedio de las criaturas (una de ellas, de manera casi imperceptible, herirá a Michael). CJ conduce el vehículo hasta el puerto, estrellándolo contra la dársena para evitar el paso de los perseguidores, y pidiéndole a Kenneth que le deje en el interior, para proteger el acceso. Éste accede a regañadientes, mientras se aleja observando por última vez a su colega, que comienza a disparar a los muertos que se aproximan, esperando a estar rodeado por completo para tirotear una última bombona que se encuentra junto a él (otro plano más a cámara lenta, esta vez del cartucho cayendo), eliminando así a decenas de las bestias y dándoles más tiempo al resto (Snyder otorga al en un principio antihéroe la muerte más digna y memorable del elenco), accediendo todos al barco excepto Michael, que libera las amarras, explicando que no va con ellos mientras les muestra la herida del brazo, y despidiéndose de Ana, que se aleja en el velero mientras le observa. El sonido de un disparo da paso a un fundido a negro y al supuesto final del filme, con los cuatro supervivientes (Kenneth, Nicole, Terry y Ana) dirigiéndose hacia un pretendido edén en forma de isla liberada del contagio en la que comenzar de nuevo.


   Aparte de los mencionados FX y de la sobresaliente banda sonora (de la que también se habla anteriormente), cabe destacar otros aspectos como el guión, obra de James Gunn (director de la interesante La plaga, 2006), que, basándose en la historia original de Romero, otorga a la suya una personalidad propia carente de lagunas que le permite ofrecer sorpresas tanto al espectador novel como a aquel que ya haya visto el filme original, llenando el metraje de referencias constantes a éste (aparte del plano del helicóptero al principio del filme, en el Centro Comercial podemos ver una tienda cuyo nombre es Gaylen Ross, actriz que interpretó a la protagonista en el filme original; de igual manera, un restaurante se llama Wooley´s dinner, en referencia al personaje al que diera vida Jim Baffico en esa versión; el camión en el que llega el segundo grupo de supervivientes es de la compañía BP Trucking & Shipping, y también es el mismo que apareciera en Zombi; por otro lado, dos de los actores que tuvieran papeles principales en el filme de Romero aparecen por aquí en sendos cameos: Ken Foree es el telepredicador que anuncia el fin del mundo por culpa de la indecencia e inmoralidad del ser humano -sus palabras desprenden ira y odio: “Esto pasa porque tenéis sexo fuera del matrimonio, realizáis abortos, tenéis relaciones homosexuales”, finalizando su disertación con una frase lapidaria que seguro suena a los fans de la primera película: “Cuando ya no quede sitio en el infierno, los muertos caminarán sobre la tierra”-, y Scott H. Reiniger es el general que recomienda a la gente que se dirija a Fort Pastor; mientras que Tom Savini, que se encargase de los FX en aquella, es el sheriff que aparece en televisión explicando la manera de acabar con los revividos). También se pueden encontrar otros guiños u homenajes diseminados a lo largo del filme: en los créditos finales se lee el nombre de Heather Langenkamp, Nancy Thompson en Pesadilla en Elm Street, Wes Craven, 1984, que aquí ejerce como parte del equipo de prostéticos; en aquellos también se puede leer la frase “Ningún muerto viviente ha sido maltratado durante el metraje”; y, finalmente, Zack Snyder cuenta con un cameo no acreditado como uno de los comandos del Capitolio.


   Por otro lado, como consecuencia de la brillantez del libreto, contamos con unos personajes carismáticos, llenos de rasgos humanos (la mezquindad, el egoísmo o la avaricia conviven con la amistad, el sacrificio e incluso el amor, atributos que se acentúan en una situación extrema como la que se plantea), que se equivocan a la hora de tomar decisiones, aunque éstas sean consensuadas y razonadas, lo que provoca la muerte de algunos de los supervivientes (conviene no tomarle cariño a ninguno de ellos, porque el flujo de bajas es constante), y que evolucionan según se desarrollan los acontecimientos (Steve puede caer simpático en un principio por su sarcasmo, pero acaba resultando un ególatra y narcisista que antepone sus intereses particulares a los de los demás sin importarle lo que a éstos les suceda -véase su negativa absoluta e irracional a prestar su barco para huir; su decisión de cerrar la puerta de acceso al centro comercial cuando varios de los supervivientes van a rescatar a Nicole, dejándoles a merced de los zombis; y el momento en el que ignora a Kenneth, herido en el vehículo accidentado-; CJ es aborrecible y despreciable al principio, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en el auténtico héroe del filme -su rostro muestra impotencia y pena cuando su amigo Bart es devorado sin que pueda hacer nada por evitarlo, o cuando se ve obligado a dejar a Tucker atrás, malherido, y su sacrificio final, con el fin de darles a sus compañeros un tiempo precioso que posibilite su huída, solo se puede calificar de memorable-; mientras que Ana y Michael pueden aparentar ser los personajes más íntegros, aunque la primera ignora a la chica que le pide auxilio al principio del filme y el segundo opta por eliminar a Frank cuando se entera de que éste está contagiado, pese a que el hombre sea el único vínculo familiar y afectivo que le queda a Nicole, su hija, quedando la duda de si cuando rectifica, lo hace por compasión o cobardía), sin que halla buenos o malos, sino seres humanos cuyo único fin es sobrevivir en una situación inesperada que les sobrepasa.


