¿QUÉ HABÉIS HECHO CON SOLANGE? (Massimo Dallamano) / 1972: Fabio Testi, Cristina Galbó, Karin Baal, Joachim Fuchsberger, Günther Stoll, Claudia Butenuth, Camille Keaton, Maria Monti, Giancarlo Badessi, Pilar Castel, Giovanna Di Bernardo, Vittorio Fanfoni, Marco Mariani, Emilia Wolkowicz.

 

    Una joven alumna aparece asesinada en el bosque que rodea un internado para chicas. Será el primero de una serie de horrendos crímenes, en los cuales las víctimas aparecen completamente desnudas y con un cuchillo de grandes dimensiones clavado en la vagina (lo que habla bien a las claras acerca del sadismo y locura del asesino, artífice de un acto capaz de generar un sufrimiento extremo durante la agonía). El atractivo Enrico Rosseni (un juvenil Testi), profesor de la escuela y casado con Herta (Baal), otra de las tutoras del centro, mantiene con Elizabeth (Galbó, vista en varias películas de género como La residencia, Narciso Ibáñez Serrador, 1969 -con la que el filme que nos ocupa guarda múltiples paralelismos-; No profanar el sueño de los muertos, Jorge Grau, 1974; The killer must kill again, Luigi Cozzi, 1975; o Sobrenatural, Eugenio Martín, 1983), una de sus alumnas, una relación sentimental conocida por parte de sus colegas y algunas de las chicas, lo que le sitúa entre los principales sospechosos en la investigación llevada a cabo por el inspector Barth (Fuchsberger).

 

    El antaño director de fotografía Massimo Dallamano (Por un puñado de dólares, Sergio Leone, 1964; o La muerte tenía un precio, ídem, 1965) dirigió con buen pulso uno de los más festejados giallos de la historia de dicho subgénero: La ambientación solitaria, en ese colegio de internas, enmarcado en un entorno rural que parece aislarlo del resto del mundo (la primera muerte recuerda a tantas y tantas vistas en la saga Viernes 13); los asesinatos sórdidos y salvajes, con las imágenes de los cuerpos de las adolescentes sin vida encontrados por la policía a plena luz del día, desnudos (lo que añade sensación de indefensión, de desamparo), y con el arma blanca clavada, quedándose grabados en la retina del espectador pese a que todos ellos acontecen en off salvo el de Elizabeth, cruelmente ahogada en la bañera del apartamento alquilado por su amante para compartir encuentros amorosos; o la trama retorcida, con esa historia de venganza llevada a cabo por un padre (travestido de sacerdote y que, a la postre, resulta ser uno de los profesores del centro) que ajusticia al grupo de amigas un tanto casquivanas de Solange (Keaton, vista en Trágica ceremonia en Villa Alexander, Riccardo Freda, 1972; pero conocida, sobre todo, por su papel de ángel vengador en La violencia del sexo, Meir Zarchi, 1978), su hija, después de que aquellas obligaran a ésta a abortar clandestinamente tras quedarse embarazada en una de los encuentros encubiertos que todas y cada una de ellas (excepto la recatada Elizabeth) mantenían con varios chicos, ante el temor de verse descubiertas (el título del filme es, una vez más, clarificador, pues alude a los motivos que propician la mencionada venganza), son aspectos que se ciñen a los parámetros característicos del giallo, pero que en esta ocasión lo subliman, pues están rodados con eficacia, añadiendo tensión y garra a la trama (otra característica general, como es la investigación criminal, está llevada con brillantez en esta ocasión, pues no nos encontramos con la habitual ineptitud de los agentes de la ley, sino ante un inspector inteligente y perspicaz -esa pluma que deja, sin que nadie lo advierta, en la mesa del salón de la casa del protagonista y que fue hallada en el bosque donde se cometió el primer crimen. Cuando solicita un bolígrafo para escribir ciertas anotaciones, Herta observa el objeto sobre la mesa y le dice al agente que utilice la estilográfica de su marido, situando a éste, involuntariamente, en el lugar de los hechos-, convencido de la inocencia de Enrico pese a que las circunstancias y su entorno lo señalen como principal encausado), pese a que determinados aspectos chirríen mínimamente (el cambio en la actitud de Herta, de agraviada y despechada a totalmente comprensiva con su marido cuando fallece Elizabeth, completamente convencida de la inocencia de aquel, y colaborando en el hallazgo del verdadero asesino; o la maniqueista relación aborto-enajenación que establece el guión, pues Solange se halla trastornada desde la operación, aunque estos aspectos -el conservadurismo, el vínculo sexo-muerte, y el hecho irrefutable de que “el que la hace, la paga”-, son completamente afines a la época y serían heredados -y acrecentados- con posterioridad por el inminente slasher americano).

 

  En los aspectos técnicos, merece la pena reseñarse la labor del legendario Ennio Morricone creando el score, o la de Aristide Massaccesi (también conocido con el seudónimo de Joe D´Amato en varias de sus aportaciones al género -Emmanuelle y los últimos caníbales, 1977; Demencia, 1979; Gomia: Terror en el Mar Egeo, 1980; u Holocausto porno, 1981-) dando vida, en su labor como fotógrafo, a los ambientes tétricos y sombríos tanto del internado como de la casa que habitan Solange y su padre (concretamente, esa oscuro, tenebroso y largo pasillo que conduce a la estancia donde se halla, aún con vida, la última de las víctimas).

 

(6,5/3)

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