2 HERMANAS (Ji-woon Kim) / 2003: Geun-Yeong Mun, Jung-Ah Yum, Kap-Su Kim, Su-Jeong Lim, Seung-bi Lee.

 

   Bae Soo-mi (Lim) y Bae Soo-yeon (Moon) son dos hermanas que se van a vivir con su padre y la esposa de éste tras el fallecimiento de su madre. La hostilidad de la madrastra con las jóvenes, que aumenta día a día, se une a las cada vez más frecuentes y terroríficas apariciones fantasmales que comienzan a sufrir los miembros de la familia.

 

   Una de las mejores muestras del cine de terror asiático (en este caso coreano) llegado a nuestras fronteras en los últimos tiempos, aunque en esta ocasión tampoco nos libremos de las apariciones fantasmales de largas cabelleras y torpes andares. Afortunadamente en esta ocasión el guión es sólido, algo poco frecuente en este subgénero, en el que muchas películas enlazan momentos aterradores usando como excusa una línea argumental sumamente simple, algo observable en la saga La maldición, de Takashi Shimizu, tanto en sus versiones para televisión como en las originales ya estrenadas en cine y en los correspondientes remakes americanos (dirigidos, para más sorna, por el mismo Shimizu, que no se cansa de repetir una y otra vez la misma historia). Así, Ji-woon Kim (director de la multipremiada Encontré al diablo, 2010) nos regala una historia emotiva hasta cierto punto (pese a la frialdad habitual del cine asiático, sin ser éste una excepción, es difícil no conmoverse ante el dramático y ominoso devenir de las protagonistas), que ofrece multitud de giros y recovecos (coherentes), en la que nada es lo que parece, y que acaba recordando a otra obra maestra del género como es El sexto sentido, 1999, del hoy denostado Shyamalan.

 

   Además, el director trata con habilidad los resortes dramáticos, apoyados y alentados por una destreza a la hora de manejar la cámara y el resto de recursos técnicos que hacen que la obra resulte aún más estimulante. De esta manera, y pese al ritmo pausado y tranquilo, la película nunca llega a caer en el aburrimiento, pues cada cierto tiempo acontece una secuencia plena de tensión y emotividad que nunca resulta forzada, quedando perfectamente integrada en la trama. Un ejemplo claro de ese crescendo que nos lleva da una normalidad absoluta a un estado dramático extremo acontece en el hallazgo por parte de Moo-hyeong (Kap-su Kim), el padre de las niñas, de uno de los pájaros que tanto adora Eun-joo (Jung-ah Yum), su esposa y madrastra de las pequeñas. Mientras el hombre retira al animal fallecido de su jaula, dirigiéndose al jardín a enterrarlo, la mujer observa sin ser vista desde la oscuridad, dirigiéndose a la habitación de Soo-yeon, a la que despierta culpando a ella y a Soo-mi de lo acontecido. La situación se agrava más aún cuando intenta sacar por la fuerza a la niña de la cama, encontrando al otro pájaro, también muerto, bajo la sábana. Entonces coge a su hijastra y la arrastra hasta el armario (en el que sabemos que algo perverso ha acontecido en el pasado), encerrándola en el mismo hasta que pida perdón. Pese a que lo hace, la mujer, comportándose como una lunática (atención a la fantástica fotografía, obra de Mo-gae Lee, un habitual del director, que juega con las sombras que se proyectan en el rostro de Eun-joo y le otorgan un aspecto siniestro y amenazador), le pregunta si está loca, abriendo la puerta y volviendo a cerrarla con la niña dentro, que grita histérica presa del pánico. Será Soo-mi la que encuentre y rescate a su aterrorizada hermana poco después.

 

   Otro momento de similar calado tiene lugar en la discusión que mantienen el padre y la hija adulta, debida a lo que ésta entiende como acoso y derribo al que están siendo sometidas tanto ella como su hermana por la madrastra, y a la pasividad que demuestra el cabeza de familia ante ese hecho. La insistencia de Soo-mi en que Soo-yeon es el principal objetivo de la ira de Eun-joo dará lugar a una revelación por parte del progenitor que cambia por completo la percepción de todo lo que habíamos visto hasta ese momento en pantalla: La pequeña de las hijas está muerta desde hace tiempo. Es aquí donde el director pone de manifiesto una vez más su habilidad, en esta ocasión para visualizar el impacto que dicha revelación supone para Soo-mi, que se rebela como si se acabara de enterar de la noticia: un primer plano muestra su reacción de estupor, rubricada por un grito de pánico. Entonces la cámara adopta un punto de vista subjetivo, poniéndonos en su lugar y alejándonos de su hermana fallecida, que se separa de ella (y de nosotros) para siempre. Así muestra Ji-woon Kim el distanciamiento insalvable que realmente existe desde hace tiempo, como un abismo que surge de súbito entre ambas, tras aceptar definitivamente la hermana viva la muerte de la otra.

