AMÉRICA 3000 (David Engelbach) / 1986: Chuck Wagner, Laurene Landon, William Wallace, Sue Giosa, Victoria Barrett, Galyn Görg, Shaike Ophir, Camilla Sparv, Karen Sheperd, Ari Sorko-Ram, Ezra Dagan, Joanna Reis, Steve Malovic.

 

   800 años después del apocalipsis nuclear, la tierra es un páramo y la raza humana sobrevive agrupada en dos tribus: Las Fraus son las mujeres y dominan a los Plugots, los hombres, a quienes emplean como esclavos, como meros juguetes, o como perpetuadores de la raza, utilizándolos para procrear cuando necesitan más hembras y eliminando a los bebés si son del sexo masculino. Korvis (Wagner) y Gruss (Wallace) son dos jóvenes que logran huir del campamento de las Fraus después de ser capturados, y serán los encargados de encabezar una rebelión que acabe con la tiranía existente.

 

   Otro sucedáneo post apocalíptico surgido a la estela del éxito de Mad Max: Salvajes de la autopista, George Miller, 1979, y sus dos secuelas, esta vez producido por la mítica y ya fenecida Cannon Group, de Menahem Golam y Yoram Globus, experta en la gestación de todo tipo de subproductos de acción, ciencia ficción, fantasía e incluso terror, protagonizados por actores de amplios registros interpretativos como Chuck Norris o Charles Bronson, habituales en su nómina. En este caso, el reparto es desconocido con la excepción de Laurene Landon, que interpreta a la Tiara (o Reina) de las Fraus, y que intervino anteriormente en Hundra, Matt Cimber, 1983; La isla de los vivos, Larry Cohen, 1987; Maniac cop, William Lustig, 1988; o Maniac cop 2, William Lustig, 1990. Por lo demás, lo habitual en producciones de este tipo, es decir, cartón piedra, vestuarios y peinados que parecen sacados de un videoclip de los ochenta, y escaso sentido del ridículo. El presupuesto es tan ajustado que las tribus no se desplazan en vehículos, si no a caballo, y el supuesto campamento donde se refugian las mujeres tiene una valla que lo rodea de menos de dos metros de altura, por la que se cuelan una y otra vez los hombres para llevar a cabo sus incursiones sin que la vigía, que se pasa media película durmiendo, haga nada por evitarlo. De todas las maneras, es imposible no sentir cierta simpatía y nostalgia por este tipo de filmes (o por los que surgieron bajo el amparo de otras dos productoras míticas de la década de los ochenta como fueron la Full Moon o la Empire, ambas creadas por Charles Band y especializadas en el cine de terror de bajo presupuesto), los cuales, según la edad del espectador de turno, resultan incluso entrañables y, por supuesto, característicos de una época que ya no volverá (algunos dirán que afortunadamente. Yo les digo a éstos que si tenemos en cuenta que el equivalente actual de estas películas son los subproductos pergeñados por la nefanda The Asylum, aviados vamos, porque éstos carecen del encanto, la simpatía e incluso la ingenuidad de filmes como este America 3000 que nos ocupa, plagado de vestuarios glam, melenas cardadas, efectos artesanos y humor, sea éste consciente o no) porque, al fin y al cabo, el público ha perdido el candor y la inocencia que lo caracterizaban hace un par de décadas.

 

   También es de agradecer la existencia de varios momentos humorísticos (el nuevo lenguaje, en el que la expresión “plástico waggy” significa “mola”, y las palabras “negui” y “nuclear” se traducen por “no” y “matar” respectivamente. Ocho siglos de evolución lingüística para esto; la criatura peluda similar a Chewbacca, que sonríe constantemente y que protagoniza los momentos más divertidos -su huida tras los hombres que asaltan la base de las Fraus, uniéndose a ellos y tocando la alarma que roba de la torre de vigilancia a cada instante; el momento en el que coge y utiliza el desodorante que Korvis trae del refugio nuclear; su reacción, descacharrándose de la risa, ante la detonación de la granada de mano que maneja uno de los hombres de la tribu, quedando solo los zapatos de éste; o el final, psicotrónico, bizarro y desternillante a partes iguales, con la criatura saltando por el bosque con una sonrisa de oreja a oreja mientras en el enorme radiocasete que lleva en brazos suena el “Great ball of fire” de Jerry Lee Lewis-; la aparición de Korvis ante el cuidador de  esclavos ataviado con el traje de seguridad nuclear, la radio gigantesca y montado a caballo, siendo confundido con el Presidente de los Estados Unidos por el anciano; o el posterior numerito del protagonista ante las Fraus, con un muñeco vestido con el susodicho traje y colocado en lo alto de un promontorio sujeto con arneses invisibles por hombres ocultos en las rocas que lo iluminan con linternas y fuegos artificiales, mientras Korvis suelta su discurso a través de un micrófono. Finalmente se produce la explosión del monigote, que provoca el desmayo de algunas de las presentes y la caída de la vigía de la torre), pese a que algunos de ellos no sean del todo voluntarios.

 

(4,5/1)

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