DRÁCULA (Terence Fisher) / 1958: Peter Cushing, Christopher Lee, Michael Gough, Melissa Stribling, Carol Marsh, Olga Dickie, John Van Eyssen, Valerie Gaunt, Janina Faye, Barbara Archer, Charles Lloyd Park.

 

   Jonathan Harker (Van Eyssen, visto en Quatermass 2, Terence Fisher, 1953) viaja hasta el castillo del Conde Drácula (Lee en su segunda incursión para los estudios Hammer, después de dar vida a La Criatura en La maldición de Frankenstein, Terence Fisher, 1957), contratado por éste en calidad de bibliotecario. El verdadero objetivo del visitante es destruir al vampiro y así “poner fin a su reinado de terror”, pero antes de consumar sus planes es asesinado por su anfitrión. Será entonces cuando el doctor Van Helsing (Cushing en su tercer rol para la productora, habiendo aparecido anteriormente en la citada La maldición de Frankenstein y en El abominable hombre de las nieves, Val Guest, 1957), mentor de Harker, ponga rumbo a la fortaleza del Conde con el fin de acabar la tarea que su pupilo dejó a medias.

 

   Después de la adaptación a la pantalla de la obra de Bram Stoker realizada por Tod Browning en la década de los 30 del siglo pasado para la Universal (que además es considerada como la primera traslación de carácter oficial del citado libro al celuloide, al estimarse el Nosferatu de F. W. Murnau, 1922, como una creación apócrifa) debieron de pasar más de tres décadas para asistir a una nueva revisión de las andanzas del vampiro por antonomasia, ésta vez bajo el auspicio de la en aquellos momentos incipiente y pujante Hammer. Eso sí, las diferencias con la novela de Stoker son palpables, significativas y numerosas. Por ejemplo, Harker no es un vendedor de propiedades, sino un cazavampiros que ya sabe de la condición del Conde y que acude a su castillo con la intención de eliminarlo. Por otro lado, Drácula tan solo tiene una acompañante de su especie por las tres del libro, aunque este punto es casi irrelevante si lo comparamos con el hecho de que en la película, tanto Harker como Lucy (Marsh), su prometida, mueren tras ser vampirizados (en la novela, ninguno de los dos fallecía, terminando juntos al final de la misma), lo que provoca que las diferencias entre lo escrito y lo filmado sean más que relevantes, más aún si tenemos en cuenta que aún existen algunas divergencias igual de importantes que las citadas que no han sido enunciadas (por decir otra, los roles de Lucy y Mina -Stribling- están intercambiados, pues la segunda es aquí la esposa de Arthur -Gough, que ya en su vejez daría vida al mayordomo Alfred en Batman y Batman vuelve, dirigidos por Tim Burton en 1989 y 1991 respectivamente-, mientras que la primera es la prometida de Harker).

 

   Pese a lo anterior, la adaptación de Fisher es una de las mejores que se han hecho hasta la fecha junto al Drácula de John Badham, 1979, y muy por encima de ese monumento al ego que es el Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola, 1992. La labor del director británico solo se puede calificar como de extraordinaria, dejando en cada plano una serie de detalles y matices que enriquecen el resultado global y ofrecen un acabado técnico inmaculado, casi perfecto, que queda ya de manifiesto en los títulos de crédito. La cámara permanece fija en la estatua de un águila que se encuentra en el puente que lleva al castillo y que parece vigilar y observar todo cuanto sucede en los alrededores, sensación que se acrecentará más adelante. La habitualmente tranquilizadora luz del sol se torna amenazante cuando retumba la partitura de James Bernard (uno de los compositores habituales de la productora británica en su época de mayor esplendor), con esa sección de aire discontinua que marca y enfatiza cada golpe de percusión, añadiendo sonoridad y cierto tono desasosegante al conjunto, mientras los nombres de los actores, en rojo sangre, se superponen en la pantalla. Entonces, la cámara se desplaza ligeramente hacia la izquierda, hasta mostrar un portón y luego una puerta que conduce al sótano de la fortaleza. Un cambio de plano nos lleva al interior, y observamos el féretro de Drácula. La imagen se acerca y unas gotas de sangre caen sobre la chapa metálica en la que está escrito el nombre del vampiro.

 

   La llegada de Harker al castillo se produce en completo silencio, haciéndose notar que los pájaros no cantan en las inmediaciones de la fortaleza. Los detalles inquietantes se suceden cuando, al pasar sobre el puente (otra vez el águila avizor), Jonathan nota una súbita bajada de temperatura. Tras el encuentro con la vampira (que sale de la nada, en completo silencio y por la espalda de Harker, casi etérea, vaporosa, dotando al encuentro de un marcado tono sobrenatural) se produce la presentación de Drácula. Éste aparece en lo alto de las escaleras del cuarto donde se encuentra su enemigo, y su sola presencia provoca la huida de la mujer. Su figura, envuelta entre sombras, es mostrada en principio en un picado que manifiesta su dominio desde las alturas y su poderío sobre su rival, en el piso inferior. Un ligero movimiento de la silueta permite su salida a la luz, y una primera visión de su rostro y su señorial aspecto, iniciando un descenso majestuoso por los escalones que refuerza su porte, hasta llegar a la altura de Jonathan, donde su temible aspecto inicial, casi ultraterreno, se torna humano cuando habla y trata con cortesía y educación a su invitado.