 

   El último momento de tensión extrema (no de terror, pues éste tendrá lugar en el desenlace) viene dado por una brutal pelea que se produce entre Eun-joo y Soo-mi, y que, como en anteriores ocasiones, vendrá precedida por una situación que pasa de la calma al momento inquietante, y de ahí al dramatismo absoluto: en primer lugar tenemos una visión nocturna del interior de la casa. Nada anormal en apariencia, salvo la ausencia de música y esa fotografía tétrica que jugando con sombras y colores nos induce a pensar que algo raro flota en el ambiente. Es entonces cuando acontece el elemento anómalo, con la entrada en plano de la madrastra arrastrando un enorme y pesado saco que deja un rastro de sangre a su paso, deteniéndose en el centro de la estancia y golpeándolo con un palo. Un plano circular, un close up y la oscuridad aumentan y densifican el ambiente, ya de por sí claustrofóbico. La acción pasa a Soo-mi, a la que vemos por la espalda mientras la cámara se eleva tras ella y descubrimos lo que ella visualiza: el reguero sanguinolento, que se extiende por el pasillo hasta desaparecer tras una esquina. Un plano lateral muestra a la chica siguiendo el rastro. Entonces se gira hacia la cámara y avanza en esa dirección, encontrando el fardo, que intenta desatar en vano. Al acudir a buscar un cuchillo, el saco desaparece, quedando en su lugar una nueva mancha que lleva al ya conocido armario. Cuando lo abre, aparece la mujer con una tetera hirviendo en la mano, con la que intenta agredir a la joven, que esquiva el golpe y clava una tijera en la mano de su rival. Ésta, furiosa, se lanza sobre la chica, que rompe con la cabeza el cristal de una puerta, repeliendo a continuación el ataque y empujando a su madrastra, que en la caída arrastra una caja de anzuelos que se desparraman por el suelo y se clavan en su espalda. Su reacción es coger por el pie a Soo-mi, que tropieza y cae, golpeando su testa con un mueble y luego con el suelo, quedando inconsciente. Ese golpe da pie a un plano en el que se muestra el suelo con el rastro rojizo dejado por el saco, que desaparece, quedando limpio el piso e insinuando que parte (o todo) lo que hemos visto hasta ahora no es real.

 

   De todas formas, los aspectos anteriores dejarían la película en un notable drama que toca el terror tan solo de forma tangencial. Son una serie de set pieces estremecedoras (además de coherentes y perfectamente acopladas en la trama) las que provocan que la pieza tenga cabida en nuestro género. La primera, siendo la menos inquietante, introduce cierto tono sobrenatural en la trama: Mientras Soo-yeon descansa en su cama, alguien abre la puerta lentamente. Una mano asoma y la niña, aterrorizada, tapa su cara con la sábana, arrastrada por una fuerza invisible, dejando al descubierto e indefensa a la pequeña. Nada más sucede, pero sabemos que hay algo extraño en la casa.

 

   La pesadilla que sufre Soo-mi supone uno de los puntos álgidos del metraje. La chica yace junto a su hermana dormida en la cama. Un extraño gruñido a los pies de la misma la pone en alerta. Entonces empieza a asomar una cabeza de mujer, con una melena negra, larga y lisa que cae sobre sus hombros. El resto del cuerpo aparece a continuación, gateando lentamente en dirección al consabido armario hasta que se detiene de golpe, siseando y poniéndose de rodillas a la vez que comienza a girarse hacia la niña (nosotros lo vemos en plano subjetivo, siendo testigos directos de la aparición). Un ágil movimiento hace que se ponga en pie. Entonces vemos sus brazos caídos y parte de su rostro macilento y su ropaje oscuro, como un sudario, que le dan un aspecto aún más amenazador. Otro movimiento igual de veloz que el anterior hace que se suba a la cama, como si flotara, poniéndose sobre una aterrorizada Soo-mi, que despierta justo cuando un hilo de sangre cae por una de una de las piernas del espectro.

 

