ADIVINA QUIÉN SOY (Enrique Urbizu) / 2006: Goya Toledo, Nerea Inchausti, Josep María Pou, Aitor Mazo, Eduard Farelo, Mark Ullod, Roelkis Bueno, Andrés Marí, Sandra Aguilera, Lolo Herrero, Daniel Tristany, María Blanco-Fafián.

 

   Estrella (Inchausti) es una niña que pasa la mayor parte del día separada de Ángela (Toledo), su madre, una enfermera que trabaja a turnos. Para cubrir la ausencia materna, la pequeña hace gala de su fértil imaginación, la cual utiliza para poblar la soledad de su día a día con los personajes de las películas de terror que ve en secreto, los cuales parecen cobrar vida para hacer compañía a la pequeña. La aparición de un hombre al que estrella llama “El Vampiro” y que parece guardar cierto interés en ella hará cierta la frase que reza que “los monstruos reales son mucho más aterradores y peligrosos que los imaginarios”.

 

   Pese a partir de una premisa argumental más que interesante (la historia de la niña que monta un mundo de fantasía a su alrededor para evadirse de la realidad áspera y dura y de la terrible soledad es la misma que la de El laberinto del fauno, Guillermo del Toro, 2006, aunque ahí acaban las similitudes entre la notable película del director mexicano y la mediocridad que nos ocupa), el nulo bagaje de Urbizu en el género unido a su escasa pericia a la hora de generar la más mínima tensión o suspense hacen que nos encontremos ante un filme ramplón y vulgar en grado sumo. Resulta difícil de explicar la decisión tomada por Narciso Ibáñez Serrador y el resto de productores de la serie Películas para no dormir consistente en ceder las riendas de Adivina quién soy a un director debutante en el cine de terror, más aún cuando el resto de capítulos fueron firmados por expertos del género fantástico como Jaume Balagueró, Paco Plaza o Alex de la Iglesia entre otros.

 

   Nada bueno se puede decir de una película que cae en el más absoluto de los ridículos desde el mismo momento en que contemplamos a Estrella mientras ve una versión chusca de La matanza de Texas, Tobe Hooper, 1974 (¿Tanto costaría meter metraje original del filme?), algo que sucede cuando llevamos menos de diez minutos de metraje. A partir de ese mismo instante, los momentos sonrojantes capaces de provocar vergüenza ajena al más pintado se suceden sin solución de continuidad.

 

   Asistiremos a la escena de la niña viendo una película de zombis en la que la calavera de uno de los revividos se mueve como si fuera de goma; a esa otra en la que observamos a Leatherface sentado junto a Estrella en la clase de ésta, propinándole la pequeña al otrora terrible asesino un cachete por molestar; al capítulo en la playa, a la que acude la niña y su madre, siendo vigiladas desde las dunas cercanas por Cara de cuero, que ejerce de ángel de la guarda; al momento en el que el asesino de La matanza de Texas consuela a la pequeña en su cuarto después de que ésta descubra a su madre manteniendo relaciones sexuales en el garaje del edificio con el guarda de seguridad del mismo (suena grotesco e increíble, pero la verdad que hay que ver la secuencia entera para darse cuenta del grado de ridiculez que alcanza la misma); a la aparición del payaso que se acerca al cadáver de Pou una vez éste ha sido asesinado, agachándose a su lado y tapándose la boca en señal de sorpresa; a aquella en la que vemos a Ángela haciendo el amor con El Vampiro (Farelo), realmente su marido, después de que éste haya eliminado a varios inocentes y la haya golpeado a ella ante su hija; o a la persecución que lleva a cabo Leatherface en pos del asesino, quien en su huída también se ha de enfrentar a varios muertos vivientes, a Nosferatu y a Hyde, todos ellos de saldo (la pobreza de los maquillajes y de los vestuarios es alarmante), y que concluye con la motosierra segando la cabeza de El Vampiro.

 

   Si todo lo anterior está interpretado por un elenco horrible que recita sus frases con la misma pasión con la que leería un tomo de derecho jurídico (con la excepción de Pou, el único salvable, pese a su esperpéntica muerte -le dispara hasta seis veces al asesino desde cerca, errando todos sus tiros, falleciendo electrocutado cuando pisa un charco-), el despropósito alcanza niveles épicos. Súmese ese final tramposo e incoherente y el ansia de ridiculizar hasta el absurdo a varios personajes míticos del género, y el disparate está servido.

 

(2,5/1)

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