ALIMENTO DE LOS DIOSES, EL (Bert I. Gordon) / 1976: Marjoe Gortner, Pamela Franklin, Ralph Meeker, Jon Cypher, Ida Lupino, Belinda Balaski.

   Los animales de una isla sufren una mutación genética que los vuelve gigantescos gracias a la aparición de una sustancia que los lugareños conocen como el “alimento de los dioses” y de la que comienzan a alimentarse. Tres amigos que juegan en el mismo equipo de rugby y que desconocen lo que sucede, viajan hasta el lugar para tomarse unos días de tranquilidad, encontrándose con hordas de avispas, gallinas y ratas enormes empeñadas en que pasen a formar parte de su dieta.

   El realizador Bert I. Gordon es conocido por el sobrenombre de Mr. B.I.G. (acrónimo formado por las iniciales de su nombre y apellidos y que viene a significar Sr. Grande), asignado cariñosamente por el celebérrimo editor y autor de Ciencia Ficción Forrest J. Ackerman. Viendo su filmografía es fácil llegar a la conclusión de que el mote no podría ser más acertado, pues más de quince películas de la misma se adentran en el género fantástico, abordando la mayoría de ellas el tema del gigantismo de una u otra manera. Filmes como El asombroso hombre creciente, 1957; Ataque diabólico, 1958; La guerra del monstruo colosal, 1958; o La araña, 1958, son solo algunos de los ejemplos que jalonan esa filmografía, a los que se puede añadir la película analizada, quizá la más conocida de todas.

   Cuando ya han pasado cuatro décadas desde su estreno, resulta un tanto triste constatar el diáfano envejecimiento de la cinta de Gordon, a lo que contribuye un guión poco creíble con una historia que, vista hoy, resulta ingenua y risible (esa sustancia que brota del suelo cuya existencia se debe al agradecimiento de Dios hacia los habitantes de la isla, todos devotos creyentes); unos FX que debían estar anticuados incluso en el momento del estreno de la película (con mención especial para esas gallinas que atacan a Morgan -Gortner-, nuestro protagonista, casi al principio en la granja; o las apariciones de las ratas en las que se utilizan miniaturas de juguete para conseguir el efecto de aumento de tamaño de las criaturas); y una serie de situaciones en las que se refleja el enfrentamiento entre humanos y animales tirando a ruinosas e inverosímiles (el primer ataque de las abejas, tan falsas como las de goma de un “Todo a cien”; el ya mencionado de las gallinas en la granja; el de las orugas escondidas en los tarros de comida; o los causados por las ratas tanto en el bosque, asesinando al anciano en su coche o al amigo de Morgan en el jeep, como en la finca, donde acabará con la dueña de ésta y con Bensington -Meeker-, el avaro empresario que quiere utilizar la sustancia para enriquecerse con su venta). Dejo para el final su psicotrónica conclusión, que merece capítulo aparte, con dos de los supervivientes dejando abandonadas a las mujeres en la casa para ir a volar una mini-presa de tres metros de alto por cinco de ancho. El agua contenida en la misma ve multiplicado exponencialmente su volumen al ser liberada, inundando las tierras que separan el lugar de la explosión del rancho y anegando el bosque en el que se sitúa el mismo, ahogando de paso a todos los roedores.

   Recomendada para los completistas del cine de terror setentero y para los deseosos de ver una versión de La noche de los muertos vivientes, George A. Romero, 1968, con roedores XXL sustituyendo a los zombis. Aún a ellos les decepcionará, pese a que en su reparto se encuentren intérpretes como Franklin (la Flora de Suspense, Jack Clayton, 1961, vista también en A merced del odio, Seth Holt, 1965; A las nueve, cada noche, Jack Clayton, 1967; De repente, la oscuridad, Robert Fuest, 1970; o La leyenda de la mansión del infierno, John Hough, 1973), Balaski (una habitual del cine de Joe Dante, con papeles de importancia en Piraña, 1978; Aullidos, 1981; o Gremlins, 1984), o la famosa Ida Lupino, que da vida a la propietaria de la granja.

(3/2)