   Poco después tendrá lugar la embarazosa cena con los parientes, en la que una eufórica y parlanchina Eun-joo charla recordando anécdotas del pasado que nadie de los presentes parece haber vivido (al final descubriremos el porqué de su comportamiento y de la reacción de incomodidad de los presentes). Otra vez pasamos de una situación más o menos corriente a una peculiar, en la que la invitada sufre un ataque epiléptico que hace que caiga al suelo mientras sufre terribles convulsiones. En una de ellas su espalda se arquea y un nuevo punto de vista subjetivo hace que veamos el mueble bajo el fregadero y el hueco que queda bajo el mismo, justo detrás de Eun-joo, como si allí hubiese algo. Y de ahí al terror: Después de irse de la vivienda, ya en el coche junto a su marido, y aún con la mirada perdida en el infinito, la mujer exclama: “Cariño, he visto algo extraño en esa casa”. La respuesta de su pareja es la obvia: “¿Qué has visto?”, y la réplica resulta estremecedora: “Una niña bajo el fregadero”, mientras gira la cara hacia el objetivo. Un repentino grito que hiela la sangre y por fin vemos lo que la invitada contempló anteriormente. Tras los pies de Eun-joo, en el mínimo resquicio que queda entre el suelo y el fregadero, vemos agazapada a una niña ensangrentada y de aspecto cadavérico echada boca abajo. La acción regresa a la casa y percibimos el reinante silencio sepulcral (la música ha desaparecido hace rato). La madrastra se halla sentada en la mesa del comedor mirando hacia donde tuvo lugar la aparición. La puerta del armario se entorna, dejando un pequeño resquicio, y la mujer se acerca para abrirla del todo, observando que no hay nada. Lentamente desciende para mirar bajo el mueble, y la tensión crece hasta el límite (el espectador acaba de ver lo que allí se esconde). De nuevo nada, pero otro plano nos muestra una vista desde la oscuridad del escondite del fantasma. Ahora vemos a Eun-joo frente a nosotros, que se alza, dejando a la vista la mesa del comedor, hace un momento vacía, pero que ahora tiene una de sus sillas ocupada por una niña con el rostro tapado por su larga cabellera. La mujer se gira (oímos un inquietante zumbido) y observa la mesa, otra vez vacía. Al volverse, estira la mano para recoger un trozo de colgante que acaba de aparecer en el suelo, y una extremidad mortecina sale del hueco, atrapando con sus dedos la de la mujer, que se gira para encontrarse a la niña de antes ante ella. Nos encontramos ante un sensacional momento de terror, efectivo al jugar con la sugestión y nuestros miedos atávicos (todos hemos sentido temor a la oscuridad, más aún si la sabemos morada de fantasmas y apariciones), que pierde parte de su impacto en el momento en el que surge la mano del espíritu, un golpe de efecto que funciona, pero que carece de la garra de lo anterior.

 

   De todas formas, los tres párrafos precedentes narran hechos que o bien pueden tener una explicación lógica (el primero de ellos, que sufre Soo-yeon, en el que cualquiera de los habitantes de la casa pudo entrar en su habitación), o bien forman parte de un sueño (el segundo), o están alterados por la mente trastornada de Soo-mi (la cena con los parientes, en la que era ella y no su madrastra la que recordaba anécdotas inexistentes mientras se comportaba de manera, digamos, peculiar, incomodando a aquellos), explicación ésta que es igualmente válida para los dos primeros. Es el final el que da lugar a diversas disquisiciones: Por un lado podemos interpretar que forma parte, una vez más, de las peculiares ensoñaciones de la muchacha (ese plano de la chica tumbada en la habitación de la institución mental donde ha sido nuevamente recluida, sonriendo justo antes de que observemos el desenlace, que queda así insinuado como una nueva fantasía). Por otro podemos pensar en una conclusión abiertamente sobrenatural, en la que el fantasma de la madre de las niñas regresa ávido de justicia, para vengarse de la madrastra a la que considera culpable de lo sucedido con su familia. Lo cierto es que esos últimos diez minutos resultan realmente estremecedores, optemos por una explicación u otra. En ellos toma protagonismo Eun-joo, que se encuentra a solas en la casa después de que su hijastra quede ingresada en la residencia. Unas carreras en el piso superior, supuestamente vacío, la ponen en alerta. La mujer se pone en pie y sube las escaleras, mientras que las juntas de las baldosas sangran a su paso. Al entrar en la habitación, algo se mueve tras la cortina. En la oscuridad vemos el vaho que expele la madrastra, provocado por un brusco descenso de la temperatura (otra vez la sombra de El sexto sentido). La puerta se cierra de golpe, y al instante las luces se apagan, sumiendo al cuarto en la oscuridad. Entonces el armario (que vemos por penúltima vez) se abre. Entre unas sábanas blancas perfectamente dobladas comienza a asomar un espectro aterrador, que surge lentamente de entre las telas, arrastrándose en pos de su víctima mientras emite un desagradable sonido, similar a un quejido de ultratumba. Un plano nos muestra la casa, vista desde el exterior. La cámara se aleja quedamente de la vivienda, mientras escuchamos un último grito.

 

   El flashback final viene a aclarar lo que sucedió con Soo-mi. Ésta y su hermana adivinan la relación extraconyugal que mantienen su padre y Eun-joo, que visita a la familia. Mientras, descubrimos que la madre de las niñas padece una enfermedad terminal. La pequeña de las hermanas sube al cuarto y se dirige al armario. Al abrirlo encuentra a su progenitora muerta, ahorcada en el interior. El ataque de pánico la hace retroceder, trastabillándose y haciendo caer sobre ella el cadáver, que arrastra el ropero, confinando a madre e hija en un abrazo que finalmente será mortal, pues la niña fallece presa del terror mientras que su madrastra, que acude alertada por los gritos, decide ignorar lo visto. Posteriormente se produce un enfrentamiento entre Eun-joo y Soo-yeon a causa de la relación entre el padre de la segunda y la mujer. Mientras, Soo-mi exhala su último aliento llamando a su hermana y clamando por una ayuda que no llegará.

 

   En definitiva, nos encontramos ante uno de los más sólidos y recomendables kwaidan eiga llegados a nuestro país a lo largo de las dos últimas décadas.

 

(8/3)

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(Subtítulos inglés)

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