 

   Fisher vuelve a ganar puntos en una secuencia que tiene lugar en la habitación de Harker, a donde Drácula acude para entregarle a aquel las llaves de la biblioteca. Justo un instante antes, el protagonista (al menos por el momento) coloca una foto de Lucy, su prometida, en una de las estanterías. La cámara sigue al Conde adentrándose en la estancia hasta ponerse frente a su interlocutor, quedando la foto en cuadro de forma aparentemente casual. Nada más lejos de la realidad, pues Fisher, de manera sutil, casi subliminal, hace al espectador partícipe de lo que Drácula ve. Efectivamente, éste se fija en el retrato y le pide a Jonathan que le deje verlo, alabando a continuación y con mesura la belleza de la futura esposa del bibliotecario. De inmediato, el ser sale de la habitación y deja encerrado a su anfitrión sin que éste lo advierta en principio, transformándose éste de invitado a cautivo en cuestión de segundos.

 

   La muerte de la vampira deja un regusto amargo, pues si bien la visualización de la misma es notable (Harker se adentra en el sepulcro y clava una estaca en el pecho de la mujer. Un plano del interior del ataúd nos muestra a una anciana decrépita en el lugar en el que instantes antes había una bella muchacha), no lo es tanto la discutible decisión que toma el cazavampiros de acabar antes con ella que con el Conde, pues más tarde descubriremos que la muerte de éste último libera a todos aquellos a los que ha vampirizado. Esa decisión provocará la huida de Drácula de su ataúd y el ataque posterior que causará la muerte de Jonathan. También constituye un error considerable el paso de día a noche, que se produce de manera fugaz, en cuestión de escasos segundos, lo que deja a Harker en una situación comprometida. Ya puestos a ahondar, también es llamativo que el bibliotecario acuda al castillo de su anfitrión sin una sola protección en forma de crucifijo, a sabiendas de los efectos que éstos provocan en los chupasangres. Errores, alguno de ellos importantes, que alejan a la película del calificativo de obra maestra que algunos le otorgan.

 

   Volviendo a las presentaciones, la de Van Helsing también es destacable, produciéndose en la típica cantina cercana a la fortaleza en la que los temerosos lugareños y el posadero rehúyen todo contacto con extranjeros, a los que intentan mantener alejados del castillo. Más aún si se trata de un hombre decidido y resuelto que conoce la amenaza y se muestra dispuesto a acabar con ella en su propio terreno. Su llegada al hogar de Drácula parece ser advertida por la sempiterna presencia del águila tallada en piedra, y el doctor está a punto de ser arrollado por una fantasmal carroza funeraria cuyo color negro contrasta con el blanco inmaculado del féretro que porta. Su entrada al castillo es mostrada en picado (a la inversa de lo que sucedía con el Conde), reforzando la sensación de pequeñez y de soledad en la inmensidad de la tétrica estancia, que parece a la vez vigilante y morada de males desconocidos y ocultos que se ciernen amenazantes sobre los forasteros.

 

   Quizá el instante más aterrador sea aquel en el que Tania (Faye) revela a Mina y Arthur que ha visto a su tía Lucy, recientemente fallecida, en el bosque anexo a la casa en la que viven, siendo invitada por ésta a dar un paseo por los alrededores. Un momento muy similar, localizado en una nueva visita, es visualizado de manera sobresaliente poco después, siendo el encuentro de la niña y de su tía, pálida y fantasmagórica como un cadáver, terrorífico. De todas formas, se produce aquí un nuevo error en forma de contradicción entre la historia que narra la niña (recordemos la anterior visita de Lucy)  y lo que cuenta Van Helsing, quien dice vigilar el sepulcro desde que se produjera la muerte de la muchacha y que se trata de la primera vez que ésta sale de su encierro. También resulta llamativa la poco afortunada idea de Drácula de esconder su ataúd en la bodega de la casa en la que vive Lucy, un lugar del todo accesible para cualquiera de los habitantes de la vivienda, tal y como se demuestra cuando Van Helsing descubre accidentalmente el refugio.

 

   El enfrentamiento final entre el doctor y su némesis, en el castillo de éste, resulta igualmente brillante, con esa pelea que culmina con el cazavampiros arrancando las cortinas y permitiendo la entrada de los rayos solares, que acaban con la vida del conde cuando tocan su piel, abrasándolo.

 

(7,5/1)

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