   Finalmente cabe destacar el profundo pesimismo del que hace gala la película, cundiendo la desesperanza en todo momento con respecto al devenir de los personajes en particular y del planeta entero en general. Aquí los zombis no son seres lentos como los de las películas de Romero y Fulci, sino que se convierten en auténticos velocistas, lo que provoca que casi se igualen a sus equivalentes humanos salvo en el hecho de que no piensan, característica ésta última que, si cabe, les otorga un mayor plus de peligrosidad, pues se convierten en animales rabiosos, veloces y sedientos de carne y sangre humanas, cuyo único fin es alimentarse cueste lo que cueste. Esto anterior redunda en esa referida desesperanza que roza el nihilismo, porque si bien la posibilidad de supervivencia existía no ya solo para los protagonistas, sino también para la raza humana en los filmes de Romero (de hecho, en todas las partes de su saga sobreviven individuos, sobre todo los que se ganan el favor del público -excepto en la primera, aunque bien es cierto que el final de la misma nos muestra al ser humano pareciendo dominar la situación-, dando lugar a una mínima probabilidad de pervivencia dentro de la anarquía general), en el filme de Snyder dicha posibilidad se convierte en nula (basta ver el demoledor final, durante los títulos de crédito).


   Ahondando en este negativismo, a lo largo de todo el metraje se observan multitud de detalles que dejan un poso de amargura imperceptible en un principio, pero que se va haciendo cada vez más y más denso y patente según avanzan los minutos, hasta llegar a un punto en el que es imposible abandonarlo, desembocando en un final trágico que envuelve a personajes y público, parte éste último de esa humanidad abocada a la extinción. En ese sentido es destacable como tanto las parejas ya existentes como las que se forman a lo largo del metraje se rompen de manera funesta y rotunda, de igual manera que lo hace cualquier vínculo familiar o de amistad y camaradería, condenando a cada individuo a la soledad absoluta:


   Así, Ana perderá a su esposo al comienzo, nada más y nada menos que a manos de una niña que resulta ser su vecina (Snyder nos muestra que ni siquiera la inocencia de una pequeña es capaz de evadirse del mal, y transforma dicha inocencia -Luis acude en ayuda de Vivian incluso cuando ve el rostro de ésta, fuera de sí- en el comienzo de todo lo que está por llegar -es cierto que ya observamos desde el mismo principio indicios de la pandemia, pero el primer ataque que vemos es éste-), pero también, al final, dejará atrás (literalmente) a Michael, la persona con la que mejor congenia de todas (valga como ejemplo esa escena en la que antes de que el hombre parta hacia la armería al rescate de Nicole, Ana va a verle para conversar con él, cogiéndole la mano y besándole), herido fatídicamente cuando la huída es casi una realidad (incluso se puede decir que su contagio, es, en parte, culpa de Ana, magullado cuando la iza al autobús). Así viviremos uno de los momentos más dramáticos de la película, cuando Michael revela lo sucedido y, asumiendo su destino, empuja el barco para alejarlo del embarcadero (y de sí mismo), mientras coge la mano de la enfermera y la besa por última vez. Ni siquiera sus palabras (“Tranquila, todo irá bien…”) parecen revestir más que un falso tono optimista y tranquilizador, quebrado por las palabras de la joven (“No, no es verdad…”). Ese plano de él en la dársena, pistola en mano, mientras a su espalda contemplamos un amanecer (de los muertos) que, lejos de traer esperanza, puede ser el último para la raza humana, y al ejército de revividos, su sustituto natural, intentando cruzar a través del camión envuelto en llamas, no hace más que refrendar esa sensación de derrota, rubricada definitivamente por el suicidio del hombre, que tiene lugar fuera de plano mientras observamos el rostro descompuesto de Ana.


