CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATE (Tim Burton) / 2005: Johnny Depp, Freddie Highmore, Helena Bonham Carter, Noah Taylor, David Kelly, Missi Pyle, Deep Roy, Christopher Lee, Anna Sophia Robb, Julia Winter, Jordan Fry, Philip Wiegratz, James Fox, Adam Godley.

 

   Tim Burton posee la increíble habilidad de hacer de cada una de sus películas un cuento de hadas único e irrepetible, que destila magia y emotividad en cada uno de sus fotogramas. Da igual el género que toque (la adaptación de un comic en Batman, 1989, y Batman vuelve, 1992; la biografía de un director vilipendiado en su época y admirado en la actualidad en Ed Wood, 1994; la ciencia-ficción con toques satíricos en Mars attacks, 1996; El terror gótico en Sleepy Hollow, 1999; la fábula con toques dramáticos  en Eduardo Manostijeras, 1990, y Big fish, 2003; la animación en 3-D en La novia cadáver, 2005; el musical con ribetes de suspense y horror en Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet, 2007; o el cuento para niños -y adultos- con moraleja -al fin y al cabo, todo cuento la tiene- en la película que nos ocupa), todas ellas están envueltas por un halo de melancolía y tristeza, viéndose ambas sensaciones reflejadas en el personaje principal del relato, poseedor siempre de cierto toque de amargura causado por algún desagradable acontecimiento del pasado (algo visible en los protagonistas de las películas citadas anteriormente, o, en el caso que nos ocupa, en Willie Wonka, el excéntrico dueño de la fábrica de chocolate que se enemista con su padre –interpretado por el siempre genial Lee, en un papel hecho a su medida-, dentista de profesión, al prohibirle éste comer cualquier tipo de dulce durante su infancia, lo que provoca su huída de casa).

 

   En esta ocasión, Burton adapta la homónima y celebérrima obra de Roald Dahl, llevando a la pantalla todo el encanto y la imaginación de las que hacía gala el libro. Es difícil ver la película y no maravillarse ante la forma en que el genial director da forma y vida a paisajes y lugares que hasta ese momento solo habían residido en nuestra imaginación: toda la fábrica y las distintas habitaciones por las que pasarán los personajes son un auténtico derroche de luz, fantasía y espacio (destacan la sala de las ardillas, dónde éstas cascan nueces, extrayéndolas enteras; o la impresionante cascada de chocolate, rodeada por praderas, árboles y plantas hechos de golosinas), contrastando con la tristeza plomiza de la gris ciudad que se extiende más allá de los límites de la factoría, y, aún más, con la pobreza extrema de la minúscula (e inclinada casi hasta el derrumbe) casa donde Charlie convive en armonía con sus padres y sus cuatro abuelos (hacinados –los ancianos duermen en una misma cama- y sin dinero, pero felices con el amor y el respeto que se profesan). Como ya es sabido, el niño (magistral, genial Highmore, que con un simple gesto, una sonrisa, o una frase, llena la pantalla) encontrará una de los cinco billetes dorados que otorgan la entrada durante un día a la habitualmente infranqueable fábrica, acudiendo a la visita con uno de sus abuelos (Kelly). A la misma acudirán otros cuatro niños, a cada cual más maleducado y grosero. Todos y cada uno de ellos (a excepción de Charlie, que se ganará el respeto y la admiración de Willie debido a su honradez y generosidad, y que se verá finalmente recompensado con la fábrica, a la que se trasladará junto a su familia –magnífico el plano que cierra la película, que muestra la vieja casa reubicada junto a la catarata de chocolate, mientras la nieve cae sobre ella-, uno de los cambios introducidos respecto al libro) recibirán una lección (consistente en su exclusión del viaje por la factoría y en una canción que critica el comportamiento del niño y el de los que lo han -mal-educado de esa manera) a manos de los Oompa-loompas (todos ellos encarnados por el mismo actor, Deep Roy), que les servirá de escarmiento: Augustus Gloop (Wiegratz) pagará su glotonería siendo absorbido por un inmenso tubo tras caerse al río de chocolate; la consentida Veruca Salt (Winter) será atacada por las ardillas cascanueces después de encapricharse con una de ellas e intentar cogerla por su cuenta (impagable el momento en el que enumera todas las mascotas que posee –suficientes para llenar un zoológico- mientras los demás la miran alucinados; al igual que su forma de conseguir el premio, haciendo que le compren miles de chocolatinas, que son abiertas por las trabajadoras de la fábrica que su padre tiene –será un cuento para niños, pero los matices adultos del relato, en forma de crítica velada a determinados comportamientos de las clases pudientes, como el abuso sobre los trabajadores y el menosprecio hacia las clases inferiores, son constantes a lo largo del mismo-); Violet Beauregarde (Robb) pagará su obsesión por imponerse y demostrar ser mejor que los demás al precio que sea con su transformación en un inmenso globo violeta tras masticar un chicle en periodo de prueba; mientras que Mike Teavee (Fry), el obseso de la televisión y de las videoconsolas que cree saber más que cualquier adulto, será absorbido por un teletransportador de chocolatinas que le hará protagonizar (y sufrir) su propio programa.

 

   Destacar también la interpretación de los actores adultos (Bonham Carter y Taylor cumplen sobradamente como los padres de Charlie, mientras que Johnny Depp borda el papel del extravagante Wonka, y Kelly el del abuelo afable y comprensivo que aún no ha perdido la ilusión pese a su edad y a las dificultades por las que atraviesa su familia); la bella y luminosa fotografía de Philippe Rousselot (labor que también realizara, con idéntica fortuna, en la soberbia Big fish); la excelente banda sonora de Danny Elfman y los FX visuales de Nick Davis y especiales de Joss Williams.

 

(8/0)

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