   La pareja que espera un bebé, formada por Andre y Luda, también se quebrará dramáticamente. Las peores noticias para ambos se confirmarán cuando Ana deduce que el mordisco de los revividos es el que produce la transformación (de ahí que el joven vaya inmediatamente a ver a su novia en cuanto se entera de la nueva), lo que condena a la chica y, como veremos más adelante, al recién nacido (el parto del mismo es sobrecogedor -atención al palpable cambio en la iluminación del cuarto infantil, antes lleno de luz y ahora sombrío y tenebroso-, con Luda fuera de sí, ya transformada y amordazada, y la imagen del recién nacido cuando Ana lo sujeta en brazos resulta igualmente estremecedora. Casi tanto como el mensaje que Snyder intenta transmitir por segunda vez -la anterior fue con Vivian-: ni siquiera hay esperanza en el nacimiento de algo en un principio tan carente de maldad como un bebé), dando al traste con el intento de redención de Andre (él mismo reconocerá ante Kenneth que su único deseo es traer al bebé al mundo para cambiar las cosas).


   Otro de esos lazos que se quebrantan, en este caso familiar, es el de Nicole y Frank, que llega contagiado al Centro Comercial. En un principio, como ya se dijo anteriormente, Michael recapacita acerca de su idea de eliminarlo cuando Ana se interpone (no sabemos si por lástima, al ver juntos a padre e hija; si por no llevar la contraria a la enfermera, por la que siente algo; o simplemente, por cobardía, incapaz de acabar con la vida de un hombre a sangre fría), Pero el inexorable paso del tiempo, que hace que la toxina avance fulminante, dará lugar al momento más trágico del filme: la escena de padre e hija abrazándose por última vez, con un profundo silencio tan solo roto por las palabras de Frank (“No podía pedir una hija mejor. Te quiero. Es hora de irse, cariño.”), se intercala y encadena (otro gran recurso de Snyder, que lejos de resultar maniqueo o tramposo por buscar el sentimentalismo fácil, resalta más aún la pérdida del ser querido y la soledad a la que se enfrenta el que subsiste, refrendada ésta por ese plano mostrado por una cámara de seguridad en el que vemos a Nicole agazapada y llorando en una sala mientras Terry la observa, sin intervenir, por un monitor) con la de otro abrazo, el de Andre y Luda, que significa otra despedida definitiva y dolorosa, poco antes de que ella se transforme. Una tenue y repetitiva melodía de piano, casi un réquiem por los que van a morir, acompaña a la imagen de Kenneth bajando la reja metálica de la sala en la que el hombre agonizante espera su hora, posicionándose con su escopeta, y aguardando el momento justo (“¿Quieres…? Hasta el último segundo…” son las palabras que envuelven el último deseo de Frank, justo antes de cerrar los ojos, refrendadas por el gesto de asentimiento de su ejecutor). Un nuevo cambio de plano, en el que vemos a Michael visitando a Ana en la habitación en la que ésta se encuentra (“Me alegro de que no lo hicieras”, le dice la enfermera), dará lugar a un terrorífico gruñido (que anuncia la transformación definitiva en un ser irracional, con la consiguiente y temida pérdida de la humanidad y el raciocinio ligados a la condición del individuo), cortado de raíz por la detonación del cargador del arma de Kenneth, quien posteriormente, en otro giro aciago del destino, se verá obligado a acabar con Andy, su amigo.


   Definitivamente, los títulos de crédito finales suponen la rúbrica definitiva a esa sensación pesimista. Se inician de manera desprejuiciada e incluso humorística, con las grabaciones de Steve rodeado de espectaculares mujeres en cueros que Terry observa en la videocámara que encuentra en el barco. A partir de aquí veremos todo en primera persona, con el joven grabando lo que sucede, volviendo a recuperarse el tono habitual de la mayoría del metraje, gracias al hallazgo de ese bote que oculta una cabeza cercenada, viva y zombificada, y que no trae buenos presagios. De inmediato llegamos a la isla, y bajamos a tierra, siendo sorprendidos esta vez ya de manera irreversible por la jauría de muertos vivientes que salen de la jungla y se lanzan desbocados hacia nosotros. Una vez más el director nos hace partícipes directos de lo que sucede, gracias al plano subjetivo, haciéndonos formar parte del grupo de supervivientes, y siendo finalmente pasto de los zombis, que definitivamente se hacen con el (des)control de la situación (tal y como vemos en la cámara tirada en el suelo del embarcadero, que graba al alud de revividos envolviéndonos tal y como si nosotros estuviéramos allí, esperando a ser devorados mientras sentimos su aliento de muerte en nuestro rostro), añadiendo una nota final tan irónica como amarga y funesta: el sacrificio altruista y desinteresado de CJ, insisto, el personaje más íntegro y honesto de todos los que hemos conocido a lo largo del metraje, ha sido en balde.


   Una auténtica obra maestra del género, a la que el tiempo pondrá en el lugar que le corresponde (sino lo ha hecho ya), dura, áspera, terrible, trágica y ausente de cualquier tipo de concesión a la galería, como los tiempos que nos han tocado vivir.


(9/8)

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